Síntesis y valoración: El cambio general de la religión judía al contacto con el helenismo (y XV)

Hoy escribe Antonio Piñero

En este úlñtimo post de la serie ofrecemos una breve síntesis y valoración de los cambios

Hemos dibujado en apretada síntesis lo que creemos más notable en la evolución de la religión judía en época helenística. Resumo sus rasgos principales:

• Trascendentalización y alejamiento de Dios;
relleno del espacio intermedio entre la divinidad y el hombre con hipóstasis divinas, ángeles y demonios;

• Desligamiento de la religión de los lazos estrictamente nacionales y constitución del judaísmo más como una “iglesia” o confesión que como religión de una nación delimitada geográficamente;

• Cierto apartamiento de la piedad cultual del Templo y mayor hincapié en la religiosidad individual centrada en la observancia de la Ley, cuyo centro de estudio y expansión es la sinagoga y no el Santuario;

• Nueva antropología, el hombre compuesto de alma y cuerpo,separables y sus consecuencias;

• Consecuentemente una nueva doctrina del mundo futuro, de la inmortalidad / resurrección y de la retribución en la otra vida;

• Afianzamiento en la creencia del mesianismo;

• Fortificación del ideario apocalíptico y escatológico: espera ansiosa de un cambio de rumbo en los asuntos terrenos con la intervención de Dios para crear una nueva politeía en la que la Ley de Moisés sea la regla fundamental;

• Una nueva ética más individualista y precisa orientada no sólo a los quehaceres de esta vida sino también a la participación en el mundo futuro.

• Formación de grupos religiosos, entre los que destacan tres: saduceos, fariseos y esenios.

La primera consecuencia de la contemplación de estas nuevas perspectivas religiosas del judaísmo helenístico es caer en la cuenta de cuán variado era en su ideología y en su práctica. Con razón puede afirmarse que la religión judía de la época helenística era más un caleidoscopio que un espejo de una sola cara. Nos confirmamos en que no existía una “ortodoxia” (la fe albergaba sin problemas en su seno a un negador de la resurrección en la vida futura y a un acérrimo defensor de ella), sino una “ortopraxia”, es decir la observancia de la Ley y de unos cuantos preceptos de convivencia.

El problema que plantean estos cambios de la religión del judaísmo en época helenística desde el punto de vista de la historia de las religiones es sencillamente dar una explicación de las fuerzas impulsoras que propiciaron o movieron tales mutaciones. Hemos insinuado ya la explicación más sencilla: una evolución interna del pensamiento teológico y piadoso dentro del mismo judaísmo que desarrolla por sí mismo los gérmenes de ideas sólo incoadas en los estratos más tardíos del Antiguo Testamento (digamos hasta el s. IV a. C.). Pero esta aclaración no basta.

Y hemos apuntado también a un tipo de influencia que parece relativamente clara: la de la filosofía griega popularizada, sobre todo el platonismo y su concepción de la preexistencia de las almas, (herencia órfica antigua) que aclara la aparición de la creencia en la inmortalidad del alma en el judaísmo y el desarrollo de una doctrina de la retribución divina en la otra vida. Otro aspecto es la con¬solidación de la ética moldeada en contacto con los preceptos estoicos que calaron también en el espíritu de los sabios y piadosos israelitas y contribuyeron a este cambio y a la solidificación de una religión no sólo orientada hacia esta vida, sino también hacia la futura.

Otro plausible influjo señalado unánimemente por la escuela de la historia de las religiones es el de la religión irano-persa, tan estimada por los judíos. De la religión irania bien pudo tomar el judaísmo el impulso suficiente para desarrollar con más fuerza su angelología y demonología, las doctrinas apocalípticas y escatológicas de los eventos que acompañan el fin de los tiempos y sobre todo el marcado dualismo, que se muestra con claridad especialmente entre los apocalípticos y en los escritos de los esenios del Mar Muerto.

Es muy posible que el influjo más profundo de la religión persa se diera en la expansión de las concepciones dualistas que llegan hasta la teología de los manuscritos del Mar Muerto, y que en el cristianismo encuentra su mejor expresión en el Cuarto Evangelio. Ya desde los principios de la religión irania se concebía al universo como presidido por un señor sabio, Ahura Mazda, con el que coexistían en paridad otros dos espíritus más, el del Bien, Spenta Mainyu y el del Mal, Angra Mainyu. La contradictoria estructura del mundo es el resultado de la oposición de los dos espíritus primordiales, enfrentados entre sí como la luz y las tinieblas, que luchan con fuerzas iguales.

En un estadio más avanzado de la religión irania, que se nota igualmente en el judaísmo, esta oposición se traslada al ámbito moral, con la oposición en el hombre entre el principio de las buenas acciones, la inclinación buena, y el de las malas, la inclinación perversa. Pero tanto en el reino cosmológico como en el moral o ético el principio bueno acabará por imponerse y el malvado quedará destruido, los justos separados de los malvados y el orden del universo definitivamente restaurado. Ecos de estas ideas son fácilmente perceptibles en el judaísmo de época helenística y continúan hasta ser recibidos por el cristianismo.

Debemos hacer hincapié aquí en que este dualismo cósmico persa primitivo, consistente en dividir el cosmos en dos fuerzas supremas, una divinidad buena y otra malvada con igualdad de poderes, fue objeto de reforma por parte de Zaratustra (¿hacia el s. VI a. C.?), quien difundió la concepción de que estos dos principios, bueno y malo, no son más que meras entidades secundarias, Amesa Spenta, démones en la terminología griega, subordinados a un único Dios supremo, el mismo Ahura Mazda, de quien proceden por vía de generación. El judaísmo helenístico recibirá y purificará este dualismo cósmico atemperado. El judaísmo de esta época reconoce ciertamente el dualismo, acepta la existencia de poderes adversos a Dios, pero siempre los subordina al Altísimo y no los concibe actuando sin, al menos, la permisividad divina.

Todos estos posibles influjos, griegos y persas, aunque en algunos casos concretos difíciles de precisar, parecen innegables. Existe una cierta tendencia a rechazar o minimizar estas influencias y a reducir todo el cambio de la religión judía en época helenística a puras fuerzas de evolución interna. El motor de este impulso apologético, poco declarado a veces, es la idea subyacente de que la religión revelada sólo nos puede venir a través del judaísmo, por medio de un progreso interno en el seno de una religión que es el vehículo de la revelación histórica.

Creo modestamente que esta perspectiva no hace justicia a la historia de las religiones. El creyente consecuente hoy día debe caer en la cuenta de que la religión es también evolución y que ésta se explica históricamente. No en vano el cristianismo es una de las mutaciones más sorprendentes del judaísmo en época helenística tardía.

Saludos cordiales de Antonio Piñero
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