El ritual de los sacrificios (II). La magia en el Antiguo Testamento (VI).

Hoy escribe Antonio Piñero

En el libro deuterocanónico de Tobías (cap. 6) encontramos una historia semejante de remedios mágicos contra las enfermedades, pera esta vez dictados por un ángel. Tobías, en compañía de un espíritu celeste, se pone en camino para encontrarse con la que había de ser su esposa. Al lavarse los pies en un río durante el trayecto, saltó del agua un gran pez con la intención de devorar una de sus extremidades. Pero el muchacho logró apoderarse del pez y lo arrastró a tierra. La atmósfera del texto da a entender que la pesca es milagrosa. El ángel le instruyó entonces así:


"Abre el pez, sácale la hiel, el corazón y el hígado porque son remedios útiles".


Un poco más tarde, preguntó el joven al ángel, su compañero de viaje:

"¿Qué remedios hay en el hígado, el corazón y la hiel de este pez?"


El espíritu le respondió:

"Si se quema el corazón o el hígado de este pez ante un hombre o una mujer atormentados por un demonio o un espíritu malo[la Vulgata lee aquí omne genus daemoniorum, es decir cualquier tipo de espíritu malo], el humo ahuyentará todo mal y lo hará desaparecer para siempre. En cuanto a la hiel, untando con ella los ojos de un hombre atacado por manchas blancas, y soplando sobre ellas, queda curado" (6,8-10).


El pasaje transcrito no hace otra cosa que recoger un rito mágico también conocido en el entorno (por ejemplo, en el mundo grecorromano la hiel tenía cualidades medicinales como testimonian Plinio, Historia Natural 32,24 y Galeno, Sobre las potencialidades de los remedios sencillos X 2,13) y sancionarlo con la aprobación divina por medio del ángel Azarías (= Rafael).

Al final del mismo capítulo del Libro de Tobías, el corazón y el hígado del pez habrán de servir de hecho -convirtiéndose en humo arrojados a las brasas de un incensario- para ahuyentar al demonio que, enamorado de la joven Sarra, había matado a sus siete maridos anteriores (6,17-18). Todo ocurre tal cual predice el ángel. El olor del pez expulsa al demonio, que escapa por los aires a Egipto. El ángel Rafael lo persigue, le da alcance, lo ata de pies y manos en un instante y lo encadena (8,1-3).

La versión de la Vulgata cae en la cuenta del sesgo mágico de la acción e intenta evitarlo atribuyendo la acción a Rafael directamente: Tunc Raphael angelus apprehendit daemonium = Entonces el ángel Rafael se apoderó del demonio.

Pero, partiendo del supuesto que lo corpóreo no puede ejercer poder sobre lo espiritual, tenemos aquí un caso claro de magia. Los comentaristas sienten notable embarazo ante el texto y buscan alguna explicación en la alegoría: el hígado simboliza el poder de Dios; el acto es una especie de rito sacramental, pero el verdadero operante es Dios. Los exegetas protestantes aceptan con mayor naturalidad que este pasaje representa un acto de magia. Bien es verdad, sin embargo, que en el cap. 12, en el discurso de Rafael, el autor afirma que toda la acción es obra de Dios y que poner de relieve esta acción divina es la intención primaria del libro. Pero el autor cree sin duda en la magia, que la divinidad utiliza para sus fines.

Hay otros textos judíos que reflejan un remedio parecido. Así Pesiqta 40a: para expulsar al demonio, hay que tomar ciertas raíces, se queman y el humo producido más una aspersión de agua expelen al diablo. Flavio Josefo dice en Antigüedades 8,2-5 y Guerra de los judíos 7,6,3 que existe cierta raíz que expulsa a los espíritus. Las fumigaciones con fórmulas mágicas eran corrientes entre los babilonios; véase un artículo del biblista Maximiliano García Cordero, "Los espíritus malignos según las creencias judías del tiempo de Jesús", Ciencia Tomista 80, tomo 116 (1989), p. 430.

Otros ritos expiatorios propiamente israelitas, que prolongan antiguos usos de aguas lustrales se adscriben en el ámbito de la fe en la potencia de ciertas materias dotadas de una especial eficacia mágica. Así, la preparación del agua y sangre lustrales para la purificación del leproso tal como lo prescribe el Código Sacerdotal (Lv 14,4ss): el sacerdote mandará traer, dice el texto:

"Dos pájaros vivos y puros, madera de cedro, púrpura escarlata e hisopo. Después mandará inmolar a uno de los pájaros sobre una vasija de barro con agua pura. Tomará luego el pájaro vivo, la madera de cedro, la púrpura escarlata y el hisopo y lo mojará, junto con el pájaro vivo, en la sangre del ave inmolada sobre el agua pu¬ra. Luego rociará siete veces al que ha de ser purificado de la lepra. Y, tras declararle puro, soltará en el campo el pájaro vivo".


Otro uso claro de esta especie de magia es la preparación -para limpiar los pecados y la impureza ritual causada por el roce con un cadáver- del agua lustral a base de las cenizas de una vaca roja, tal como se prescribe en Nm 19. En la disposición interviene también la madera de cedro, el hisopo y la grana; todo ello, mezclado con las cenizas de la vaca roja ofrecida previamente en sacrificio, servía para preparar un agua lustral con la que se purificaba al que había tenido contacto, por ejemplo, con un cadáver.

Véanse en especial los vv. 20-22:

"Pero el hombre que quedó impuro y no se purificó, ese será exterminado de la asamblea, pues ha manchado el santuario de Yahvé. Las
aguas lustrales no han corrido sobre él: es un impuro".


El texto destaca el poder del agua lustral por sí. Esta creencia debía ser muy antigua y fue regulada por el Código Sacerdotal (P), al igual que otras instituciones hoy curiosas: las campanillas del vestido del sumo sacerdote (Ex 28,33s), el agua amarga de la ordalía de Números 5 y el chivo expiatorio (Lv 16).

Este rito tiene muchísimos paralelos en la historia de las religiones de otros pueblos muy diversos (navajos, basutos, tibetanos, etc., según recoge Frazer, The Golden Bough (“La rama dorada”) I 322-325. Para el mundo clásico, véase por ejemplo Virgilio, Eneida 6,228-231; Ovidio, Fastos 4,639.725.733 (también cenizas de una ternera mezclada con aguas lustrales). El contacto con un muerto también hace impuro: Eurípides, Ifigenia en Táuride, 380-383; Helena, 1430. Hay un paralelo avéstico para la mezcla de agua con algún producto de la vaca en el Vendîdâd 5,51; 7, 73-75 (orín de vaca más tierra y agua).

Por último en la Antigüedad se decía también que de la grana y las maderas de cedro e hisopo (quizás el origanum marjoranum) se obtenía un producto que tenía propiedades medicinales.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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