El vocablo Evangelio. Catalizadores de la tradición oral (VI)

Hoy escribe Antonio Piñero

Se ha señalado múltiples veces que la vida de la comunidad primitiva iba proporcionando diversos ejes cardinales y catalizadores que posibilitaban la lenta cristalización, por escrito, de las palabras de Jesús: la predicación, los actos litúrgicos, las controversias con judíos o, más raro, con paganos, las peripecias de la misión.

Se ha observado también que del marco geográfico de determinadas perícopas ofrecido por los Evangelios mismos puede deducirse qué localidades determinadas se hallan en el origen de algunas tradiciones. Así, por ejemplo, de Mc 1,16-3,4 puede deducirse que la actividad de Jesús extendida por toda Galilea fue recogida de especial modo en Cafarnaún, donde se le dio cuerpo por escrito.

Las tradiciones sobre la Pasión debieron de formarse en Jerusalén, primero oralmente, luego por escrito, en la desempeñó un papel importante la liturgia y las citas implícitas o explícitas del Antiguo Testamento. En esta misma localidad, la gran tensión de la espera escatológica debió de funcionar como catalizador para reunir dichos proféticos y apocalípticos de Jesús entre los que allí vivían y habían convivido con el Maestro; en las reuniones de las iglesias domésticas, donde se recordaba a Jesús en la fracción del pan pudo formarse una haggadah, una narración cristiana parecida a la haggadah judía de la Pascua, comenzando así a transmitirse relatos sobre la Última Cena.

En ambientes quizá “gnosticisantes” o en los que se tenía un mayor aprecio por temas sapienciales se recogerían los dichos de Jesús de este tenor, en los que el Maestro ya muerto aparecía sublimado y exaltado como una encarnación de la Sabiduría divina. Como ejemplo de este proceso véase Lc 11,49-51: “Por eso dice la Sabiduría de Dios: Les enviaré profetas…” en contraste con Mt 23,34-35 (habla Jesús): “Por eso, mirad os voy a enviar profetas…”. Es éste un ejemplo claro de un dicho puesto en boca de Jesús por un profeta cristiano que originalmente no debió de pronunciar el Maestro.

Se ha argumentado con razón que es en los evangelios coptos de Nag Hammadi (por ejemplo, el Diálogo del Salvador o el Evangelio de Tomás) donde puede observarse, o deducirse, cómo pudo ser la evolución intraevangélica de los dichos sapienciales de Jesús. Si se eliminan las excrecencias gnósticas del Evangelio de Tomás, pueden verse en él ciertos logia sapienciales de estructura más sencilla, parecidos a los que pudo pronunciar el Jesús histórico (si es que no hay algunos de ellos que son auténticos como el logion 82: “El que está cerca de mí está cerca del fuego, y el que está lejos de mí está lejos del Reino”). Tales dichos se desarrollaron luego dentro de la comunidad, por la mano de un profeta o redactor de hecho desconocido, en forma de diálogo sapiencial entre Jesús y un discípulo –como los recogidos en los textos de la Biblioteca de Nag Hammadi- , o en forma de un discurso o monólogo del Salvador como los que aparecen en el Evangelio de Juan.

La misión a los paganos requirió muy pronto que se fueran congregando historias de milagros que se contaban de Jesús para emplearlas en la apologética. Se puede sospechar que los primeros en recogerse fueron los auténticos milagros de Jesús, es decir, exorcismos con expulsiones de demonios y sanaciones, hechos en los que intervenía la fe del paciente y la potencia carismática del sanador. Más tarde esta posible primera colección de milagros auténticos se fue engrandeciendo con relatos legendarios, como los milagros denominados “contra las leyes naturales” (por ejemplo, el caminar sobre las aguas).

Que este proceso de formación de leyendas milagrosas no es una invención de los críticos puede saberse por el hecho siguiente: en el capítulo 8 de los Hechos de los apóstoles se recogen las primeras noticias sobre un tal Simón (vv. 9-24), que más tarde sería tachado de mago. De él se dice que deseaba comprar por dinero el poder de transmitir el Espíritu Santo y se sobreentiende también el poder de hacer milagros.

Pues bien, una vez asentada dentro de la tradición (hacia el año 90 d.C.) esta noticia, en más o menos de un siglo empezaron a circular los Hechos apócrifos de Pedro en donde se cuentan ya notables milagros realizados por ese mago. Esta relación se aumenta en extremo en las Homilías Pseudoclementinas, posteriores en su redacción definitiva a los Hechos de Pedro. Nadie puede dudar de que todos lo milagros atribuidos a Simón pro la tradición cristiana son puramente legendarios, creados por la función mitopoética de algunos creyentes imaginativos. Por tanto: igualmente puede pensarse que una vez asentadas las primeras colecciones de milagros auténticos de Jesús, se crearon legendariamente otros muchos que finalmente pasaron a la tradición evangélica, años más tarde, y han llegado hasta nosotros como realizados por Jesús mismo.

Para los momentos de la vida diaria de la comunidad, para su instrucción, consuelo o edificación, en las necesidades que requerían alguna palabra de Jesús para fundamentar alguna práctica o prohibir otras, diversos grupos procuraban congregar bloques de tradiciones del Maestro que le afectaban de una manera particular. De este modo se repetían y recordaban, utilizando sin duda técnicas memorísticas a las que los judíos estaban bien acostumbrados desde pequeños, palabras y hechos de Jesús.

Ahora bien, en mi opinión, la hipótesis de B. Gerhardsson (difundida por lo menos en tres libros importantes desde 1961 en adelante, comenzando por le famoso Memory and Manuscript. Oral Tradition and Written Transmission in Rabbinic Judaism and Early Christianity: (“Memoria y manuscrito. La tradición oral y la transmisión por escrito en el judaísmo rabínico y en el cristianismo primitivo”, Uppsala 1961) reducida a su más radical expresión: la de un grupo de más o menos doce transmisores de la doctrina de Jesús, un grupo muy calificado en técnicas rabínicas de memorización, me parece una mera y pía suposición. Con ella se ha llegado a defender posiciones q me parecen insostenibles como la de que el “Jesús de los Evangelios”, sin más, coincide con el Jesús de la historia (tesis conocida por ejemplo de Benedicto XVI).

Sí se puede mantener en todo caso la idea global de una buena capacidad de memoria de los antiguos y que Lucas –que idealiza él también desde su perspectiva de la segunda (¿o tercera?) generación cristiana- pinte a los transmisores de las palabras de Jesús como testigos oculares y seguidores, al igual que los discípulos de los rabinos.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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