Un cierto tributo a la política. Autoconciencia mesiánica de Jesús (XI)

Hoy escribe Antonio Piñero

Después de los argumentos expuestos en los post anteriores creo que podemos concluir que Jesús no se presentó como un mesías estrictamente político-guerrero, como lo fueron otros agentes mesiánicos de la época y de los que nos habla Flavio Josefo en sus Antigüedades, sino ante todo como un mesías religioso. Me parece suficientemente claro que no se desprende de los textos evangélicos que la acción directa y violenta para poner en marcha el Reino de Dios fuera nuclear en la predicación central de Jesús. La atmósfera que destilan los Sinópticos es muy distinta a la que se percibe en los dos poemas mesiánicos de los Salmos de Salomón (17 y 18, parte de cuyos textos expusimos al principio de este tema), y del sangriento mesías del Targum a Gn 49,11-12, o del que aparece en el manuscrito Neófiti 1 del Targum palestinense (Ex 12, 42) en el canto de las Cuatro Noches, que en parte también transcribimos.

Probablemente Jesús pensaba que los hombres tenían que hacer poco, materialmente, para que llegara el Reino; era Dios casi en exclusiva el que actuaría contra los enemigos de Israel, si ellos se convertían y aceptaban el mensaje de todo corazón. Jesús debió de adoptar una actitud de espera más bien pasiva, salvo quizás al final -su entrada mesiánica en Jerusalén- con la que podemos sospechar que esperaba que Dios “se animara” a ejecutar sus designios e implantar milagrosamente su reino/reinado en Israel.

¿Cómo podemos concebir esta acción divina? Pregunta no fácil de responder. Hemos indicado ya que no se debe pensar respecto a Jesús en una batalla física en la que intervinieran él y sus seguidores al igual que la “lucha final entre los hijos de la Luz y de las Tinieblas” al modo como se concebía ésta en el manuscrito “el Rollo de la Guerra” de Qumrán. Pero sí tenía que intervenir Dios, o sus agentes, con algún tipo de violencia, pues el Imperio Romano no se retiraría sin más de Israel, convencido internamente por poderosos argumentos espirituales, sino por la fuerza… la fuerza divina. Aparte de la ayuda de un agente divino o semidivino (¿una suerte der “Hijo de hombre” al estilo del Libro de Daniel, que no sería él mismo, sino otro? Él ya había entrado como agente humano en Jerusalén y ahora le tocaba esperar).

Tenemos en los Evangelios un pasaje que nos puede dar una pista. En la versión de Mateo del prendimiento de Jesús leemos que Jesús dijo en contra la acción violenta de “uno de los que estaban con Jesús”: “Vuelve tu espada a su lugar […]¿Acaso piensas que no puedo orar a mi Padre y que Él no me dará más de doce legiones de ángeles?”. No es posible saber si estas palabras, tal cual están, son auténticas de Jesús, pero sí sospechar al menos que corresponden a su pensamiento: la intervención fulgurante para implantar el Reino será cosa de Dios sólo y de sus ejércitos. Su resultado. la expulsión física de Israel de todo el que no aceptara el reino/reinado de Dios. Más no me parece posible saber.

Un reino de Dios que afecta a esta tierra

Ahora bien, como complemento a esta aserción fundamental –Jesús no se autointerpretó como un mesías guerrero- debe decirse también que el mesianismo de Jesús -por su misma implicación terrenal, es decir porque predicaba un reino de Dios que habría de tener lugar en la tierra de Israel y por su punto de vista absolutamente teocrático, es decir porque quien gobernaría en la nueva sociedad del Reino sería Dios, en último término, y no un personaje terreno-, acarreaba consigo, quiérase o no, consecuencias políticas.

Una muy clara era la oposición, implícita pero nítida, al poder extranjero sobre Israel. También según Jesús se cumpliría el deseo del pueblo y de Dios -desde el castigo divino del exilio babilónico- de que desaparecieran del suelo de Israel todo dominado por príncipes extranjeros. Ello era incompatible con el Reino de Dios, pues los extranjeros no cumplirían su Ley ni dejarían al pueblo elegido cumplirla.

Otra implicación política era el deseo, o la vivencia de la necesidad de un cambio de las actuales realidades terrenales, es decir un cambio de sociedad. En el Israel de Jesús -como en otros lugares de la cuenca mediterránea - no había religión sin estado y el señor del estado era como el representante de Dios, y, en algunos casos, el salvador.

Este substrato teológico explica la negativa de Jesús a pagar el tributo al César. El famoso texto de Marcos con su enigmática frase "Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios", ha sido interpretado en multitud de ocasiones en el sentido de que Jesús permitió el pago del tributo. Pero estrictamente considerado, el dicho -me parece- significa justamente lo contrario. Hay que dar a Dios lo que es de Dios; Israel es de Dios; por tanto, si se pagara el tributo, ello significaría dar al rey de Roma lo que es de Dios. Luego no hay que pagar el tributo al César.

Probablemente Jesús mantenía esta postura, aunque fuera voluntariamente ambiguo para no acarrearse problemas inmediatos. Y si se duda de esta exégesis, que hace de Jesús un oponente de fondo al emperador de Roma, Tiberio en concreto, tenemos la posibilidad de confirmarla a la luz de un texto evangélico totalmente claro, a saber Lc 23,2. Dicen los acusadores de Jesús en el juicio ante el Sanedrín: "Hemos comprobado que éste (Jesús) anda amotinando a nuestra nación, oponiéndose a que se paguen tributos al César y diciendo que él es Mesías y rey". Parece deducirse claramente de este texto –es poco probable que sea un invento de la comunidad cristiana presentar a su Maestro como enemigo de Roma- Jesús no quería que se pagasen los tributos al Imperio.

El aspecto indirectamente político de la predicación y del mensaje de Jesús se deduce también del carácter de su muerte y de la actuación de la autoridad romana contra él. Jesús fue ejecutado como un rebelde y como un pretendiente mesiánico peligroso para Roma. No parece caber duda razonable de ello. Y, aunque no deja de ser una conjetura es probable también que los dos “ladrones” o “bandidos” hubieran sido apresados con él en el Monte de los Olivos y conducidos con él al suplicio, como ya dijimos.

Tampoco es inverosímil que la revuelta a la que alude Mc 15,7 (a propósito de Barrabás, equiparado por Poncio Pilato con Jesús) y el temor de las autoridades judías a algún acontecimiento por el estilo provocado por la turba si se prendía a Jesús durante la fiesta de Pascua (Mc 14,2 par) indique que Jesús estuviera de algún modo comprometido, indirectamente desde luego, con movimientos antirromanos. Indicamos en un post anterior que Jesús nunca condenó estrictamente la violencia, al menos en las palabras que razonablemente pueden atribuírsele.

Por último, el Reino de Dios predicado por Jesús tenía graves implicaciones políticas al menos como una nueva configuración social postulada implícitamente por la esencia misma de ese reinado: Todo el magisterio de Jesús sobre la riqueza y la pobreza, no sólo como cuestión personal, sino también como la gran cuestión colectiva y social, se inserta en el marco del Reino entendido como la instauración de una nueva consittución político-social, es decir una nueva constitución para Israel realmente nueva y distinta a la ofrecida por tromanos y herodianos.

El nuevo Reino de Dios que Jesús predicaba implicaba una nueva postura contra la opresión política y social del pueblo contemporáneo de Jesús en el marco de la obediencia a Dios y la conversión espiritual. En Lc 4,16-19 Jesús anuncia en la sinagoga de Nazaret todo un programa para su misión en Israel: "Predicar la libertad a los cautivos [...] poner en libertad a los oprimidos para anunciar un año de gracia del Señor". Y en opinión al menos del Evangelista lo que empezaba a gestarse con la actuación de Jesús era el cumplimiento de una vieja aspiración: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír" (v. 21)

El proyecto de Jesús, por tanto, su predicación de la inmediata venida de un reino/reinado de Dios en la tierra de Israel era revolucionario en su contenido. Por tanto, Jesús se implicaba de algún modo, aunque fuera un sujeto esencialmente religioso, en la política de Israel. No veo factible que Jesús rehuyera expresamente el contacto con gentes que hacían de la política activa antirromana el núcleo de su existencia, puesto que -como dijimos- no salió de su boca ninguna condena expresa contra los que la practicaban. De lo contrario, tampoco se explica que, como hemos apuntado ya, algunos de sus partidarios fueran a llevárselo para proclamarlo rey mesiánico (Jn 6,15).

Por consiguiente, el mesianismo de Jesús no es guerrero y político en estricto sentido, pero sí comprometido indirectamente con la política, puesto que no se podía separar religión de política en el Israel de su tiempo.

Saludos crodiales de Antonio Piñero
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