La función de los profetas y maestros cristianos primitivos en la transmisión de los dichos de Jesús. El vocablo Evangelio (X)

Hoy escribe Antonio Piñero


Como decíamos el día anterior, extraemos algunas consecuencias que de los textos presentados hasta ahora pueden deducirse para el tema de la reelaboración de los dichos de Jesús.

A pesar de la abundante crítica hoy día contra el método de la Historia de las formas por su posible exceso al realzar la figura de los profetas como creadores verdaderos de dichos de Jesús luego atribuidos a él, opino que aún se debe admitir que los profetas gozaban de la función de transportar a la realidad presente las sentencias del Maestro, bien poco comprensibles, bien necesitadas de acomodación a las nuevas circunstancias de incorporación de paganos a la Iglesia.

Me parece difícil aceptar, sin embargo, que tales profetas plasmaran absolutamente ex novo, es decir, sin base alguna, dichos o hechos de Jesús, como muchos entusiastas de la Historia de las Formas han supuesto. Pero a la vez es imposible negar la evidente libertad con la que fue tratada la tradición. Por ello los profetas –y maestros- no sólo conservaron, sino que también alteraron y elaboraron la tradición de las enseñanzas de Jesús, sino también sus hechos.

Estimo, sin embargo, que no debieron de ser muy numerosos los cambios absolutos dentro del lapso de tiempo del estricto ministerio público del Maestro. Había suficiente material para acomodar y trasladar al presente en lo transmitido oralmente sobre Jesús como para sentir la necesidad de crear dichos y hechos de él totalmente nuevos y sin fundamento alguno. Existen casos, sin embargo:

· El problema ciertamente puede plantearse en verdad en ciertas clase de milagros contra las leyes naturales atribuidos a Jesús, sin duda fantasiosos.

· También en algunas escenas, en especial de la infancia, la Pasión, e historias en torno a la resurrección, construidas legendariamente con el único pie de textos del Antiguo Testamento.

· La natividad e infancia de Jesús, de la que no se conservaba memoria en la tradición y que hubo de ser creadas prácticamente ex novo.

Respecto a los dichos de la estricta “vida pública” de Jesús estimo que sólo se modificaron en parte.

Pongamos el ejemplo de la entrada de Jesús en Jerusalén en hoy llamado “domingo de Ramos”. Sin duda alguna hay detalles que están dibujados para que se “cumplan las Escrituras”, como ha sido señalado oportunamente; pero el hecho en sí de su entrada en la capital acompañado de fervorosos partidarios, así como el tipo de mesianismo estrictamente judío que albergaban los que aclamaron a Jesús (pocos o muchos; ¿galileos sobre todo?) y el concepto de mesianismo del propio Jesús son tan diferentes de lo que luego proclamará el cristianismo primitivo, que se imponen los resultados del criterio de dificultad para admitir que –tras las exageraciones literarias- hubo un núcleo histórico en ese hecho.

Otro caso previo a la estricta vida pública de Jesús: la narración de sus tentaciones en el desierto: tal como está el relato ahora (véase Mt 4,2-12) parece evidente que se trata de una reelaboración de una experiencia visionaria de Jesús (confróntese con Lc 10,17-18: “Regresaron los 72 alegres, diciendo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.» El les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo”). Pero detrás del elemento legendario debe sospecharse la experiencia – ¿por qué no en un lugar apartado, como hacía más tarde en su vida pública?- a modo de meditación y trance de un Jesús que toma la decisión de separarse del Bautista y fundar su propio grupo.

El aislamiento en bloques de la tradición sobre Jesús es un fenómeno secundario: el ejemplo más claro es el caso extremo de la recreación de discursos de Jesús dentro de la Escuela johánica, desligándolo de los marcos y ambientaciones considerados por los Evangelistas sinópticos, me parece secundario y tardío. Pero, también, tanto los evangelistas canónicos como muchos otros anteriores a ellos entresacaron la tradición sobre Jesús de la predicación o catequesis general de maestros y profetas pasado el tiempo. No podemos pensar que, por una parte, iba la liturgia, el culto y la exhortación moral y, por otra la tradición sobre Jesús. Por ello mantenemos que tales tradiciones se fueron actualizando y conformando según las necesidades del culto y de la parénesis cuando la Iglesia se había ya desarrollado bastante. Por tanto, secundariamente.

De cualquier modo, como el camino de la transmisión de la tradición oral está marcado por el convencimiento de que Jesús, más que un profeta, taumaturgo o maestro del inmediato pasado, era el Resucitado, que vivía realmente en espíritu en medio de sus fieles, es necesario pensar que cuando un profeta cristiano en posesión del mismo espíritu que tenía Jesús, hablaba en su nombre, tales palabras tenían el valor de las del Cristo presente y podían concebirse sin reparos como pronunciadas por él mismo… y transcurrir así, sin marca alguna por las vías de la tradición. En algunos casos –se debe ver y comprobar cada uno de ellos- tuvieron el privilegio de entrar en un bloque escrito de tradición de Jesús –de los anteriormente mencionados- y por ende en un “evangelio”.

Por otro lado, estimo que hay que conceder a los adversarios de la Historia de las Formas lo siguiente: es innecesario postular rígidamente para cada forma que luego se plasma dentro de los Evangelios, una estricta y rígida “situación vital” (“Sitz im Leben”, como término técnico y consagrado, en alemán) en la vida comunitaria. En este debate no puede darse una respuesta tajante, y los argumentos de probabilidad se equilibran. No cabe duda de la “situación vital” de una comunidad determinada se vio reflejada en la transmisión, selección y posible reelaboración de la tradición sobre Jesús, sobre todo a la hora de plasmarse en un escrito formal, tal como se desprende con toda nitidez de los resultados no de la historia de las formas, sino de la Historia de la Redacción.

Además casi todas las formas y los “ambientes vitales” de la comunidad cristiana más antigua eran ya situaciones previamente existentes en las sinagogas judías y su entorno, de las que procedían la inmensa mayoría de los cristianos de los primeros momentos. La predicación, la parénesis o exhortación, las discusiones teológicas o sobre la Escritura, la elaboración de normas para la vida diaria del grupo, etc., existían como muestras o ejemplos literarios ya en la vida de Jesús.

Por tanto, los discípulos de éste que conocían bien las Escrituras y la tradición sinagogal, no necesitaban verse inmersos en una situación social específica para generar un texto moldeado en una forma determinada. Tal forma podía proceder de la situación originaria sin tener que ser creada necesariamente por la situación del grupo que la transmitía. Pero tampoco estos hechos eran una garantía de que no fuera alterada luego de algún modo.

Para terminar, tampoco estamos absolutamente seguros de que los manuscritos llegados hasta nosotros reproduzcan con absoluta fidelidad lo que salió de la mano de sus autores. Sabemos, o intuimos, de varias ediciones de Marcos, de la que nos ha llegado sólo una (hay un libro muy reciente – publicado por Verbo Divino este mismo año- al respecto de Josep Rius Camps, que se basa sobre todo en un estudio exhaustivo de las variantes ofrecidas por el códice Bezae o “texto occidental” en Marcos).

El capítulo 21 del Evangelio de Juan está reconocido hoy casi universalmente como un apéndice al original: Mc 16,9ss es una añadido secundario del siglo II; es muy posible que Mc 6,45-8,26 estuviera ausente del ejemplar que leyó Lucas, pero sí estaba en el de Mateo; las páginas del Evangelio de Juan pueden estar desordenadas; hay material repetido en este Evangelio que un editor posterior no quiso rechazar y que lo admitió en la edición a pesar de que ya estaba…, etc.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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