“Repensar la resurrección”. Sobre un libro de Andrés Torres Queiruga

Hoy escribe Antonio Piñero

Lo que sigue es una breve reflexión sobre un libro que –como otros anteriores del autor- he leído con profundo respeto y admiración por la notable valentía con la que el autor se enfrenta a problemas difíciles de la fe cristiana hoy, y a la cuestión de su comprensión y modo de vivirla por parte de los creyentes. Como indica el título, el libro trata de un tema que, por un lado, es absolutamente crucial para el cristianismo, pues es su base: la resurrección de Jesús; pero, por otro, un tema que es muy problemático, ya que los textos evangélicos que le sirven de sustento están expuestos en extremo a la crítica de los métodos históricos modernos.

He aquí su ficha:

Repensar la resurrección. La diferencia cristiana en la continuidad de las religiones y de la cultura (original en gallego; traducido por el propio autor). Editorial Trotta, Madrid, 32005, 374 pp., con amplia bibliografía e índice analítico de concepto. ISBN: 84-8164-767-5


(Siento, donde estoy, no tener los instrumentos adecuados para reproducir la imagen de la cubierta del libro)

El autor recuerda en su epílogo que su obra es “un trabajo teológico que, por lo tanto, se ofrece siempre con un confesado exponente de propuesta hipotética”. Pero la pretensión del libro es en verdad global: ofrecer al lector todo el panorama de la problemática en torno a la resurrección de Jesús, cómo debe entenderse, cómo puede formularse de acuerdo “con el paradigma cultural de la modernidad” (p. 330) y qué consecuencias comporta si un cristiano desea vivir conforme a lo que la resurrección de Jesús comporta.

El libro consiste en una buena parte de desarrollo técnico de la cuestión, en la que la filosofía y la teología van de la mano en la exposición de la problemática y las respuestas que a ella ofrece el autor, más dos grandes síntesis de resultados –sobre todo la final, amplia- que ayudan en extremo al lector a comprender y sintetizar los resultados. En estos resúmenes abandona el autor cualquier tecnicismo y expone con nitidez sus propuestas de comprensión y las consecuencias para la vida cristiana.

El esquema de la obra se acomoda a responder a las famosas preguntas que Emmanuel Kant se formula en su Lógica: ¿Qué puedo saber (hoy de la resurrección de Jesús)? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me es dado esperar? (p. 34). Con otras palabras: ¿Cuál es el origen de la fe en la resurrección de Jesús? ¿Cuál es su contenido? ¿Qué consecuencias tiene para mi vida?

Respecto a la génesis de la fe en la resurrección sostiene el autor que el cambio de mentalidad cultural –desde cuando se escribieron los textos del Nuevo Testamento hasta hoy- ha tenido como consecuencia, en primer lugar, el abandono de una lectura literal de los textos sagrados –eliminación de toda lectura fundamentalista- y su comprensión en unas coordenadas mentales distintas: existen hoy día métodos histórico críticos para leer esos textos fundacionales desde otra óptica más compleja, por un lado, pero más exacta por otro.

La nueva lectura de los pasajes neotestamentarios sobre la resurrección de Jesús lleva aparejada un cambio del concepto de la revelación divina al ser humano. Ésta no se concibe ya como un dictado mecánico de una suerte de paquete ideológico de verdades que se han de creer sin más cuestión, sino una concepción dinámica: Dios se revela en la historia en acción conjunta con el ser humano. La divinidad –afirma el autor- actúa desde dentro, con la historia y con el hombre.

Así, por ejemplo, se entiende que la revelación de la existencia de un más allá, y de una retribución junto con de la inmortalidad del ser humano, en los estratos más modernos del Antiguo Testamento como Isaías 26, Daniel 12 o 2 Macabeos 7 no se hizo por una suerte de soplo divino mecánico, sino por medio de la reflexión humana ayudada por Dios a propósito del sufrimiento de los mártires judíos en la gran crisis provocada por la helenización forzada de los monarcas seléucidas. Sólo la idea de la resurrección podía conciliar el amor fiel de Yahvé por el hombre con el incomprensible sufrimiento del justo.

Sin duda -argumenta Torres Queiruga- Dios utilizó también para revelar esos conceptos -que en la religión judía eran relativamente nuevos- el instrumento de humano de una atmósfera intelectual helenística que ayudaba a la aceptación por parte del judaísmo del concepto de la inmortalidad gracias a la influencia de la filosofía y de la religiosidad griega. Se trata, por tanto, de un revelación divina que se mezcla indisolublemente con lo humano, una revelación dinámica y por así decirlo participativa.

La génesis del convencimiento entre los seguidores de Jesús de que éste había sido resucitado por Dios se debió a una conjunción de factores vitales:

a) La conciencia del carácter de plenitud escatológica de la misión de Jesús: lo que acontecía en él marcaba la plenitud de los tiempos y tenía un carácter único y definitivo.

b) El escándalo de la muerte en la cruz del mesías necesitaba urgentemente una explicación: sólo al generarse la fe en la resurrección del Maestro podía superarse esa “disonancia cognoscitiva”.

El autor señala que no se debe interpretar la huida y el ocultamiento de los discípulos, tras el ajusticiamiento de Jesús, como traición absoluta respecto al Maestro, sino como un primer momento de desconcierto y un segundo de superación y de reafirmación de la fe en él. Es lo mismo que ocurre en otros grupos religiosos tras la muerte del dirigente carismático: sus discípulos se agrupan más reciamente y forman un grupo aún más sólido unidos tras las enseñanzas del maestro muerto.

Torres Queiruga afirma que lo nuevo en la resurrección de Jesús es el convencimiento que irrumpe en la humanidad toda -a través de sus discípulos- de que el Maestro está ya vivo sin tener que esperar al final de los tiempos –como creía la mayoría de los judíos-, y que lo está en la plenitud de su persona. Así la fe en la resurrección que surge en el grupo cristiano supuso un avance de la revelación divina a los humanos.

En el libro se muestra también cómo en el proceso de llegar a estas conclusiones ha intervenido previamente una actitud y una lectura crítica de los textos evangélicos que nos relatan la resurrección y sus circunstancias. El análisis de los testimonios, sus contradicciones, sus puntos de vista subjetivos nos hacen ver que no pueden entenderse al pie de la letra. No es posible una reconstrucción de cómo fue la resurrección de Jesús. Lo único claro es el resultado: la convicción firme de los discípulos de que fue así. Esta convicción se transmitió –conforme a las creencias de la época- fundamentalmente en “apariciones” y en las narraciones de la tumba vacía.

Tales relatos tienen un carácter teológico profundo -añade Torres Queiruga- pero no podemos considerarlos sin más como narraciones de acontecimientos realmente acaecidos. La interpretación de lo que en verdad sucedió es el resultado de una delicada tarea hermenéutica que tiene en cuenta el marco cultural de los primeros grupos de seguidores de Jesús y nuestras posibilidades críticas de hoy. Por ello -sostiene- tomar a la letra las apariciones, la “tumba vacía” o la ascensión no es en nuestros días posible, pues desgraciadamente tales relatos resultarían absurdos: supondrían concebir la acción de Dios dentro de unos patrones intervencionistas, milagrosos, contrarios a las leyes de la creación divina misma, el carácter finito de lo creado, y la decisión de Dios de respetar al máximo la libertad humana.

Como afirmábamos anteriormente, la revelación “no es un “dictado” milagroso y autoritario que deba tomarse al pie de la letra. Y la cristología no busca lo peculiar de Jesús en su apartamiento sobrenaturalista de lo creado, sino en su "plena realización de lo humano”: hay que entender la cristología como plena realización del hombre, “la divinidad en la humanidad”.

“En este sentido resulta hoy de suma importancia tomar en serio el carácter trascendente de la resurrección que es incompatible, al revés de lo que hasta hace poco se pensaba con toda naturalidad , con datos o escenas sólo propios de una experiencia de tipo empírico: tocar con el dedo al Resucitado, verlo venir sobre las nubes del cielo, o imaginarlo comiendo, son pinturas de innegable corte mitológico que nos resultan sencillamente impensables” (p. 316).


Seguiremos el próximo día con el resumen del libro y su comentario. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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