El Adopcionismo. El problema teológico (IV)



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

El problema teológico del Adopcionismo

De la hipótesis que piensa en la controversia adopcionista como producto de la "evolución lógica de una teología hispana atrasada" y obsoleta, ya hemos hecho alusión en otro contexto. Es la tesis expuesta y defendida por E. Amann en la obra citada de A Fliche y V. Martin. El desarrollo de los debates demuestra justamente lo contrario por lo que a la teología "atrasada" y "obsoleta" se refiere. Los fautores del Adopcionismo, como Elipando y Félix de Urgel, lo mismo que sus debeladores españoles, Beato y Eterio, son teólogos que rayan a gran altura. Alcuino reconocía en Félix un adversario temible. Otros teólogos implicados en controversias similares, como Teodoro de Mopsuestia, el mismo Nestorio y los medievales Abelardo o Gilberto Porretano dejaron profunda huella en la historia de la Teología.

Pero repetimos que casar los datos del misterio y de la paradoja del Dios-hombre unidos en una sola persona, produjo siempre expresas o tácitas estridencias. Y los teólogos más sensibles las expresaban, al parecer, con el deseo sincero de clarificar un problema real o hacerlo más accesible a los cristianos del pueblo llano y más razonable a cuantos estudiaban estos temas con una reflexión más erudita. La misma doctrina trinitaria de Migecio, por más absurda y estrafalaria que nos parezca, hay que verla como un intento de dar a los cristianos ignorantes una versión de un misterio incomprensible de una forma simplificada y poco menos que tangible. Con ello, se compensaba la manía antitrinitaria de los musulmanes y su celoso y feroz proselitismo.

En esta última dirección va una tercera hipótesis, que sería un intento pastoral y apologético de presentar un acercamiento irénico entre el mahometismo y el cristianismo (Cf. J. F. Rivera, El Adopcionismo, Toledo, 1980, pág. 78). Tal hipótesis tiene argumentos demasiado subjetivos y frágiles. A lo largo de la controversia, todo se mantiene dentro de los parámetros cristianos: Biblia, Santos Padres, Liturgia toledana. No aparece una sola alusión a los poderes políticos de Córdoba. Y existiendo tantas tentativas de clarificar el dogma cristológico a lo largo de la historia de la Teología, no tiene lógica darle en este caso el sentido de una concesión al Islam. Como es notorio, el dogma musulmán es firme, fijo, inconmovible. Lo más que podríamos reconocer es que las ideas adopcionistas estaban más en consonancia con la fe musulmana, que reconoce a Jesús como un Profeta importante, pero nunca como Dios ni como una de las personas de una Trinidad. Del mismo Félix de Urgel, uno de los campeones del Adopcionismo, tenemos noticias de que escribió un libro "Sobre un sarraceno". En consecuencia, no es fácil conciliar ambas posturas como resultado de unos sentimientos paralelos. Aunque no conocemos el contenido de la obra de Félix, podemos estar seguros de que se trataba de una censura del Islam desde la perspectiva católica. Tanto más cuanto que el punto de vista de los antiguos mozárabes es que el Islam era una herejía, como Mahoma era un hereje. Con este calificativo describen a Mahoma Juan de Sevilla en su carta a Álvaro de Córdoba: Epistolario de Álvaro de Córdoba, carta VI, 9; J. GIl, CSM, pág. 200; G. Del Cerro y J. Palacios, pág. 93; Eulogio, Liber apolog., 16; CSM, II pág. 483; cf. Mem. Sanct., II 7: CSM, pág. 375. Pero el Islam era una herejía especial, dice Álvaro, ya que a diferencia de las otras, "pretende usurpar el testamento en lugar de Dios".

J. F. Rivera piensa en la posibilidad de que el choque entre los dos credos, el cristiano y el musulmán, que sin duda tenían aspectos paralelos, pudo provocar en algún sentido el enfrentamiento dialéctico. En efecto, el Islam predicaba un solo Dios, cuyo profeta Mahoma había comunicado su doctrina a los hombres. El cristianismo enseña igualmente la unidad de Dios, cuyo enviado Jesús había sido el transmisor del mensaje divino. En este aspecto, es preciso reconocer semejanzas y paralelismos. Pero el cristianismo daba el gran salto al reconocer en el Hijo de Dios y Dios verdadero al transmisor de la voluntad divina. Pero desde el campo apologético había que explicar y hacer más acorde con la razón el misterio, con lo que habría surgido la herejía en un campo de fronteras frágiles y fácilmente transgredibles (Elipando…, Toledo, 1940, pág. 40) .

Pero sobre el posible origen del Adopcionismo, Rivera piensa también en la cantidad de sirios que vinieron a España acompañando a los conquistadores. (Art. "Elipando" en DHGE, XV, 1963, cols 205-207). En las zonas sirias abundaban los cristianos deudores de las doctrinas de la escuela de Antioquía. Y es lógico que, al llegar a España y encontrar a otros cristianos de criterios distintos, entraran en contacto con ellos y trataran de exponerles sus puntos de vista nestorianos que, dicho sea de paso, tampoco eran tan absurdos desde el punto de vista de la razón. Si el problema de conciliar la persona divina de Cristo con las dos naturalezas perfectas creó problemas a los teólogos más sesudos, no tenía nada de particular que los cristianos sencillos, turbados además por las creencias de los invasores, se sintieran desconcertados. Los maestros de la fe tratarían de hacer más comprensible el misterio cristológico y se verían a su vez enredados en hilos tan complicados como sutiles. Sin embargo, hemos de reconocer honradamente que los argumentos tampoco son demasiado firmes ni convincentes, y están basados más en suposiciones, por muy atractivas que sean, que en datos y hechos comprobables. Esto lo reconocen los mismos que aceptan como verosímil la comunicación de los teólogos españoles con las doctrinas de la escuela antioquena a través del Norte de África, por ej., D. Meillet-Gérard, o. c., pág. 197s).

Todos estos detalles pudieron contribuir para dar origen a la herejía adopcionista. Pero tenemos la impresión de que no hace falta buscar sus orígenes por caminos tan torcidos. Ya hemos reiterado que la línea que separa la ortodoxia de la heterodoxia es tan fina y delicada que se pasa de un lado al otro sin demasiados esfuerzos. Cavadini aduce a favor de lo que vamos diciendo un ejemplo muy significativo. El caso del concilio XI de Toledo hace pensar a Cavadini más en el influjo de la tradición española que en el nestorianismo como fuente del Adopcionismo. Beato acusa abiertamente a Elipando porque divide y separa a Cristo en dos sujetos: uno, aquel por quien el mundo fue creado; otro, aquel por quien fue redimido (Aduer. Elip., I 42 (PL 96, 918-919.). Pero recuerda que el símbolo de fe del Concilio XI de Toledo (a. 675), en la segunda parte dedicada a la Encarnación, dice expresamente: "Éste (Cristo), porque salió (prodiit) del Padre sin principio, es solamente nacido, pues se cree (accipitur) que ni fue hecho ni predestinado; sin embargo, por haber nacido de la Virgen María, debemos creer que nació, fue hecho y fue predestinado" (Concilio XI de Toledo del a. 675: Denzinger, 285).

Esta confesión podría haber sido rubricada, quizá sin demasiados escrúpulos, por cualquiera de los adopcionistas. En el mismo apartado del Símbolo del Concilio XI de Toledo leemos: "Según la forma de Dios es igual al Padre y al Espíritu Santo; según la forma de siervo es menor que el Padre y que el Espíritu Santo". Notemos el recurso a la "forma de Dios" (forma Dei) y a la "forma de siervo" (forma serui), que tantos quebraderos provocaron a los protagonistas de ambos lados de la controversia. Y termina el fragmento del Símbolo referido a la Encarnación: "Éste, que antes de los siglos fue llamado unigénito, en el tiempo fue hecho primogénito por la naturaleza de la carne asumida (carnis assumptae)". Esta terminología tiene sonoros ecos de San Agustín en, por ejemplo, Contra Secundinum libro 5.

Millet-Gérard, D., Chrétiens mozarabes et culture islamique dans l'Espagne des VIIIe-IXe siècles, París, 1984. Esp. la Parte III, cap. 2.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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