La ética. Formación de grupos religiosos. La religión judía al contacto con el helenismo (XIII)

Hoy escribe Antonio Piñero

No podemos dejar de mencionar en estos posts, aunque sea brevemente, la mutación, o más bien progreso, que experimenta la vida ética del judaísmo helenístico. Esto ocurre en parte por un profundo movimiento de reflexión interna, en parte también por la absorción de ideas de la ética helenística, estoica sobre todo, que había difundido por medio de sus filósofos “predicadores” callejeros unos códigos o normas de buen comportamiento en todos los ámbitos: sociales y familiares, que se difundieron por todas las regiones durante el Helenismo y que aceptaron los judíos.

Estobeo nos ha conservado fragmentos de “códigos de conducta” helenísticos de un tal Herodas, filósofo estoico, que responden a los siguientes lemas: cómo servir a los dioses, a la patria, a los padres, a los parientes; sobre el amor a los hermanos; sobre el cuidado de la casa, sobre el matrimonio y los hijos. Estobeo hizo unos resúmenes de estas listas –que han llegado hasta nosotros- porque vio que habían tenido éxito y fueron de amplia difusión en el mundo antiguo. Listas similares se hallan en otros autores paganos como Cicerón, Horacio o el Pseudo Plutarco. El judaísmo asimiló totalmente este modelo y en autores judíos como el Pseudo Focílides y Filón se encuentran catálogos semejantes.

El rumbo general de la moral judía en estos momentos no podría caracterizarse ya sólo como una ética práctica, una moral que tiene los ojos puestos sólo en el comportamiento en este mundo, sino también una ética con trasfondo escatológico, es decir, que orienta su vista hacia la retribución en el más allá. Ciertamente continúa el primer aspecto, el objetivo tan judío de una vida mundana piadosa, mesurada, pacífica, próspera, llena de obras de misericordia, bendecida por Dios.

Todo esto no podía perderse porque era una herencia segura y sólida de la literatura sapiencial (Proverbios, Eclesiástico, Salmos), pero no puede olvidarse el segundo: la idea del juicio en el más allá otorgará a este judaísmo helenístico un nuevo impulso ético fuerte: en el tribunal de Dios se juzgará, con recompensas o castigos eternos, el comportamiento en esta vida. Atrás han quedado las creencias judías de que todo se terminaba en este mundo y de que la presunta “vida en el más allá”, si es que podía ser definida así, era una existencia de sombras como humo, sin premiso ni castigos.

Consecuentemente, y a tenor de lo apuntado antes, la moral se desprenderá también un tanto del marco de la vida nacional y pasará a la esfera del individuo. Y a pesar de que resulte llamativo que autores como Séneca, tan interesados por la ética, pasen por alto el componente ético de la religión judía que les hubiera resultado tan digno de admiración, lo cierto es que el judío helenizado insistía menos en el estrecho marco de la tradición judía nacional para adoptar el concepto de “ciudadano del mundo”, tan central en el pensamiento estoico.

Formación de grupos religiosos

Cuando una religión sale de los límites de religión tribal y se transforma más en “iglesia” o confesión, como hemos indicado, parece evidente que tarde o temprano se van formando grupos más o menos cerrados y delimitados de piadosos que se creen a sí mismos los mejores representantes de esa religión. Así se fueron configurando espontáneamente desde el exilio, pero sobre todo en época helenística, las llamadas “filosofías” o “sectas” entre los judíos de las que nos habla Filón de Alejandría, pero sobre todo Flavio Josefo, y que responden a estas características: se estiman a sí mismos como los mejores representantes de la verdadera religiosidad. Estas “hairéseis” o “sectas” (mejor sería “grupos religiosos”) son fundamentalmente cuatro: los saduceos, los fariseos, los esenios y los celotas o “celosos” de la Ley. Para este apartado remito al lector al capítulo de Aharon Oppenheimer, “Sectas judías en tiempos de Jesús” la obra colectiva Orígenes del cristianismo, El Almendro, Córdoba, 21995, 123-139 y 165-174.

Diferencia entre grupo, partido y secta

Sabemos también que alguno de los grupos formado en esta época era tan particular que le podría cuadrar bien el calificativo de “secta”. La diferencia entre una “secta” y un mero “grupo” religioso radicaba -dentro del judaísmo de nuestra época- en el grado en el que un conjunto de fieles concretos se consideraba a sí mismo como el “verdadero Israel”, y en la medida en la que mantenía o no una actitud de riguroso apartamiento de los demás, incluidos los oficios y sacrificios del Templo. Estas dos notas cuadran muy bien con los esenios, sobre todo con la subsecta de Qumrán, como veremos. Más tarde cuadrará también con muchos de los “nazarenos” o primeros cristianos.

Pero si un grupo no excluía a los demás judíos del auténtico y verdadero Israel, sino que sólo se consideraba a sí mismo un mejor practicante de la Ley y no se apartaba de las festividades y culto del Templo común, podemos decir que se trataba simplemente de un “grupo”, o en todo caso de un “partido”, pero no de una “secta”. Esta denominación de grupo o partido cuadra muy bien con la mayoría de los nombrados anteriormente: fariseos medios, saduceos, celotas y sicarios no extremos.

¿Por qué en concreto se formaron en Israel grupos o sectas religiosas?

Aprovecho para este apartado y el anterior material de mi obra Año Uno. Israel y su mundo cuando nación Jesús, Laberinto, Madrid, 2008. Una observación previa antes de responder a esta cuestión: en Israel muy poca gente formaba parte de un grupo religioso, de una secta o partido tanto en los momentos de su nacimiento como en el Año 1, pues la inmensa mayoría eran creyentes sin más –“el pueblo de la tierra” al que arriba nos referimos- sin afiliación a grupo alguno.

Más o menos para el siglo en el que vivió Jesús se contabilizaban unos seis mil fariseos, unos cuatro mil esenios y un número mínimo de saduceos, sin precisar. La inmensa mayoría, pues, estaba compuesta de judíos normales sin adscripción partidaria alguna, aunque casi todos creyentes de corazón.

Sin embargo, los grupos o partidos tenían una cierta influencia en Israel. ¿Por qué precisamente en ese país habían llegado a formarse tiempo ha los grupos religiosos? La respuesta puede ser: por la conjunción de varias razones, sobre todo dos:

1. Porque la Ley era omnipresente en la vida de un judío,

y 2. Porque la Ley era objeto de estudio y análisis minucioso.

Las dos razones insisten en algo obvio: todo el país de Israel era intensamente religioso. El índice de gente “practicante”, observado con ojos de hoy, era elevadísimo y la Ley ocupaba el primer puesto en el pensamiento de los israelitas. La Ley y la Alianza habían conformado y moldeado una cultura religioso-política en la que no se distinguía en absoluto qué era religión y culto a Dios y qué meramente vida corriente o gobierno de la nación. Para entender este fenómeno hoy día tenemos que pensar en los países islámicos altamente religiosos, en los que tampoco se distingue la religión de la política y la cultura, en los que los clérigos ordenan y controlan no sólo la vida religiosa, sino la social y política, y en donde el Corán es no sólo la norma religiosa, sino la “constitución” verdadera de la vida política nacional.

Era natural entonces en Israel que los superpracticantes tendieran a unirse espontáneamente para proteger su modo de vivir la religión más intensamente.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero
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