La magia en el Antiguo Testamento (I)

Hoy escribe Antonio Piñero

Iniciamos hoy una nueva serie que, espero interese a los lectores, utilizando material del libro En la frontera de lo imposible. Magos, médicos y taumaturgos en tiempos del Nuevo Testamento, El Almendro, Córdoba, de 2001. En este libro se abordan muchos temas, incluido el de la magia en el Nuevo Testamento –a mi parecer hay poca, cuando se compara con otro material religioso de la época, a pesar de libros que afirman lo contrario- que pueden ofrecer interesantes motivos para la reflexión.

La condena de la magia

El Antiguo Testamento, por su amplio volumen, induce a una lectura rápida y superficial o al menos parcial a la mayoría de los lectores que se animan a abordarlo. Por este motivo la impresión general que puede obtenerse de tal lectura en el tema que nos ocupa es la de un pueblo, el israelita, bastante alejado de los cultos primitivos, muchos de ellos mágicos, de los pueblos que le rodean.

Aunque continuamente pecador ante un Dios único, airado y celoso que le impone leyes estrictas, que le envía mensajeros, los profetas, cuyos discursos son continuamente amenazadores, este pueblo va construyendo, lenta y trabajosamente, una religión monoteísta, intelectual y más racionalista que la de los pueblos de alrededor, una religión siempre tendiente a la pureza, al alejamiento de otros pueblos, idolátricos, de contaminados, mágicos e impuros cultos.

Hacia este fin se orientan las duras prescripciones, las condenas expresas y la lucha evidente contra todo lo que los dirigentes del pueblo consideran magia. El "Código de la Alianza", en el libro del Éxodo, prohíbe la magia bajo pena de muerte: "A la (mujer) que practique la hechicería no la dejarás con vida" (22,17). La prohibición supone que es sobre todo una práctica femenina: cf. 1 Sam 28,7 (la pitonisa de Endor); Ez 13,17ss (falsas profetisas).

El "Código Sacerdotal" del libro del Levítico prohíbe también un cierto número de prácticas mágicas o supersticiosas: "No cultivéis los encantamientos ni la astrología" (19,26); "No os dirijáis a nigromantes ni consultéis a adivinos haciéndoos impuros por su causa. Yo, Yahvé, vuestro Dios" (19, 31), y dictamina sin piedad la pena de muerte para los transgresores: "Si alguien consulta a nigromantes y adivinos prostituyéndose en pos de ellos, yo volveré mi rostro contra él, y lo exterminaré de en medio de mi pueblo" (20,6). Y al final de este capítulo se dice: "El hombre o la mujer en quien haya espíritu de nigromante o adivino, morirá sin remedio; (el pueblo) lo lapidará. Caerá su sangre sobre ellos" (20, 27).

No menos violenta es la condenación expresada por los profetas, quienes truenan poderosamente contra las prácticas de magia, adivinación, conjuros y hechicería. Le dice Dios a Ezequiel:

"Y tú vuélvete hacia las hijas de tu pueblo que profetizan por su propia cuenta... (esas tales) torturan el corazón del justo con mentiras... y aseguran las manos del malvado para que no se convierta de su mala conducta... por eso no verán más visiones vanas, ni pronunciarán más predicciones. Yo libraré al pueblo de sus manos" (Ez 13,17.22.23).


Y al final de los tiempos, según el profeta Malaquías, la sentencia reprobatoria alcanzará de lleno a los magos que se encontrarán entre los réprobos, condenados en el día de Yahvé (Mal 3,5).

Los israelitas, en esta condena de la magia, siguen la estela de otros pueblos del Próximo Oriente antiguo, en los que abundan las condenas de las prácticas mágicas ya desde tiempo de los sumerios. El rey Gudea de Sumer, en el tercer milenio a.C., prohibió ya la magia y expulsó a los magos de su territorio.


La realidad desborda la legislación

Pero, a pesar de tan tremenda artillería contra magos y adivinos, o precisamente por ella, es bastante claro a lo largo de todo el Antiguo Testamento para un lector que sepa leer entre líneas, que Israel era un pueblo bien entregado a la magia, por lo que era muy difícil para las autoridades religiosas erradicarla del pueblo. Se queja Isaías en 2,6:

"Has rechazado a tu pueblo, la casa de Jacob, pues están llenos de hechiceros y adivinos como los filisteos y con extraños chocan la mano":
.

Véase también Dt 18,9:

“Cuando hayas entrado en la tierra que Yahveh tu Dios te da, no aprenderás a cometer abominaciones como las de esas naciones”,


lo que indica indirectamente que abundaban prácticas semejantes y Miqueas 3,5:

“Así dice Yahveh contra los profetas que extravían a mi pueblo, los que, mientras mascan con sus dientes, gritan: «¡Paz!», mas a quien no pone nada en su boca le declaran guerra santa
.

El acto de mascar se refiere aquí a una sustancia teófora que proporciona automáticamente un acercamiento a la divinidad.


Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero
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