“Repensar la resurrección”. Sobre un libro de Andrés Torres Queiruga (II)

Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos con el comentario al libro de Andrés Torres Queiruga sobre la resurrección.

La crítica de los textos evangélicos de la resurrección por parte del autor es consistente:

“No es exageración optimista –sostiene en la p. 316- hablar del enorme cambio ya acontecido. Entre un manual preconciliar y un tratamiento actual (del tema de la resurrección) incluso los más conservadores, la distancia es astronómica, tanto en lo cuantitativo del espacio dedicado, como en lo cualitativo del modo de ver la resurrección”.


En primer lugar, ya nadie confunde la resurrección con la revivificación, o vuelta a la vida, de un cadáver. Tampoco se considera la resurrección un milagro, puesto que no es perceptible ni verificable empíricamente,

“Hasta el punto de que por esa misma razón incluso se reconoce de manera casi unánime que no puede calificarse la resurrección de hecho histórico. Lo cual no implica, ¡claro está!, negar su realidad, sino insistir en que es otra realidad: no mundana, no empírica, no aprehensible o verificable por los medios de los sentidos, de la ciencia o de la historia humana” (p. 317)


Respecto a las narraciones de la “tumba vacía”, la crítica permanece dudosa –afirma el autor- a la hora de establecer si tras las noticias ofrecidas por los Evangelios se oculta o no la creencia de que el cadáver de Jesús desapareció o, por el contrario, estuvo en la tumba un cierto tiempo hasta que el cuerpo tambien resucitase. La fe en la resurrección no depende estrictamnte de lo que al respecto se opine. La permanencia o no del cadáver pierde su relevancia, pues en el fondo el mensaje teológico de esta noticia acerca de la tumba vacía –y esto es lo que importa- es que la identidad del Resucitado es la misma antes y después de la resurrección.

Esta crítica de corte racionalista llevada a cabo por Torres Queiruga me parece ajustada dado el carácter de los pasajes evangélicos que dan fe de la resurrección de Jesús. Cualquier historiador de Grecia y Roma, o de la la antigüedad en general, si se enfrentase a textos de este tipo, tan contradictorios entre sí y tan lleno de elementos míticos -Torres Queiruga dixit- abandonaría en seguida la empresa de deducir de ellos cualquier noticia consistente históricamente, pues no resisten la crítica usual empleada con los textos antiguos.

Por mi parte, añadiría que –una vez realizada esta tarea de análisis crítico- no acabo de ver del todo la lógica de la argumentación q a continuación se emplea con la noticia que de los textos se deduce; o mejor, sí la veo, pero debo afirmar que parte de presupuestos que superan la lógica y caen en el ámbito de la pura fe previa. Reducido a términos sencillos, y si es que he entendido bien el hilo del razonamiento, la argumentación sería la siguiente, partiendo desde sus mismos inicios:

Dios existe; Dios se revela al ser humano, Dios se revela en la historia y progresivamente; se revela por medio de su acción dentro del mundo de los humanos; Dios ha revelado previamente la creencia en la resurrección de los hombres ya en el Antiguo Testamento; finalmente se revela en Jesús; la revelación se hace palpable en la vida que continúa hasta hoy del grupo de sus seguidores –la Iglesia actual-, pero también en el corpus de escritos que éstos dejaron al inicio de la formación del grupo: el Nuevo Testamento.

Entender la esencia de lo revelado en esos textos se logra hoy día abandonando toda lectura literal de esos pasajes en los que se contiene la revelación, y leyéndolos conforme a los instrumentos de la crítica histórica que poseemos hoy día. Así se logra captar y reproducir un mensaje de verdades religiosas esenciales acomodables a las exigencias de nuestro pensamiento moderno. Con otras palabras: ello se logra si eliminamos de la letra del mensaje aquello que está determinado culturalmente y nos quedamos con el núcleo esencial. En concreto respecto a la resurrección de Jesús: esta ocurrió de hecho, pero debe ser entendida como una realidad no mundana, no empírica, no aprehensible por los sentidos ni por la ciencia, sino por la fe.

¿Por qué he de tener fe en la resurrección de Jesús? Por todo lo acontecido en él. Esto es verdadero porque de ello dan testimonio unánime los seguidores de aquél; la comunidad primitiva dio fehaciente testimonio de su experiencia real de que Jesús vive: Dios ha dado la razón a Jesús; su muerte no era el final; su muerte concluyó con la resurrección. Jesús vive cabe Dios con una vida nueva y plena, y yo participaré cuando llegue el momento de la misma realidad. Debo creerlo todo, pues de ello es testigo la experiencia real de la comunidad primitiva.

Pero, a la vez, no puedo aceptar ese testimonio tal como está expresado literariamente en el Nuevo Testamento; debo reformularlo en términos modernos y accesibles a mi cultura de hoy; para ello ejerzo una crítica demoledora de la letra del testimonio evangélico, lo privo de toda credibilidad histórica según los cánones admitidos unánimemente por todos los que se dedican a las ciencias (históricas) de la Antigüedad, pero sigo creyendo en el núcleo esencial de ese testimonio.

Y de ahí obtengo consecuencias maravillosas que forman un nuevo núcleo de conceptos y creencias que determinan de modo esencial mi comportamiento respecto a mí mismo, respecto a los demás y respecto al sentido del universo todo. En el fondo, la creencia en la resurrección no se fundamenta en los textos, en una letra muerta, sino en la experiencia vital viva que continúa hasta hoy, en una vivencia del grupo primero de seguidores de Jesús, germen de la Iglesia actual, que se ha prolongado en los tiempos hasta estos momentos como situación viva, y seguirá hasta que llegue la consumación de los siglos.

Por tanto, una vez admitida esta realidad de la demolición crítico- literaria de la formulación de los testimonios sobre la resurrección (por mucho que choque, quizás, con la mentalidad del noventa por ciento de los creyentes de hoy quienes –al igual que los primeros lectores de los Evangelios- siguen tomando al pie de la letra lo que leen en esos textos), se procede a una reconstrucción de lo que la crítica racionalista ha echado aparentemente por los suelos. Aparentemente…, porque lo que surge de los textos bien leídos y del análisis de la fe de los primeros discípulos y de las vivencias que continúan hasta hoy día en el seno de la Iglesia constituye, según Torres Queiruga, una “realidad” más maravillosa y consistente que lo ofrecido por la lectura fundamentalista y simple de los textos evangélicos.

La realidad de la resurrección de Jesús significa un cambio radical de la existencia, es decir, una mutación en el modo mismo de ser: un modo trascendente que supone la comunión plena con Dios y escapa por definición a las leyes que rigen las relaciones y las experiencias del mundo empírico. Y lo mismo que Jesús ha experimentado, lo experimentará todo ser humano, se supone que fiel a Dios, tras su muerte. El Juicio final y la consumación plena no significan nada más que la plenitud de los resucitados: cuando llegue el final físico del mundo, determinado por leyes también físicas, el último ser humano, se sobreentiende justificado, se unirá a la plétora de todos los resucitados y se llegará así a la plenitud.

Seguiremos y procuraremos someter a crítica este razonamiento. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Volver arriba