El Adopcionismo. Personajes del conflicto



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Félix de Urgel (III)

La Confessio fidei es el único testimonio directo de Félix que se nos ha conservado. Fue escrito después del debate de Aquisgrán cuando el urgelitano ya había sido depuesto. En efecto, el documento empieza con las palabras: "En el nombre de Dios, Félix, en otro tiempo (olim) obispo indigno". Los editores de la Patrología Latina de Migne anteponen el siguiente aviso: "Félix de Urgel, condenado por Leidrado y otros prelados reunidos en Urgel, recibió de ellos un salvoconducto para ir a defender su causa en presencia del rey. Ello se hizo poco después del concilio de Aquisgrán. Alcuino narra que el rey Carlomagno, con el fin de expugnar la herejía feliciana, reunió en el palacio de Aquisgrán un gran sínodo de obispos, y que en él debatieron él (Alcuino) y Félix por mandato del rey durante algunos días. Al final, Félix testificó con voces y lágrimas que había sido vencido. En consecuencia, oído razonablemente en presencia de los sacerdotes y de los grandes del imperio, y convencido verazmente, dando gloria a Dios y habiendo confesado la fe verdadera, volvió a la paz de la unanimidad católica con sus discípulos que entonces estaban allí presentes, el año 799 de Cristo" (Monitum de los editores previo a la Confesión de Félix en PL 96, col. 881).

La Confesión fue enviada a los fieles de la iglesia de Urgel. Pero el pastor no regresó jamás de por vida a su sede. Sin embargo, tanto Leidrado como el mismo Alcuino dan la buena nueva de que con Félix se convirtieron a la ortodoxia más de 20.000 adopcionistas. Félix era no solamente un gran teólogo, temido y admirado por sus mismos adversarios. Era también un maestro querido por sus fieles, para quienes era guía y pastor, digno de mejor causa que la que le proporcionaron las circunstancias de una época llena de contradicciones y titubeos.

De toda la historia de la controversia, se colige que la autoridad de Félix era muy grande. Sembró la preocupación en el emperador y en los papas. Alcuino apreciaba en él un fondo de honradez y sabiduría, y supo reconocer humildemente que no iba a resultar nada fácil combatir solo contra las tesis del urgelitano, por lo que procuró rodearse de otros teólogos expertos para sentirse más seguro. Es una pena que la censura nos haya privado de conocer de primera mano las cualidades dialécticas de Félix. Lo que nos cuentan sus adversarios está desgajado de sus contextos y sin los apoyos que daban al urgelitano el fundamento teológico para sus conclusiones. La Confesión de Félix, como ya hemos dicho en otro lugar, no deja de ser un escrito compuesto bajo la mirada inquisidora de sus acusadores.

Uno de los juicios más severos sobre la personalidad de Félix de Urgel es el expresado por A. Cabaniss. La vida de este corifeo del Adopcionismo habría sido una inmensa mentira, un puro engaño. Y el primero a quien engañó fue a sí mismo. En tres detalles resume Cabaniss su opinión: inestabilidad, vanagloria y cobardía. Tenemos la impresión de que es una visión un tanto superficial del personaje. La pretendida inestabilidad es un aspecto meramente coyuntural. Presionado por los poderes políticos y religiosos, rodeado de teólogos hostiles, no era fácil mantener los postulados de su conciencia cuando lo que distinguía las posturas de los contendientes era realmente de poco calado, "un malentendu sur des mots qui a troublé les idées", dice Meillet-Gérard (“Un malentendido sobre las palabras, que ha turbado las ideas”). El tono conciliador de Alcuino y la esperanza nunca perdida de una solución al problema estribaban en el hecho evidente de que "era relativamente poco lo que dividía a los dos bandos", confiesa Cavadini. E. Amann, en su art. "L'Adoptianisme espagnol du VIIIe siècle", Revue des Sciences Religieuses 16 (1936), pág. 309, confiesa que, estudiado de cerca el problema, no había gran diferencia entre las tesis de Félix y las de los conciliares de Francfort.

El "toque de vanagloria" de que estaría contaminada la obra de Félix nos parece una visión subjetiva que no concuerda con lo que las fuentes nos refieren del personaje. El único escrito que de él conservamos da precisamente la impresión contraria. Y por lo que se refiere a su cobardía, creemos que es una exageración pensar que hubiera sido un gesto de valentía mantenerse en sus ideas arrostrando todos los peligros. Lo hizo en la medida de lo posible. Pero no debemos olvidar que tanto Elipando como Félix nunca pusieron en duda la autoridad de Roma, y Roma había hablado sobre los extremos de la controversia. Plegarse a los postulados de la autoridad romana parece más bien una actitud de honradez si no un acto poco menos que heroico.

Félix era un hombre de vida intachable y de bondad reconocida; merecía bien el título de “varón venerable” que le otorgara Alcuino" en su carta a Elipando. Era, en efecto, dice en otro pasaje de la misma carta, "varón famoso por su vida religiosa y notable por su santidad", y su vida ante los hombres era digna de alabanza. Era, por tanto, una persona con fama de santidad, fama que arrastró a muchos que "incautamente admiraban la vida del mencionado Félix". Es digno de notar que estos testimonios proceden de las obras de sus adversarios. Pero de todos modos, la diócesis de Urgel considera y venera a Félix como uno de sus siete obispos santos. Otros detalles pueden verse en el estudio de Nicolau d'Olwer, "Félix bisbe d'Urgell", Revista de Bibliografia catalana, Barcelona, VI (1906).

Además de santo, Félix era evidentemente un sabio, aunque para confirmar esta cualidad nos falte, repetimos, el testimonio directo de sus obras polémicas, escritas a base de sus amplios conocimientos de teología y de su indudable destreza dialéctica. Alcuino se reconocía incapaz de afrontar a solas el talento de Félix: "Yo no me basto para darle respuesta". Pero la importancia que se le concedió en Ratisbona, Roma, Francfort, Aquisgrán y en las cortes carolingia y romana indica que la figura, la personalidad y la sabiduría del personaje hacía temblar los cimientos de la unidad de la teología cristiana. Por algo la censura suprimió sus obras. Porque la Confesión de Félix, de la que ya hemos hablado, no es el medio más idóneo para conocer en extensión y profundidad la ciencia teológica y la habilidad dialéctica de Félix de Urgel. Ya hemos visto cómo en Europa se denominaba al Adopcionismo "herejía feliciana". Y de hecho, el mismo Elipando recurrió a Félix para consultarle sobre detalles de las novedades teológicas que dieron origen a la controversia. Por la Vida anónima de san Beato, conocemos que Félix enseñó a Elipando desde los primeros rudimentos de las letras y que Elipando "había mamado esta fea doctrina (el Adopcionismo) por medio de las sacrílegas enseñanzas de las cartas de su maestro, galo por la prosapia y obispo de Urgel" (Uita Sancti Beati, Abbatis hispanici, auctore anonymo, PL 87, col. 891).

Lo mismo que en el caso de Elipando, preferimos terminar esta semblanza de Félix con la prudente visión que a J. F. Rivera le merece el personaje: A diferencia de Elipando, "Félix posee un temperamento más equilibrado; fue de mayor inteligencia que Elipando, se deja convencer por fuertes razones cuantas veces ve en ellas la fuerza de la razón. Por eso hemos de verle fluctuar entre dos opiniones contradictorias y caer de nuevo varias veces y volverse a levantar para tornar a caer. No es inamovible, carece de la energía de Elipando, pero es sincero, amante de la verdad y lógico equivocadamente en sus deducciones", (El Adopcionismo..., Toledo, 1980, pág. 51).

Pondríamos únicamente algún reparo a la afirmación de que "carece de la energía de Elipando". El arzobispo de Toledo nunca se encontró en las situaciones extremas por las que Félix hubo de atravesar. Peleando siempre en su propio terreno, con apoyos políticos y rodeado de amigos y súbditos, Elipando podía fácilmente hacer alarde de energía cuando sabía que sólo por ser prelado de la sede toledana, sus teorías gozaban de una cierta autoridad institucional. La personalidad de Félix nos recuerda, como ya hemos dicho, la del profeta Jeremías, el que tuvo que predicar lo que no quería, reconocía que actuaba contra su voluntad, pero no podía dejar de hacerlo.

A. Cabaniss, "The heresiarch Felix" en Catholic Historical Review 39 (1953) 129-141.
D. Meillet-Gérard, Chrétiens mozarabes et culture islamique dans l'Espagne des VIIIe et IXe siècles, París, 1984.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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