¿Mesianismo político/guerrero? Autoconciencia mesiánica de Jesús (IX)

Hoy escribe Antonio Piñero

Continuamos hoy con la exposición de los argumentos contrarios a la consideración del mesianismo de Jesús como fautor de un grupo armado

4. El punto de vista principal de la predicación de Jesús se concentra preferentemente en los individuos, no en los grupos sociales. Me parece que el texto ya citado de Lc 11,20 (“Pero si por el dedo de Dios expulso yo los demonios, es que llega (en presente, no en pasado) a vosotros el dedo de Dios”) indica Que Jesús se concentraba sobre todo en el destino de los individuos más que en los efectos sociales generales de la venida del Reino de Dios. La victoria de la divinidad sobre el poder de los demonios, por mano de Jesús, se aplicaba preferentemente a los individuos particulares. Jesús habló muy poco, o casi nada, dándolo todo por supuesto, del resultado final de la acción de Dios -es decir de la restauración político-religiosa-social del pueblo- y más de la salvación de cada uno. Salvo improbable censura posterior en bloque la lectura de los Evangelios señala que hay en Jesús un cierto desinterés por la política directa.

5. La impresión que se obtiene del reclutamiento y llamada de discípulos por parte de Jesús no es la de la formación de un grupo excluyente, separado del pueblo, al estilo de los recluidos en Qumrán que se preparaban para la batalla (no sólo moral, sin también física, como parece deducirse del Rollo de la guerra) del tiempo final, la guerra de los “hijos de la Luz contra los hijos de las tinieblas. No hay restos “sueltos” o “furtivos” (es decir, elementos conservados en los Evangelios que van en contra de la teología cristiana posterior formada en torno a la personalidad de Jesús) en los que se presente aun levemente al Maestro como si se estvuiera preparando para iniciar una guerra contra los romanos. Si es verdadera la sentencia de la Fuente Q, “He aquí que os envío como corderos en medio de lobos”, su pensamiento no parecería ir en esa dirección guerrera.

6. Igualmente, la petición del Padrenuestro, “Venga a nosotros tu reino/reinado” (Mt 6,10/Lc 11,2) parece dar a entender que Jesús deja totalmente en las manos de Dios la venida del Reino. La sentencia “Si yo expulso los demonios con el dedo de Dios, entonces es que llega a vosotros el Reino de Dios” (Lc 11,20) da también la impresión de que la lucha de Jesús, que acelera la venida del Reino, es contra Satanás, no contra las fuerzas del Imperio Romano. Aunque las palabras puestas en boca de Jesús ante Pilato por el evangelista Juan, “Mi reino no es de este mundo”, no son aceptadas como pronunciadas por el Jesús de la historia por ningún exegeta serio, sí se percibe a partir de la atmósfera toda de los Evangelios que el reino de Dios predicado y postulado por Jesús es muy diferente de los imperios de este mundo que el Nazareno podía conocer o de los que había oído hablar. Se obtiene la impresión de que la venida sobre la tierra de un reino de ese estilo era cosa de Dios, no de hombres.

La parábola de la semilla que crece (Mc 4,26-29) como imagen del Reino de Dios procede muy probablemente del Jesús de la historia y apunta claramente hacia una independencia de la venida del Reino respecto a la actividad humana. El texto dice así: "El Reino de Dios es como un hombre que arroja la semilla en la tierra. Ya duerma, ya vele de noche y de día, la semilla germina y crece, sin que él sepa cómo. De sí misma da fruto la tierra... y cuando el fruto está maduro, se mete la hoz, porque la mies ya está en sazón". Una exégesis sencilla del texto indica que en la mentaliad de Jesús
el Reino vendrá independientemente de las acciones humanas. La parábola del administrador infiel de Lucas 16,1-8 saca las consecuencias: lo que debe hacer el ser humano es aprovechar al máximo el tiempo que queda antes de la venida del Reino, porque éste se le echa encima, con independencia de lo que haga.

7. Salvo que se trate de un improbabilísimo caso general de manipulación o censura, las fuentes extracristianas (Flavio Josefo; Tácito; Talmud) que mencionan, al menos indirectamente a Jesús y que no son precisamente amigos del Nazareno, se refieren a él como un “sofista” (probable lectura pasaje de Antigüedades de los judíos XVIII 63), de un iniciador de una “pésima superstición” (Tácito, si el texto no está interpolado) o de un "mago y engañador" en cuanto a los doctrinas (Talmud), pero no hablan nunca de él como iniciador de una revuelta armada.

Curiosamente, y a favor de la tesis de Jesús Montserrat, la versión eslava del Testimonio Flaviano (Antigüedades de los judíos XVIII 63-64; realizada probablemente en el siglo XI) contiene datos interesantes. Dice así:

Muchos del pueblo lo siguieron (a Jesús) y observaron sus enseñanzas, y muchas almas titubeantes llegaron a creer que las tribus judías se librarían así del yugo romano. Aquel hombre acostumbraba a detenerse delante de la ciudad, en el monte de los Olivos. También allí efectuó curaciones y se le unieron ciento cincuenta discípulos y una multitud de gente [No sé si de aquí ha obtenido J. Montserrat la cifra de "unos doscientos" que él propone para el grupo de Jesús en el monte de los Olivos]. Viendo su poder, y que obraba con la palabra cuanto quería, le ordenaron que entrara en la ciudad, abatiera a los guerreros romanos y a Pilato, y reinara sobre ellos. Pero él rehusó (lectura variante: él nos despreció).


Pero a continuación amplía expresamente esta negativa de Jesús, poniendo como testigo al propio Pilato:

Y después, cuando fueron informados los dirigentes judíos, éstos se reunieron con el sumo sacerdote y dijeron: “Somos impotentes y débiles para resistir a los romanos. Y como el arco está tenso, vamos a comunicar a Pilato lo que hemos oído y quedaremos tranquilos, no sea que, si se entera por otros, nos despoje de los bienes y ordene degollarnos y dispersar a los niños”. Fueron y lo comunicaron a Pilato. Éste envió tropas, hizo liquidar a muchos del pueblo y mandó llamar a aquel taumaturgo. Y cuando interrogó a los suyos, vio que él era un benefactor y no un malhechor, ni agitador ni aspirante al reinado, y lo dejó suelto. Y es que había curado a su esposa moribunda. Él marchó a su lugar habitual y realizó las obras de costumbre. Entonces se reunió de nuevo más pueblo a su alrededor, porque con sus actos brillaba más que todos. Los letrados se consumían de envidia y dieron treinta talentos a Pilato para que le quitara la vida. Después de ser arrestado encomendó a los suyos la realización de los proyectos. Y los letrados, apoderándose de él, lo crucificaron contraviniendo la ley de los antepasados.



8. La interpretación de la escena del prendimiento en el Cuarto Evangelio dista de ser sencilla. José Montserrat interpreta el texto como una intervención directa de los romanos contra el “grupo armado de Jesús” (El Galileo armado, pp. 108-112) puesto que el autor, “Juan”, utiliza la palabra griega speíra, “cohorte” (Jn 18,3), compuesta por 600 hombres, y porque luego (Jn 18,12) se menciona a un tribuno (chilíarchos: literalmente, “comandante de 1000 hombres”). Según el Evangelio de Juan, se trata, evidentemente de tropas romanas que forman el grueso de las gentes que prenden a Jesús: “Entonces la compañía de soldados, el tribuno y los alguaciles de los judíos prendieron a Jesús y lo ataron”.

Tengo mis dudas, sin embargo, de que la realidad haya sido así. El autor del Evangelio de Juan es conocido por su elaboración de escenas ideales (por ejemplo, la de Nicodemo, cap. 3, la de la mujer samaritana, cap. 4, o la de la aparición a María Magdalena en el cap. 20) o por el añadido de detalles simbólicos a escenas reales. En el caso presente parece bastante inverosímil que tratándose de una acción romana, los soldados entreguen a las autoridades judías un prisionero, tomado por ellos, de quien se sospecha que es reo nada menos que del delito de "lesa majestad" del Emperador. Esta suposición es bastante inverosímil. Tanto este detalle como el aumento del número de gentes que prenden a Jesús van orientados por el evangelista a destacar que Jesús es señor de las circunstancias y que actúa por propia voluntad.

Del mismo modo puede interpretarse el número tan elevado de tropas romanas: vale para realzar la importancia de Jesús. Parece raro que en un encuentro entre más de seiscientos hombres de guerra romanos, aunque fueren “auxilia”, no propiamente legionarios, más los alguaciles judíos y sus gentes, y doscientos por parte de Jesús (hipótesis de Montserrat) toda la acción se salde con el corte de una oreja a Malco, siervo del sumo sacerdote (18,10), y que el único aprehendido sea Jesús. Los demás escapan impunes, incluido Pedro. El evangelista prosigue:

Judas, que lo entregaba, estaba también con ellos. Cuando les dijo "Yo soy", retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó de nuevo. "¿A quién buscáis?" "A Jesús nazareno", le contestaron. Ya os he dicho que yo soy.; así que si me buscáis a mí, dejad marchar a éstos". Así se cumpliría lo que había dicho: "No he perdido a ninguno de los que me has dado".


Toda la escena parece inverosímil. Es de color fuertemente johánico; sirve para proporcionar una coartada a la vergonzosa huida de los discípulos y toda ella está elaborada para realzar el señorío de Jesús. No se pueden obtener de ellas afirmaciones seguras.

Concluiremos pronto con el tema. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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