Jesús como el “Hijo del Hombre” (II)

Hoy escribe Antonio Piñero

Continuamos con los textos principales del Nuevo Testamento en los que se relaciona la venida ("segunda") del Hijo del Hombre con Jesús, como prometimos en el post anterior.

El evangelista Marcos describe así la escena de la venida del Hijo del Hombre:

Mas por esos días, después de aquella tribulación, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas irán cayendo del cielo, y las fuerzas que están en los cielos serán sacudidas. Y entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vientos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo (13,24-27).


A él le siguen en lo fundamental los dos evangelistas denominados sinópticos (Mateo y Lucas; Juan no trae este paso). Mateo añade que antes de la aparición del Hijo del Hombre como tal se verá su bandera en el cielo: “Entonces aparecerá el estandarte del Hijo del Hombre en el cielo y se lamentarán todas las tribus de la tierra” (Mt 24,30).

Lucas es más colorista:

Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrella, y sobre la tierra perturbación de las naciones, aterradas por los bramidos del mar y la agitación de las olas, exhalando los hombres sus almas por el terror y el ansia de lo que viene sobre la tierra, pues los poderes celestes se conmoverán. Entonces verán al Hijo del Hombre venir en una nube con poder y majestad grandes (Lc 21,25-27).


El Evangelio de Mateo precisa que la venida del Hijo del Hombre será absolutamente repentina y describe también la escena:

Porque como el relámpago sale por oriente y brilla hasta occidente, así será la venida del Hijo del hombre […] Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, y las fuerzas de los cielos serán sacudidas. Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre; y entonces se golpearán el pecho todas las razas de la tierra y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria. El enviará a sus ángeles con sonora trompeta, y reunirán de los cuatro vientos a sus elegidos, desde un extremo de los cielos hasta el otro […] Mas de aquel día y hora, nadie sabe nada, ni los ángeles de los cielos, ni el Hijo, sino sólo el Padre […] Velad, pues, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor […] Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre […] Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria” (Mt 24, 27-4 + 25,31).


El Apocalipsis hace una fugaz mención a un como “Hijo de hombre” dos veces: al comienzo de la obra (1,13) y en el capítulo 14, en un contexto claro de juicio final, aunque éste será descrito más tarde :

Y seguí viendo. Había una nube blanca, y sobre la nube, sentado, uno como Hijo de hombre, que llevaba en la cabeza una corona de oro y en la mano una hoz afilada. Luego salió del Santuario otro Ángel gritando con fuerte voz al que estaba sentado en la nube: «Mete tu hoz y siega, porque ha llegado la hora de segar; la mies de la tierra está madura.» Y el que estaba sentado en la nube metió su hoz en la tierra y se quedó segada la tierra (Ap 14,14-16).


Que este Hijo de Hombre es Jesús queda claro por el contexto del libro:

Me volví a ver qué voz era la que me hablaba y al volverme, vi siete candeleros de oro, y en medio de los candeleros como a un Hijo de hombre, vestido de una túnica talar, ceñido al talle con un ceñidor de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos, como la lana blanca, como la nieve; sus ojos como llama de fuego; sus pies parecían de metal precioso acrisolado en el horno; su voz como voz de grandes aguas. Tenía en su mano derecha siete estrellas, y de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro, como el sol cuando brilla con toda su fuerza. Cuando lo vi, caí a sus pies como muerto. El puso su mano derecha sobre mí diciendo: «No temas, soy yo, el Primero y el Ultimo, el que vive; estuve muerto, pero ahora estoy vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la Muerte y del Hades (1,12-18).


Seguiremos con el análisis y comentario de los textos presentados. Saludos cordiales de Antonio Piñero
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