Recreación colectiva. La historia de la Redacción. El vocablo Evangelio (X)

Hoy escribe Antonio Piñero

Otra cuestión suscitada por el método de la Historia de las formas es el de la creación colectiva de dichos o hechos por Jesús atribuida a la “comunidad” sin más especificaciones. Creo que han sido criticada con razón exageraciones ciertas; por ejemplo, cuando se dice que la “comunidad” formó la llamada purificación del Templo para justificar la postura de los helenistas, acaudillados por Esteban, respecto a su crítica al Templo. Estoy de acuerdo en que es absolutamente necesario precisar más, y que en muchas ocasiones se ha abusado del término, en concreto de la frase "Esto es una creación comunitaria", para desembarazarse de perícopas evangélicas que contradicen una teoría determinada.

Ciertamente detrás de las recreaciones que hemos defendido en la postal anterior no hubo una comunidad en abstracto, sino un individuo concreto. Precisamente por ello hemos insistido en el papel desarrollado por los profetas entre los seguidores de Jesús. Sólo ellos estarían justificados para hablar en nombre de Jesús y probablemente sólo ellos fueron los creadores de “dichos de Jesús”. Y también hubo de haber una persona determinada, no la comunidad en general, a la hora de fijar como tradición de hechos Jesús una leyenda creada nebulosamente por no se sabe quién. En este caso suponemos que fue la presencia de alguno de entre los “maestros” –el otro grupo dirigente de las comunidades más primitivas- el que intervino con su sanción personal.

Parece de sentido común postular que tanto un dicho creado o remodelado por un profeta, o una leyenda sancionada por un maestro debían de reflejar el pensamiento del grupo –la “comunidad”- que se hallaba detrás de ella, sobre todo en los casos de difusión por escrito de un elemento de tradición. Debemos suponer que el grupo confirmaba y daba el espaldarazo a lo que se difundía en papiros, rollos o pergaminos sobre Jesús. De lo contrario, es de suponer que tales composiciones se perderían pronto en el olvido y no habrían llegado hasta nosotros.

La Historia de la Redacción

Otros pasos en la consignación por escrito de la tradición evangélica son mejor conocidos gracias a los arduos trabajos de tantos y tantos investigadores han empleado los métodos de la “Historia de la Redacción”. No creo que sea necesario detenerse aquí especialmente, pues pienso que lo fundamental del método quizá sea conocido por los lectores de este blog.

Sólo insistir en lo probablemente obvio: el método de la “Historia de la Redacción” ha puesto definitivamente de relieve cuánto hay de personal en la reelaboración de la tradición evangélica tal como ha llegado hasta nuestros días por parte de los autores de los evangelios canónicos: la estructuración y disposición de los materiales, breves comentarios personales, resúmenes de situaciones, engarces entre tradiciones o entre perícopas enteras... cosas que dejan clara una evidente intención teológica; ésta compone la atmósfera del relato y conduce al lector no crítico hacia una interpretación determinada y no otra posible. Quien caiga en la cuenta de la reelaboración que supone esta fase de los autores o redactores finales de los Evangelios, puesta de relieve por el método de la “Historia de la Redacción”, será muy prudente a la hora de afirmar que en los Evangelios tenemos la transmisión simple y sencilla de una tradición pura e intocada.

El primer caso conocido de reinterpretación es el del ensamblador o redactor del "Documento Q" cuyas líneas maestras e intencionalidad en sus varios estratos han puesto de relieve tantos estudios modernos. Viene luego Marcos y tras él los otros evangelistas, cada uno con su perspectiva teológica, hasta llegar el extremo máximo de elaboración del material tradicional que es el Cuarto Evangelio.

El proceso final y hasta cierto punto lógico de esta tendencia reelaboradora fue el intento de componer un solo evangelio armonizando los datos de los tres, o los cuatro, escritos luego canónicos. Las citas evangélicas de la Segunda Epístola de Clemente nos ilustran al respecto, como puso de relieve hace muchos años Helmut Koester en un estudio sobre la tradición sinóptica en los Padres apostólicos (Synoptische Überlieferung bei den Apostolischen Vätern = “Tradición sinóptica en los PP. Apostólicos”) de mediados del siglo pasado (volumen 65 de la valiosa colección Texte und Untersuchungen = “Textos e investigaciones”) Berlín 1957.

El desconocido autor de la Segunda Epístola de Clemente comienza a citar ya como texto sagrado lo que podemos suponer que era parte de una colección escrita de dichos de Jesús, sin variaciones, contenidos en los evangelios de Mateo y de Lucas. Pero en otros casos su citas parecen claramente un intento de armonización del texto de cada uno de esos evangelios, lo que produce la impresión como si el autor sólo conociera esos dos evangelistas y hubiera comenzado la tarea de armonizarlos para presentar a sus cristianos un texto único y sin variantes de los dichos de Jesús.

Algo similar puede decirse de las citas evangélicas de Justino Mártir. Según Köster, parecen presuponer un texto evangélico editado a base de una armonización sistemática de Mateo y de Lucas. El intento de manipulación que supone una armonía evangélica llega pronto a su culmen en el siglo II con la obra de Taciano el sirio (hacia el 170), discípulo de Justino Mártir. Para proporcionar a los cristianos de Siria un texto evangélico continuo armonizó en una única narración los relatos no sólo de Mateo y de Lucas, como sus predecesores, sino también de los otros dos evangelios y de alguna otra fuente extracanónica –posiblemente un evangelio judeocristiano- mezclando en esa reelaboración puntos de vista absolutamente dispares, y en algunos puntos irreconciliables, como los de los Sinópticos respecto al Cuarto Evangelio. La Gran Iglesia, sin embargo, no siguió este camino.

Concluiremos esta serie con el tema del “evangelio” como género literario… ¿único? Saludos cordiales de A. Piñero.
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