El impulso fracasado hacia una religión universal. El cambio general de la religión judía al contacto con el helenismo (X)

Hoy escribe Antonio Piñero

Algunos de los impulsos del Helenismo sobre la religión judía no llegaron a buen término. Hoy hablamos de uno de ellos.

Lo que hemos mencionado en el post anterior, la constitución del judaísmo como una religión de la sinagoga más que del Templo, es una tendencia que se constata muy pronto en la época helenística. En los siglos anteriores a la destrucción del Templo se percibe en la religión de Israel una cierta apertura hacia valores menos particularistas y más universales, es decir una cierta propensión a liberar la religión de las ligaduras tribales de una fe asociada desde antaño a lazos puramente nacionales, de terruño, una fe, por tanto, sólo practicable en plenitud en Israel.

A esta tesitura de universalidad, que se percibe ya por ejemplo en los oráculos del segundo y tercer Isaías (véase el capítulo 56 del corpus de Isaías), contribuye más tarde la expansión física del judaísmo en la Diáspora helenística, expansión que comportaba también y se explica mejor si se admite que iba acompañada de una tendencia a la propaganda del judaísmo como posible religión de todos. Y a esto es a lo que anteriormente nos habíamos referido al hablar del judaísmo de esta época helenística más como una confesión o “iglesia” (Bousset-Gressmann).

En efecto, puede decirse que el judaísmo de época helenística comienza a presentar más los rasgos de una “iglesia” universal, una unidad espiritual extendida por las naciones que los de una religión de territorio nacional, una fe ligada a un ámbito geográfico. Es una comunidad en la que se iban admitiendo poco a poco nuevos adeptos o prosélitos sin ningún trauma de que no fueran étnicamente israelitas. Pocas noticias tenemos de una misión universal del judaísmo en este período, pero la idea de misión debió de existir en este judaísmo helenístico como lo testimonia el Evangelio cuando habla de los esfuerzos de los fariseos por ganar un prosélito (Mt 23,15).

Ahora bien, al igual que observamos antes a propósito de la idea de Dios, este germen de universalismo jamás llegó a realizarse plenamente en Israel. A punto estuvo quizá en época helenística, pero tampoco este judaísmo llegó a extraer nunca la consecuencia exigida por su expansión por las naciones y su creencia en un Dios único, Padre y señor de la humanidad entera. El golpe de gracia a este posible universalismo apuntado levemente en época helenística fue dado por las guerras macabeas, tras las cuales el pueblo se encerró en sí mismo.

La puntilla a este movimiento iniciado en el Helenismo primero fue asestada por la furiosa tendencia antirromana que se gestó poco a poco desde que Pompeyo en el año 63 a.C. impusiera su dominio en Judea, dominio que no iba ya a retirarse hasta la caída del Imperio. Hay que confesar que fueron las querellas intrajudías las que llamaron a roma para imponer orden... y una vez que lo impuso (de ese orden saldría a la postre el reinado de herodes el Grande) jamás abandonó Roma realmente el territorio de Israel.

El odio contra Roma y lo que significaba el Imperio creció a partir de entonces entre los judíos porque el general romano profanó el Templo. Siendo un gentil, se atrevió a entrar hasta lo más recóndito del Templo, en donde ni siquiera un israelita genuino y fiel podía penetrar.

A pesar de los pesares, el helenismo fue un gran moldeador del judaísmo. Ante el escepticismo y las críticas, que estimo razonables, de algunos lectores dedicaremos el próximo post a reflexionar sobre este poder de influencia, verdaderamente moldeadora del Helenismo y cómo se debatió el judaísmo entre aceptar ideas “modernas” y atractivas el deseo imperioso de mantener su identidad.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Volver arriba