¿Un género literario único...? (y XIII)

Hoy escribe Antonio Piñero

Deseo hoy, como última postal de esta serie dedicada al vocablo “evangelio” aclarar un tanto mi posición tal como la expuse en mi postal anterior paa evitar cualquier posible malentendido. Es mi deseo que este blog sea ante todo argumentativo y respetuoso sobre la base de la utilización de razonamientos; nada de "sacarse cosas de la manga".

Defendía el día pasado que si se define al evangelio como género literario único nos vemos abocados a fijarnos fundamentalmente en su contenido teológico –es decir, en que son escritos que formulan un juicio sobre Dios, sobre Jesucristo y la salvación que aportan- y que nos parece que tal caracterización no es valida dentro del ámbito de la definiciones literarias e históricas. Y decía que si prescindimos del contenido religioso que transmiten, el conjunto de las unidades primero independientes y luego ensambladas y moldeadas por un auténtico autor parecen dar como resultado a un cierto tipo de “biografía de tipo helenístico”. Sosteníamos también que si llegamos por razones objetivas y sin ningún partido previo a caracterizar a los evangelios como un subgénero de esta "biografía" helenística, el historiador puede sentirse más capacitado para someter a crítica los datos transmitidos en esa biografía. Pues parce evidente que el biografista cree sinceramente que está transmitiendo a sus lectores datos objetivos y vitales de su personaje y no meramente una proclamación.

En efecto, el Evangelio de Marcos, no es la pura plasmación del kerigma primitivo sobre Jesús (la proclamación de la salvación que aporta), lo que le daría su carácter único, sino que su autor pretendió conscientemente hacer una historia del año y pico de la vida pública de Jesús y de su muerte… y su resurrección manifestada en la tumba vacía. No me parece que se pueda dudar que formalmente los evangelistas han pretendido ofrecer a sus lectores un relato ordenado cronológica y temáticamente de la vida terrena de Jesús, cada uno en diversa medida según su propia perspectiva. Estimo que Marcos pretendía conscientemente corregir el punto de vista paulino el cual se centraba exclusivamente en la muerte y resurrección de Jesús como los actos reales de salvación. Para Marcos, por el contrario, también la vida de Jesús contenía otros hehcos y dichos que afectaban a la salvación.

Una prueba de este aserto es el hecho de que ya el primer evangelio, y en mayor grado los dos siguientes, son en realidad reelaboraciones de textos anteriores -o de pequeñas colecciones- con la intención de ofrecer una “historia” seguida a partir de escritos o colecciones más antiguas deslavazadas.

En contra de esta observación se ha señalado que el encuadre biográfico de los Evangelios no es el de una biografía real, puesto que le falta el interés por lo propiamente biográfico, por la procedencia de Jesús, su formación y desarrollo interno, por su retrato literario y en definitiva por su personalidad, y que estos defectos son achacables a que el Evangelio es ante todo una “proclamación”.

Podemos estar de acuerdo con la crítica. Pero no con la consecuencia: ¿qué biografía de la Antigüedad reunía estas características? Ninguna en realidad; ninguna biografía helenística resistiría esta crítica: el género utilizaba anécdotas, sentencias y hechos, sobre todo cotidianos, para ilustrar las virtudes y el carácter de la empresa o de las realizaciones del biografiado, o bien se cargaban las tintas en el carácter del individuo biografiado (por ejemplo en las Vidas paralelas de Plutarco) más que en sus hechos.

Recientemente se ha insistido en que los Evangelios pueden parecerse –yo creo que en general superficialmente- a las Vidas de los profetas (editadas en el tomo II de la colección Apócrifos del Antiguo Testamento, de la Editorial Cristiandad) insistiendo en el influjo ejercido, sobre todo en el evangelista Lucas, por el ciclo profético de Elías y Eliseo. J. Montserrat ha señalado en La sinagoga cristiana (citada el día anterior), pp. 182-183 lo siguiente: “Hay sobre todo en algunos pasajes una neta sobreimposición de la figura de de los profetas Elías y Eliseo sobre Juan y Jesús”. Señala los siguientes paralelos 1 Re 17,2 con Lc 3,2 y 4,1; 1 Re 17,21 con Lc 8,55; 1 Re 17,23 con Lc 7,15; 1 Re 19,20 con Lc 9,59; 2 Re 4,29 con Lc 10,4, 2 Re 4,4 con Lc 9,17. Concluye:

“No puede soslayarse, pues, la evidencia de que Lucas tomó parcialmente como modelo narrativo el ciclo de los profetas Elías y Eliseo”.


Helmut Köster (en Ancient Christian Gospels, citado anteriormente, pp. 26ss) señala los siguientes parecidos con las Vidas de los profetas: la vida de Jesús de Marcos comienza con el bautismo porque es como la vocación profética; la vida pública es como el relato del ministerio profético; la pasión y muerte tienen el interés de legitimar el encargo divino con lo que sucede; también el título de hijo de Dios dado por el centurión al lado de la cruz es un caso de legitimación profética ante las multitudes en contra de las autoridades; el rechazo a la veneración de la tumba de Jesús que muestra el Evangelio se corresponde con el carácter oficial de una biografía profética: sólo se venera la tumba de un sabio; no la del que cumple un encargo divino.

Junto con el posible modelo de la vida de los profetas existen entre los Evangelios y la historiografía helenística judía algunos paralelos en concreto con 1 y 2 Macabeos y algunas secciones del Libro de las antigüedades judías del Pseudo Filón (también editado en el vol. II de los Apócrifos del Antiguo Testamento).

Los aspectos singulares de Marcos -por eso argumentamos que su obra puede considrarse un subgénero de la biografía helenística- son debidos a la intención del autor de ser una historia de Jesús y a la vez la proclamación de un mensaje de salvación que exige la aquiescencia del lector. El que Mateo y Lucas tuvieron aún más claro que lo que estaban escribiendo era una “biografía” de Jesús lo demuestra el hecho de ambos añaden al texto de marcos una genealogía y un breve relato del nacimiento e infancia del héroe para acomodarse mejor a las "reglas" del género.

Sobre esto se ha escrito muchísimo -algún amable lector ha ddo nombres de autores importantes- y soy consciente de que aquí no estamos rozando más que los argumentos principales. Pero, para no cansar más a los lectores con el mismo tema, pienso que con esto debemos concluir esta serie dedicada al vocablo “evangelio” y a sus implicaciones más evidentes.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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