Juicio divino. Resurrección. Cambios en la religión judía al contacto con el helenismo (VIII)

Hoy escribe Antonio Piñero

El juicio divino

Es cierto que ya en la fe antigua de Israel se perciben síntomas y deseos de llenar este hueco que muestran sus creencias -que comentábamos en el post anterior-, tan apegadas a la acción correcta según Dios, pero sólo en el mundo presente. Había que encontrar una solución al sonoro fracaso de uno de los dogmas de la religión judía preexílica, a saber, la creencia en la universalidad y suficiencia de la retribución terrenal, aquí abajo, por parte de Dios, hasta el punto de que se había creído firmemente que la felicidad podía considerarse como el premio divino a la buena conducta y la piedad, y que de la desgracia podía inferirse que el desgraciado había cometido algún pecado.

Contra esta idea se levantan ya las voces de el autor del Libro de Job y también el del Eclesiastés, sosteniendo que el bien no siempre es recompensado por Dios en esta vida y que el mal queda muchas veces sin castigo. La existencia del mal impune era un callejón sin salida para la teología de esos estratos del Antiguo Testamento.

El israelita antiguo cayó también en la cuenta de que ciertas tesis usuales para explicar este hecho incontrovertible del mal impune, a saber, la existencia de faltas ocultas que debían compensarse o la necesidad del sufrimiento como educación para la piedad (Libro de Job) no eran suficiente respuesta a la candente cuestión de un mal que campa por sus respetos sin su correspondiente correctivo.

El autor del Salmo 73, más o menos contemporáneo de Jeremías, empieza a vislumbrar que la retribución divina no está ligada a los bienes de la tierra (73,17: el salmista no entiende por qué los impíos gozan de los bienes de la tierra, mientras los justos son atormentados, y exclama que eso ocurría

“Hasta el día que entré en los misterios donde su destino comprendí: Ciertamente. Tú colocas [a los impíos] en el precipicio y a la ruina los empujas”.


mientras que el justo continuará siendo objeto siempre de la solicitud afectuosa de Dios (73,23-28), de modo que quizás ni siquiera la muerte pueda apartar al justo del amor de este Dios. He aquí el bello y poético texto donde esto se afirma:

A mí, que estoy siempre contigo, de la mano derecha me has tomado;
me guiarás con tu consejo, y tras la gloria me llevarás.
¿Quién hay para mí en el cielo? Estando contigo no hallo gusto ya en la tierra.
Mi carne y mi corazón se consumen: ¡Roca de mi corazón, mi porción, Dios por siempre!
Sí, los que se alejan de ti perecerán, tú aniquilas a todos los que te son adúlteros.
Mas para mí, mi bien es estar junto a Dios; he puesto mi cobijo en el Señor, a fin de publicar todas tus obras.


La retribución en la otra vida

Aquí, en este texto del Salmista, se percibe ya un cambio, que se intuye también en los salmos 49 y 16 cuyos autores están diciendo más o menos oscuramente que esperan alcanzar una unión duradera con Dios como recompensa a su justicia en esta vida.

He aquí los textos:

Salmo 49,17-18 (sobre la vanidad de las riquezas): “No temas cuando el hombre se enriquece, cuando crece el boato de su casa. Que a su muerte no ha de llevarse nada; su boato no bajará con él” (vv. 17-18);

Salmo 16: El auto sostiene que Dios rescatará su alma, y la liberará de las garras del Infierno [el sheol]: “Por eso se me alegra el corazón, mis entrañas retozan, y hasta mi carne en seguro descansa; pues no has de abandonar mi alma al sheol, ni dejarás a tu amigo ver la fosa. Me enseñarás el caminó de la vida, hartura de goces, delante de tu rostro, a tu derecha, delicias para siempre” (vv. 9-11).

Pero estos comienzos no son más que tanteos fortalecidos por la idea, que siempre había gozado de favor en el pueblo judío, de la existencia de un juicio divino tarde o temprano en este mundo. Al descubrir el judaísmo, por medio de la filosofía griega, cuyas ideas más importantes se popularizaron entre los pueblos sometidos a su gobierno e influencia, la concepción de un alma inmortal separable de la carne / sangre (cuerpo) comenzó a abrirse el camino definitivo para resolver el problema del mal impune en esta vida.

El desequilibrio entre bien y mal es real, pero Dios lo subsanará en otra vida. La existencia larvada del ser humano tras la muerte en un sheol triste, olvidado y obscuro, se sustituye por una concepción de un más allá del alma justa como premio tras las penurias de la vida presente. Dios se sentará a juzgar al alma inmortal, premiará a la buena y castigará a la perversa. La unión con Dios del alma justa no se interrumpirá con la muerte. Así lo dice ya el Libro de la Sabiduría, que hemos citado al principio de esta serie: "Las almas de los justos están en manos de Dios y no les alcanzará tormento alguno..." (3,1)

La resurrección

Conexa con el concepto de la retribución en la otra vida se halla, naturalmente, la idea de la resurrección individual, que en el judaísmo se forma también plenamente en época helenística. En Isaías 53,11 (Canto del siervo de Yahvé), en el texto que presentan la versión griega de los LXX, y en los manuscritos de Qumrán 1QIsa y 1QIsb, se dice claramente que tras los sufrimientos de su alma el siervo de Yahvé “verá la luz de nuevo”, es decir, tendrá una nueva vida.

En el fragmento apocalíptico tardío de Isaías 24-27, quizás del s. IV a.C., insertado en los oráculos de este profeta, aparece ya incoada la idea de la resurrección cubierta en la idea de un festín mesiánico:

“Hará Yahveh Sebaot a todos los pueblos en este monte un convite de manjares frescos, convite de buenos vinos: manjares de tuétanos, vinos depurados; consumirá en este monte el velo que cubre a todos los pueblos y la cobertura que cubre a todos los gentes; consumirá a la Muerte definitivamente. Enjugará el Señor Yahvé las lágrimas de todos los rostros, y quitará el oprobio de su pueblo de sobre toda la tierra, porque Yahvé ha hablado. Se dirá aquel día: «Ahí tenéis a nuestro Dios: esperamos que nos salve; éste es Yahvé en quien esperábamos; nos regocijamos y nos alegramos por su salvación” (25,6-9)


“Revivirán tus muertos, tus cadáveres resurgirán, despertarán y darán gritos de júbilo los moradores del polvo; porque rocío luminoso es tu rocío, y la tierra echará de su seno las sombras” (26,19).


Y a comienzos del siglo II, en el Libro de Daniel, en 12,2s, se alcanza toda la claridad deseada:

“Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán; unos para la vida eterna, otros, para el oprobio, para el horror eterno. Los doctos (es decir los maestros de la justicia) brillarán como el fulgor del firmamento y los que enseñaron a muchos la piedad, como las estrellas por toda la eternidad”.


El autor del libro de Daniel tiene en mente los mártires judíos víctimas de la represión sobre Israel del monarca seléucida Antíoco IV Epífanes (1 Mac 1,60ss; 2 Mac 6,10ss), y se atreve a afirmar que su martirio no fue en vano: esos héroes de la fe israelita resucitarán para recibir su recompensa.

En el Libro de las Parábolas de Henoc (1Hen[etíope] 51,1-3) y en el Libro IV Esdras 7,32-36 -ambos escritos son del siglo I d.C.- se muestran igualmente estas ideas con toda claridad aunque sus textos, tardíos, no pudieron entrar en el canon de las Escrituras judías.

“En esos días la tierra devolverá su depósito, el sheol retornará lo que ha recibido, y la destrucción devolverá lo que debe. Y Él elegirá a los justos y santos de entre ellos, pues estará cerca el día en el que éstos sean salvados…”

“La tierra devolverá a los que duermen en ella, y el polvo, a los que habitan en el silencio, y las despensas darán las almas que les fueron encomendadas, 33 y se revelará el Altísimo sobre el trono del juicio y pasarán las misericordias, y se congregará la longanimidad, 34 permanecerá sólo el juicio, y estará firme la verdad y la fidelidad se hará fuerte. 35 Y la obra seguirá y la recompensa se manifestará, y las justicias estarán despiertas, y las injusticias no dormirán. 36 Y aparecerá el estanque del tormento y frente a él, el lugar del descanso, y se mostrará el horno de la gehenna y frente a él, el paraíso de delicias.”


Saludos cordiales de Antonio Piñero
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