La distorsión de la historia de la investigación sobre Jesús (VI)

Hoy escribe Fernando Bermejo

En mi post anterior mostré que varios de los criterios utilizados para distinguir una supuesta “Nueva búsqueda” de la figura histórica de Jesús, de una supuesta “Tercera búsqueda” no se sostienen. Hoy haré lo mismo con el resto de los criterios que se han propuesto. El obvio resultado será que el intento de efectuar una distinción entre la investigación anterior y posterior a 1980 carece de todo fundamento.

Se dice que la investigación contemporánea se distingue por la especial valoración de las fuentes no canónicas, y aun por privilegiar el uso de escritos extracanónicos como fuentes de información. Sin embargo, lo cierto es que en los años 40, 50 y 60 estudiosos como Joachim Jeremias, Claus-Hunno Hunzinger o Norman Perrin usaron ya el Evangelio de Tomás. En lo que respecta a la investigación actual, esto es típico únicamente de algunos autores (como Crossan y otros del Jesus Seminar), mientras que muchos de los participantes más conocidos de la investigación reciente –p. ej. J. P. Meier, G. Theissen, E. P. Sanders, G. Vermes o R. Horsley– no hacen apenas –o simplemente no hacen– uso de ellos; más aún, algunos de estos estudiosos se han distinguido por argumentar explícitamente, bien que las fuentes extracanónicas (incluyendo el Evangelio de Tomás) no ofrecen una base suficiente para una reconstrucción histórica, bien que han de ser usadas más razonablemente de lo hecho hasta ahora por algunos.

(Entre paréntesis: Algunos exegetas metidos a historiógrafos son perfectamente conscientes de esto, pero no modifican las categorías que emplean en virtud de la literatura disponible. Así, p. ej., Rafael Aguirre, aun reconociendo que “muchos autores actuales [...] rechazan el valor histórico de los textos apócrifos”, destaca como una de las “principales características” de la supuesta “Third Quest” el que “se recurre mucho a la literatura apócrifa tanto judía como cristiana”).

Se contrapone igualmente la llamada “New Quest” a la investigación contemporánea, por el supuesto énfasis de la última en el carácter judío de Jesús, a diferencia de una “New Quest” que presentaba a Jesús como una excepción a un supuesto judaísmo legalista, y en contraste con él. A esto, sin embargo, cabe hacer varias objeciones contundentes. En primer lugar, el énfasis en la judeidad de Jesús y su integración en el judaísmo de su tiempo es una tarea ya realizada durante las décadas de los 50, 60 y 70 por la práctica totalidad de los autores judíos e independientes que escribieron en esa época, tanto en lengua alemana como inglesa. En segundo lugar, la presentación del judaísmo del siglo I simplemente como una religión legalista (Spätjudentum) que sirve de contraste a un Jesús espiritualmente superior es un expediente típico sólo de las presentaciones cristianas tanto protestantes como católicas, no de los autores independientes ni, comprensiblemente, de los estudiosos judíos. En tercer lugar, el carácter judío de la personalidad y la religión de Jesús se diluye en no pocas obras de la investigación contemporánea, como las del Jesus Seminar, Mack o Crossan, que presentan a Jesús más bien como un helenista (cínico o no) con una sabiduría universalizable que como un judío.

Se afirma también que otra diferencia significativa entre la investigación anterior a 1980 y la posterior consiste en que el criterio de desemejanza, supuestamente central en la primera, ha dejado de serlo en la segunda. Sin embargo, por una parte, la investigación ajena al discipulado de Bultmann nada sabía de la primacía de tal criterio, y por tanto éste no puede ser considerado típico de la investigación anterior a 1980; de hecho, es más bien el criterio de plausibilidad histórica el que, de modo explícito o implícito, parece haber sido usado en la investigación judía o no confesional. Por otra parte, se ha argüido que es precisamente el criterio de desemejanza el que parece desempeñar un papel crucial en el Jesus Seminar (así Tom Holmén). En todo caso, el interés por diseñar una criteriología para determinar la historicidad de las tradiciones es común a toda la investigación de la segunda mitad del siglo XX.

Otro rasgo que supuestamente distinguiría a la investigación más reciente de la búsqueda anterior consistiría en la utilización de una nueva metodología, en particular de un “enfoque interdisciplinar” en el que las ciencias sociales (antropología, sociología o arqueología) tienen especial peso. Sin embargo, hay razones para pensar que el uso de tales enfoques no establece cambio epocal alguno, y que las alharacas en torno a ellos representan más bien una exageración con propósitos de marketing por parte de quienes pretenden estar à la page. Tal uso, en efecto, es típico sólo de algunos autores (como p. ej. Crossan, cuyas debilidades metodológicas son conocidas), mientras que muchos relevantes estudiosos contemporáneos (p. ej. E. P. Sanders, G. Vermes, A. E. Harvey o J. P. Meier) no se distinguen precisamente por el empleo de nuevos métodos; para ellos, el principal instrumento de análisis siguen siendo los métodos históricocríticos.

En suma, ni uno de los varios supuestos criterios aducidos para justificar una distinción de épocas resiste el escrutinio. Ni uno solo. Así pues, el diseño de una “New Quest”, de una “Third Quest” y, por ende, de una contraposición entre ambas, es el resultado de un conjunto casi inacabable de errores de apreciación o de sinécdoques ilegítimas. Si en un contexto literario este último uso resulta comprensible y aun recomendable, a la hora de hacer historiografía científica más vale prescindir de él. Si la genérica expresión “Old Quest” es inútil como categoría descriptiva y valorativa, y la presunta fase de “No Quest” es una simple ficción, también lo son la “New Quest” y la “Third Quest”, y a fortiori todo intento de distinción entre ambas magnitudes inexistentes.

Entre los muchos aspectos en que se muestra el carácter absurdo de las pretensiones actuales se encuentra el relativo al supuesto comienzo de la supuesta “tercera fase”. Muchos estudiosos, repitiéndose unos a otros, la colocan en 1980 (así v. gr. J. H. Charlesworth), pero otros (así v. gr. Tom Wright) la establece mucho antes, incluyendo en la supuesta “tercera búsqueda” obras escritas a partir de 1965. Éste es otro buen ejemplo del dictum latino, según el cual a partir de algo falso se sigue lo que se quiera: Ex falso quodlibet.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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