Carta abierta a Antonio Piñero sobre su reseña de "Repensar la resurrección" de Andrés Torres Queiruga

Traducción de la carta abierta de António Horta Fernandes

Estimado Profesor Piñero:

Soy lector asiduo de su blog y de su obra, pero esta vez deseo manifestar que disiento de su postura a propósito de la recensión que acaba de publicar de la obra del Prof. Torres Queiruga, Repensar la resurrección.

Si interpreté bien su argumentación me parece que lee la defensa de la resurrección por parte de Torres Queiruga de manera algo subjetivista y psicológica, aparentemente en consonancia con un caso de postura de fe, cuando en verdad Torres Queiruga pretende, a mi entender, objetivar la revelación como un caer en la cuenta mayéutico, que no es individual sino fruto de una autorrevelación histórica dado que el hombre es un ser-con-los-otros.

Lo que los testigos bíblicos de la resurrección percibieron y consideraron lo manifestaron ciertamente con categorías más o menos míticas, como hombres relativamente sencillos, situados en su época (el trabajo de los evangelistas es ya más rico en significado). Pero no por ello dejó de ser una experiencia real, en la plenitud de lo real, que creo que no podemos reducir a lo empírico, no sólo por cuestiones religiosas, sino en virtud de nuestra más profunda mundanidad (nuestro-ser-en-el-mundo). La aparición del otro como otro -como opino que Levinas vio muy bien- es la más real de las presencias, una presencia que escapa a toda proyección subjetiva, a todas las ilusiones: es casi como un puñetazo del más crudo realismo, y en último término es radicalmente no “tematizable”. No se interprete que estoy pontificando; no pretendo impartir doctrina; tan sólo elaboro mi argumento.

Por otro lado, y en cuanto alcanzo a saber, Torres Queiruga –tal como queda patente en Recuperar la Revelación ( págs. 463-4)- no descarta en modo alguno los métodos de análisis de raigambre narratológica en la lectura exegética, y llega a ver en ellos un paso decisivo para el sentido integral de toda exégesis y del esfuerzo hermenéutico en su conjunto: a saber, la idea del texto como interpelación al lector, que lo saca de sus casillas, al recibir una comprensión vital más vasta del texto llegando a una relativa fusión de horizontes con ese mismo texto, en parte extraño. Los métodos histórico-críticos servirían para calibrar esa fusión y esa interpelación de modo que ésta no se sitúe fuera de lugar.

Además, si quiere saber la verdad de mi pensamiento, albergo mucha desconfianza en la hermenéutica centrada en el texto y en el lector como protagonista casi exclusivo de la exégesis. Tengo formación de historiador y considero que la historia y sus métodos han de tener siempre un protagonismo absoluto, lo mismo que los otros métodos. Ahora bien, la forma en la que enfoco el ejercicio histórico es quizá diferente de la suya en cuanto que entiendo la historia sobre todo como historicidad del mundo y de los procesos, reveladora de otro indigente que me trasciende y que me llama, que me insta a aproximarme y darle la mano.

Para abreviar, entiendo la historia en un sentido muy de Levinas y benjaminiano -si queremos definirlo así- y que es la siguiente: defiendo una idea de la historia que en su comprensión del pasado se revela como un ejercicio de memoria, el cual activa o reactiva las posibilidades de sentido de vidas incumplidas, que urge rescatar si queremos dar cumplimiento a nuestras propias vidas, a nuestra esperanza. En este sentido, la cientificidad de la ciencia histórica es la que mejor sirve a una historia-memoria en cuanto apoyo diaconal del hombre aún por realizarse (reafirmo este argumento). Y acontece de este modo, porque la ciencia histórica es la manera más inteligente de (hasta ahora no conozco otra tan buena) de no engañarnos en el rescate y concreción de esos proyectos.

Todo esto nos lleva, para concluir, al núcleo de la cuestión. Me parece que Usted tiene como presupuesto hermenéutico, epistemológico (y no sé si ontológico) de fondo, que todas las pretensiones respetables de la fe, de la metafísica o de lo que fuere, deben responder naturalmente a argumentos intramundanos, porque ya se sabe que no existen matrices neutras. Creo que éste es el punto de partida más imparcial posible.

Si le he interpretado bien, debo expresar mi rechazo. No estoy de acuerdo con Usted, porque a nivel de los últimos presupuestos me parece tan sensato presuponer que los argumentos intramundanos son los que fundamentan verdaderamente la racionalidad crítica, como presuponer que esa racionalidad y argumentos tienen como fundamento otra autoridad u otra fuente de obediencia. Es obvio que prefiero esta última vía, porque pienso que se va más lejos en la profundización y la ampliación del raciocinio crítico, de una razón que se abre más allá de sí misma, a sus áreas más recónditas, o si se quiere, incluso al misterio, no en cuanto enigma a descifrar sino en cuanto inexhaurible, inagotable, y plenamente libre, y por eso mismo en último término no tematizable, tal como acontece respecto al otro en cuanto otro.

Un otro que es obviamente una puerta para percibir “lo más allá”, que alimenta y amplía la razón, sin que ésta consiga apoderarse definitivamente de ese mismo más allá. En caso contrario no habría un más allá, ni curiosamente una razón a la altura de los tiempos, ya que sin la capacidad de acogida fraterna del otro y de lo Absolutamente Otro se perdería la capacidad crítica y de imparcialidad, en la medida en que quedaría como ciega para la realidad en todas sus posibilidades. Creo que ha sido Karl Rahner quien dijo que lo conceptualmente imposible es posible porque de hecho es.

Por favor: no me gustaría que se tomase todo esto como una postura retórica, sino que, como cultivador que soy de la razón, no quiero quedarme fuera ni de sus posibilidades ni de la evaluación de sus límites, tras los pasos de Emmanuel Kant. O de otra forma, de un platónico dejarse ir despierto, porque la razón nunca es la potencia primera, por lo menos en el Fedro.

Con todo, también me parece que el Prof. Torres Queiruga lleva su racionalismo intramundano hasta el extremo, sobre todo en sus ensayos sobre el mal, y en ese caso creo que Usted detecta muy bien -perdóneme la osadía de este juicio- la descompensación argumentativa entre un ejercicio hermenéutico afirmativo de la fe y lo que yo llamo las tentaciones extremas de una racionalidad iluminista. Con toda humildad he de decir que, en mi próximo libro, intento decir de forma sintética alguna cosa sobre el Prof. Torres Queiruga a este respecto.

Por lo demás, querido Profesor Piñero, no piense que esta carta -en cierto modo irreverente- pretende disminuir el aprecio científico que le profeso. Puedo afirmar, sin ningún falso halago, que como exegeta y dentro de mis limitaciones de lector no especialista, los trabajos que está Usted publicando son de lo que más, sino lo que más me agrada (incluyendo sus cuestionamientos radicales) de todo lo que se publica a nivel internacional y que tengo oportunidad de leer. Lo mismo ocurre en teología con el Prof. Torres Queiruga. Pienso que sólo nos gusta interpelar e “incomodar” a quien merece la pena ser interpelado e “incomodado”.

Con mis mejores deseos, António Horta Fernandes

(Traducción de María Ángeles Courel)
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