El vocablo "evangelio" en el cristianismo primitivo (IV)

Hoy escribe Antonio Piñero

La comunidad primitiva y el uso de "evangelio"
Sí parece probable es que la comunidad palestinense, en general, empezara ya a utilizar el vocablo “evangelio” para designar la proclamación de la inmediata venida del Reino de Dios y de la llegada de Éste en juicio, como quizás pueda deducirse de Mt 24,14:

Se proclamará esta Buena Nueva del Reino en el mundo entero, para dar testimonio a todas las naciones. Y entonces vendrá el fin,


que es un texto redaccional, sin duda alguna, por tanto del estrato del Evangelista y su comunidad. Pero en los Evangelios de Lucas y Juan no aparece el sustantivo “evangelio”, aunque sí el verbo “evangelizar” unas diez veces (Lc 1,19; 2,10, 3,18; 4,18.43; 7,22; 8,1; 9,6; 16,16; 20,1) lo que indica quizás que en sus comunidades se utilizaba menos como término absoluto (¿?).

Si el texto de 1 Cor 15, 1.3-5:

Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el cual permanecéis firmes […] Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se apareció a Cefas y luego a los Doce


es una cita, como mantienen la mayoría de los comentaristas, tendríamos en él una indicación bastante segura de que fue la comunidad judeo-helenística, de la que es deudora Pablo, la que comenzó a utilizar el vocablo “evangelio” para designar el “mensaje” cristiano. Como apuntamos anteriormente, en una atmósfera lingüística griega, en la que coincidían tanto la influencia de al Biblia de los LXX como la del vocabulario del culto al soberano, el término “evangelio” debió de parecer muy apropiado para designar el nuevo y verdadero mensaje de salvación universal.

Por tanto, los misioneros cristianos helenísticos, de lengua griega, portadores de una tradición prepaulina, y movidos por el uso lingüístico en el que se movían, tanto ellos como sus posibles adversarios (los que predicaban otros mensajes de salvación en el Mediterráneo oriental, que eran bastantes), emplearon el sustantivo “evangelio”, en singular y de modo absoluto para describir:

• La formulación básica de lo que había acontecido en Cristo (su muerte y resurrección salvadoras = 1 Cor 15,3),

• El resumen de la predicación misionera cristiana con sus motivos (= 1 Tes 1,5-2,9),

• La fe en el cumplimiento de la Promesa (a Abrahán y su descendencia, como luego interpreta Pablo en Gálatas),

• La exaltación de Jesús (= Rom 1,1-4)

• O una breve síntesis de la predicación de Jesús mismo (= Mc 1,15; 8,35; 10,29; 13,10).

De este modo, el grupo cristiano de la segunda generación amplió el significado del término “evangelio” creando para él un nuevo y preciso contenido semántico para un vocablo ya viejo, un sentido que dura hasta hoy día.

El paso del evangelio oral al evangelio escrito

Al principio, en los primeros momentos del grupo de seguidores de Jesús reunidos en torno a la viva creencia de que él en verdad estaba vivo entre ellos aunque espiritualmente, la transmisión de los dichos y hechos de Jesús fue sin duda, puramente oral. Además de que este hecho fuera de por sí normal al inicio de la formación de todo grupo de este estilo, la creencia en la inmediata venida de Jesús como juez (parusía), para completar su misión mesiánica que su aparente fracaso en la cruz había dejado sin concluir, no podía permitir otra cosa.

Pero esta mera proclamación de la “buena nueva”, tanto a ya convencidos como a posibles candidatos a la fe, hubo de sufrir cambios con rapidez. El primero fue debido a la necesidad de la catequesis interna, a los que ya habían abrazado la fe. Esto llevó sin duda a fijar fórmulas por escrito de la tradición oral (la simple “proclamación”) aunque en cada lugar con una forma distinta.

Es opinión en general aceptada que tales fórmulas catequéticas se ven reflejadas:

• Primero, en las cartas de Pablo (hemos citado 1 Tes 1,5ss, 1 Cor 15,3ss y Rom 1,1-4)

• Y, en segundo lugar en los discursos puestos en boca de Pedro y Pablo en los Hechos de los Apóstoles (escrito hacia el 90 d.C.),

compuestos por Lucas, pero que indudablemente intentaban reflejar esa catequesis primitiva. Así pues, en estas citas paulinas y en los discursos mencionados tenemos un reflejo de la primera puesta por escrito de la tradición oral.

La catequesis sobre Jesús –naturalmente desde la perspectiva de su resurrección, etc.- hizo que los cristianos comenzaran a sentir vivamente las diferencias que había entre sus enseñanzas catequéticas sobre el Maestro y lo que los judíos no creyentes en él, la inmensa mayoría, seguían pensando. De esta percepción de las diferencias se fue formando lo que era doctrina específicamente judeocristiana. La concretización pudo hacerse ya por escrito.

Es éste otro paso en la puesta por escrito de la tradición oral es el que se suele denominar la “composición de hojas volantes”. Por esta expresión, que refleja una mera hipótesis, se entiende las notas en las que se consignaban las enseñanzas de la catequesis y que luego debían de llevar consigo los primeros predicadores que anunciaban a Jesús primero a los judíos, luego a los gentiles.

Tales notas debían reflejar, pues, la catequesis común, y eran necesarias porque la predicación se efectuaba lejos geográficamente de la Iglesia madre de Jerusalén que era en principio la que guardaba los recuerdos personales de Jesús. Parece razonable suponer que los predicadores sentían la necesidad de transmitir un mensaje fiel y común sobre Jesús. El medio para lograr este objetivo debía de ser la reunión por escrito de la tradición que reflejaran en lo posible ese sentir común.

Escribe al respecto Antonio Salas:

Para conjurar el peligro (de no transmitir la tradición recta sobre Jesús) los predicadores cristianos necesitaban criterios objetivos. ¿Dónde encontrarlos? Siendo imposible recurrir en cada caso a los “Doce”, urgía disponer de un material que garantizara la genuinidad de los planteamientos doctrinales. De esto no hay constatación directa. Mas tampoco es necesaria, ya que tal ha sido siempre la dinámica de un movimiento religioso en busca de su identidad… ¿No resulta obvio suponer que (esas “hojas volantes”) eran el vademecum ideal para unos predicadores ávidos de anclar sus enseñanzas en el anuncio de Jesús?
Las formas literarias previas serían esas mismas hojas volantes, a las que alude la crítica hoy para explicar cómo, a pesar del pluralismo de ofertas, se mantuvo la misma fe. Cada predicador se procuraba el mayor número de tales “hojas” que constituirían su catecismo personal […] Se supone que cada hoja solía recoger algún dicho atribuido a Jesús, que a su vez se vinculaba a un hecho concreto (por ejemplo, milagros; disputas).
Todos estos supuestos, aunque faltos de certezas, brindan la explicación más obvia de unas “formas literarias” (= “hojas volantes”) que pretendían armonizar la fe resurrecionista con el mensaje histórico de Jesús


(“Los inicios. Las ‘formas’ anteriores a los Evangelios”, en Orígenes del cristianismo, El Almendro, Córdoba, 2ª ed., 1995, 28).

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero
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