Sacrificios humanos (II). La magia en el Antiguo Testamento (VIII)

Hoy escribe Antonio Piñero

Concluimos hoy el tema de los sacrificios humanos

Un poco más tarde, en el siglo IX a.C., en época del rey Ajab, y con toda claridad también, encontramos el mismo bárbaro ritual. Un personaje de Betel, Jiel, reedificó Jericó. Dice el texto de 1 Reyes 16,34:

"Al precio de Abirón, su primogénito, (es decir, sacrificándolo) puso los fundamentos de la ciudad, y al precio de su hijo menor, Segub, puso las puertas, según las palabras que dijo Yahvé por boca de Josué, hijo de Nun".



Yahvé parece permitir al menos que logren su efecto tan tremebundos sacrificios, pues la reconstrucción se lleva a cabo en contra de una maldición de Josué contra quien osara emprender la reconstrucción:

"¡Maldito sea el hombre que se levante y reconstruya esta ciudad! ¡Sobre su primogénito echará su cimiento, y sobre su pequeño colocará las puertas!" (Jos 6,26).


Según algunos exegetas, sin embargo, no es seguro el sentido de "sacrificándolo" en el pasaje de 1 Reyes 16,34, como hemos interpretado arriba, ya que no se encuentran restos arqueológicos de tales tipos de sacrificio. Quizás -se añade- la muerte consignada en el texto fue accidental y fue interpretada por la tradición judía como castigo por no haber hecho caso a la maldición de Josué (6,26, que hemos citado a continuación). Pero, de admitirse esta explicación, sería necesario también postular un segundo "accidente", el del hijo menor, para la conclusión de las obras.

En 2 Samuel 21 (pasaje que comentaremos más adelante, en otra postal, cuando escribamos acerca del poder de la maldición) se menciona también clara aunque indirectamente la eficacia de los sacrificios humanos. El esquema de lo que cuenta el texto es el siguiente: Yahvé, comprometido por un juramento quebrantado y una maldición posterior, causa una notable sequía que asola a Israel. Luego, por medio de un oráculo (21,1) exige una expiación; aplacado por sacrificios humanos, hace cesar la hambruna.

Ocurrió así: en tiempos de David hubo hambre durante tres años consecutivos. El monarca consultó el rostro de Yahvé, por los medios usuales, las suertes (urim) o por el oráculo de un profeta. La divinidad respondió: "Hay sangre sobre Saúl y su casa porque mató a los gabaonitas". El rey convocó a los responsables de esta tribu amorrea y les preguntó: "¿Qué puedo hacer por vosotros y cómo puedo aplacaros para que bendigáis la heredad de Yahvé?". Los gabaonitas respon¬dieron: "Entréganos siete de entre los hijos de Saúl y los despeñaremos (esta traducción es problemática = hebreo hoka'num, del verbo yaqa', cuyo significado exacto se desconoce. También se propone: los "crucificaremos" o "empalaremos") ante Yahvé en Guibeá". Así se hizo. Se ejecutó cuanto ordenó el rey, y tras el sacrificio de los hijos de Saúl, "Dios quedó aplacado con la tierra" y cesó el hambre (vv. 1-14).

Hay en 1 Samuel 15,33 otra ejecución sagrada ante Yahvé, esta vez por parte de Samuel: se trata del conocido caso de la guerra contra los amalecitas, en la que Saúl no cumple con la ley del “anatema” (acabar con la vida de personas y ganado que la divinidad ha previamente decretado), sino que por intereses ocultos perdona la vida al rey Agag y a lo mejor del rebaño. Por esta falta Yahvé rechaza a Saúl y no acepta su arrepentimiento. Finalmente, Samuel despedaza a Agag ante Yahvé, con lo que al parecer la ira de Yahvé no cayó sobre todo el pueblo, sino sólo sobre el monarca.

Todavía en el siglo VIII a.C., época de Homero, en tiempos de la ruina del reino del Norte, el rey Ajaz de Judá "hizo pasar por el fuego a su hijo" (2 Reyes 16,3). Hay un curioso texto en Ezequiel (20,25-26.31) que parece indicar que los israelitas habían entendido demasiado al pie de la letra el mandato de consagrar los primogénitos a Yahvé (Ex 22,28-29): "E incluso llegué a darles preceptos que no eran buenos y normas con las que no podían vivir, y les hice contaminarse con sus propias ofrendas, haciendo que pasaran por el fuego a todos sus primogénitos; era para infundirles horror, a fin de que supiesen que yo soy Yahvé".

Hay una réplica a este texto de Ezequiel en Jeremías 7,31 (Dice Yahvé): "Han construido los altos de Tófet... para quemar a sus hijos e hijas en el fuego, cosa que no les mandé, ni se me pasó por las mientes". Es bastante difícil para una mentalidad de hoy comprender el texto de Ezequiel. Dice el comentarista de la Biblia de Jerusalén en nota al pasaje: "La teología primitiva atribuye a Yahvé las instituciones y deformaciones cuyos responsables son en realidad los hombres". Este comentario supone en el exegeta la posibilidad de rechazar el contenido de un texto profético bien claro. ¿Dónde está la frontera en la que hay que detenerse en el rechazo? ¿Hasta dónde lo permite el concepto de la inspiración divina del autor sagrado?

El pueblo podría haber deducido de sentencias proféticas como Miqueas 6,7 (“¿Aceptará Yahvé miles de carneros, miríadas de torrentes de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi delito, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma?”) o parecidas que la divinidad aceptaba esos sacrificios. Pero hay que señalar, sin embargo, que el Antiguo Testamento en su conjunto rechaza este bárbaro ritual. Por ello se prescribe la pena de muerte por ofrecer en sacrificio los hijos a Mólec: Levítico 18,21, y otras similares prescripciones en el mismo libro: Lv 20,2-5 ("morirá sin remedio"). Igualmente se prohíben los sacrificios humanos en el Deuteronomio 12,31; 18,10s. En así 2 Reyes 16,3-4, que hemos citado anteriormente y en 17,17 hay comentarios muy negativos contra esta práctica: entre otros pecados, la caída de Samaría ante el monarca asirio Sargón II se debió a la cólera de Yahvé ante estos sacrificios humanos. Respecto a los profetas, hemos visto ya los pasajes de Jer 7,31 y Ez 16,20.

El Antiguo Testamento sustituye el sacrificio humano por el simbólico: la consagración a la divinidad de todos los primogénitos tanto de las personas (Ex 34, 19: "Todo primogénito es mío.."), como de los animales (Ex 22,29; Dt 15,19) que han de ser rescatados con un sacrificio al templo (Ex 13,11ss; Num 3,44s; en el Nuevo Testamento, Lc 1-2).

Desde el punto de vista de la Historia de las religiones esos sacrificios están sin duda en la base de la dedicación a Yahvé de los primogénitos. En general los exegetas opinan que el yahvismo sublimó un rito bárbaro previamente existente entre los judíos: Israel sustituye el sacrificio humano por el de un animal, como en la cultura griega (Eurípides, Ifigenia en Aúlide, 1540). Eusebio de Cesarea (Preparación evangélica, I 10,29) aporta paralelos paganos para estos sacrificios. El Crono fenicio (Baal) sacrifica al Cielo su único hijo: yedud, el "querido", o yeud, el "único" y el historiador Filón de Biblos aportaba un testimonio semejante (fragmento 2,24: Müller, Fragmenta Historicorum Graecorum [“Fragmentos de los historiadores griegos] III 569. 571).

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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