Mesianismo. El cambio general de la religión judía al contacto con el helenismo (XII)

Hoy escribe Antonio Piñero

Retomamos hoy la continuación del tema “religión judía en época helenística” que habíamos empezado días atrás. Esta serie tiene como finalidad mostrar a los lectores del blog cómo la religión judía de la época de Jesús es el producto de unos cambios bastante notables que sufre la religión judía desde la época del exilio en Babilonia. El motivo, o la ocasión, para esos cambios es triple:

A) Impulsos internos del judaísmo mismo que desea completar teológicamente lagunas que tiene su religión. Ejemplo: concepciones en torno a la resurrección.

B) Influencias de la religión irania sobre la religión judía. Ejemplo la vida en el más allá.

C) Un cierto influjo de la mentalidad helenística griega que se extiende por todo el Mediterráneo oriental. Ejemplo: una nueva concepción del ser humano, no simple, sino compuesto de alma y cuerpo como entidades independientes y diferenciadas.


Mesianismo

Se percibe otro cambio de la religión de Israel en época helenística que va unido con el mencionado –en un post anterior- retroceso del universalismo: el afianzamiento y redondeamiento del “mesianismo”, de la esperanza nacional de un mejor futuro para el pueblo conforme a las promesas de la Alianza con Dios.

F. García Martínez (en Los hombres de Qumrán, Trotta, Madrid, 189) nos ha ofrecido un excelente resumen del estado de estas creencias hasta le época helenística tardía (en la que empiezan a confeccionarse los primeros textos de Qumrán), a partir de la cual podemos percibir su evolución:

En ninguna de las 39 ocasiones en las que en la Biblia hebrea se emplea la palabra ‘mesías’ tiene este término el sentido técnico preciso de título de la figura escatológica cuya venida introducirá la era de la salvación. Los “mesías” del Antiguo Testamento son figuras del presente, generalmente el rey (en Is 54,1 se trata de Ciro); más raramente sacerdotes, patriarcas o profetas; y en los dos casos en los que el libro de Daniel emplea la palabra, son dos personajes cuya identidad es difícil de precisar, pero que ciertamente no son figuras ‘mesiánicas’. La tradición posterior reinterpretará ciertamente varias de estas alusiones veterotestamen¬tarias al ‘mesías’ como predicciones ‘mesiánicas’, pero las raíces de las concepciones que posteriormente emplearán el título de ‘mesías’ para designar a las figuras que introducirán la salvación escatológica se hallan en otros textos del Antiguo Testamento que no emplean el vocablo ‘mesías’.
Textos como las bendiciones de Jacob (Gn 49,10), el oráculo de Balaán (Nm 24,17), la profecía de Natán (2Sam 7) y los salmos reales (como los Sal 2 y 110) serán desarrollados por Isaías, Jeremías y Ezequiel en dirección a la espera de un futuro ‘mesías’ real, heredero del trono de David. Las promesas de restauración del sacerdocio de textos como Jr 33,14-26 (ausente en los LXX) y el oráculo sobre el sumo sacerdote Josué recogido en Zac 3 servirán de punto de arranque de la esperanza posterior de un ‘mesías’ sacerdotal, lo mismo que la doble investidura de los ‘hijos del aceite’ (los ‘ungidos’), Zorobabel y Josué, en Zac 6,9-14 serán el punto de partida de la espera de un doble ‘mesías’, reflejo de la división de una cierta división de poderes presente ya desde Moisés y Aarón. De la misma manera la presencia de la triple función rey, sacerdote, profeta, unida al anuncio de la futura venida de un ‘profeta como Moisés’ de Dt 18,15.18 y a la espe¬ranza concreta del retorno de Elías de Mal 3,23 servirá de punto de arranque para el desarrollo de la esperanza en la venida de un agente de salvación escatológico, se le designe o no como ‘mesías’. Igualmente la presentación de la misteriosa figura del ‘siervo de YHWH’ de los capítulos 40-55 de Isaías como una alternativa al mesianismo tradicional en la perspectiva de la restauración dará como resultado el desarrollo de la esperanza de un ‘mesías sufriente’, y el anuncio de Mal 3,1 de que Dios ha de enviar a su ‘ángel’ como mensajero para preparar su venida permitirá desarrollar la espera de un mediador escatológico de origen no terrestre”.


La cita es larga, pero merece la pena pues en ella se hallan perfectamente resumidos los impulsos veterotestamentarios que luego darán sus frutos tanto en las concepciones mesiánicas del grupo que se esconde tras los manuscritos de Qumrán como en el cristianismo. Es ciertamente en la época helenística cuando florecen estas semillas previas, pues la figura de un mesías no pertenece al núcleo esencial de las esperanzas escatológicas de Israel y del judaísmo, aunque sí, por el contrario, la espera de una reunión y retorno de las diez tri¬bus dispersas en el futuro reino de Dios en un Israel renovado por la potencia del Altísimo.

En el Antiguo Testamento el mesías se perfila con nitidez sólo en el libro de Daniel, donde aparece por primera y única vez esa misteriosa figura de un como “hijo de hombre”, que adquirirá rasgos mesiánicos definidos;

• En la teología de los Evangelios sinópticos (Mt, Mc Lc) como en el Libro de las parábolas de Henoc (una parte del ciclo de Henoc recogido en el libro de ese nombre);

• En los Salmos apócrifos de Salomón (en especial en el salmo XVII, del s. I a.C.: mesías político-davídico);

• En el Testamento de los XII Patriarcas (Testamento de Leví 18: mesías sacerdotal),

• Y en los escritos de la subsecta esenia de Qumrán, donde aparecen textos que testimonian la espera de un mesías davídico, político-militar, de un mesías sacerdotal, indicios de un cierto “mesianismo” celeste, e incluso la sorprendente creencia en un doble mesías, “el de Aarón y el de Israel”, es decir un mesías sacerdotal y otro real-político: Regla de la comunidad, 1QS IX 9-11.

El cristianismo, como secta judía de la época helenístico-romana desarrollará tras la muerte de Jesús la teología del mesías como “siervo sufriente-triunfante” y la concepción de un mesías celeste. Luego, una vez bien formada esta teología, la aplicará retroactivamente a la vida del Maestro -poniendo en bocas suya ciertas sentencias al respecto- para explicar su aparentemente inexplicable fracaso. Aclaremos brevemente este punto.

Las ideas cristianas, sorprendentes para un judío medio del s. I de nuestra era, entroncaban sin embargo con la imagen que ciertos grupos apocalípticos judíos de época helenística se habían forjado de un mesías “celeste o trascendente”. Cuando se espera un fin inmediato del mundo presente (lo que ocurre tanto en la apocalíptica judía como en la cristiana), parece claro que la idea de un mesías puramente político, guerrero y terreno tiene poco lugar. Sólo Dios, o un delegado a su altura, pueden hacerse cargo de instaurar el Reino y de la tarea del Gran juicio.

Entonces o bien es Dios quien se encarga de esta labor, a saber, juzgar a las naciones en los últimos instantes, o bien la delega en un alto comisionado suyo. Este delegado divino adquiere en esos momentos los rasgos de una figura celeste, lugar de donde viene: aparece descendiendo desde los cielos, sobre las nubes, como una figura maravillosa que porta a la tierra paz, felicidad, prosperidad..., las condiciones ideales para instaurar una nueva sociedad que observe con gozo la Ley.

Este “mesías” o ayudante celeste de Dios es más bien un sacerdote o un rey paradisíaco (véase 2 Baruc 73 o Testamento de los XII Patriarcas, Testamento de Leví 18) que abrirá a Israel las puertas de un nuevo paraíso, de una nueva época dorada. No es necesario insistir en la importancia de estas ideas para la plasmación posterior del mesianismo cristiano como hemos indicado hace un momento.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
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