La religión de Jesús de Nazaret (I)

Hoy escribe Antonio Piñero

Nuestra pregunta en esta nueva serie es en pariencia sencilla: ¿cuál fue la religión de Jesús?

La cuestión es importante -nos parece- para responder luego, en lo posible, al tema fundamental: ¿se creyó Jesús a sí mismo hijo de Dios en el sentido total de la palabra, es decir, hijo ontológico, “físico” de Dios?

Para ayudarnos a responder esta pregunta previa contamos con un magnífico y creo que conocido libro del profesor de Oxford Geza Vermes, que se titula justamente The religion of Jesus (“La religión de Jesús el judío”), Anaya & Mario Muchnik, Madrid 1996. Deseo en esta serie hacer algunos comentarios en torno a las ideas del Prof. Vermes.

Estoy profundamente de acuerdo con él en que la imagen que se desprende de los evangelios sinópticos acerca de la religión de Jesús es en líneas generales la siguiente:

1. Jesús aparece en los escritos evangélicos como un judío practicante. Jesús se atiene sin discutirlas a las principales prácticas religiosas de su nación. Así, por ejemplo, Jesús frecuentaba habitualmente los centros de culto y de enseñanza del judaísmo de su entorno. Jesús predicaba continuamente en las sinagogas (Mc 1,21; Lc 4,15. 31), respetaba y visitaba al Templo en las fiestas anuales (Mc 11,15; 14,49; Mt 21,12; Lc 19,45, etc.).

Aunque los evangelios no pintan nunca al Nazareno participando en actos cultuales, y aunque él –al parecer- fuera más afecto a la oración en privado que a la plegaria comunitaria (en el desierto: Mc 1,35; Lc 5,15; en una montaña: Mc 6,45; Mt 14,23, etc.), es muy claro de una lectura seguida de los Evangelios que Jesús participaba del respeto por la sinagoga y de la creencia en el valor salvífico del santuario de Jerusalén.

La denominada “purificación” del Templo narrada en Mc 11 y par., es interpretada aún, asombrosamente, por algunos intérpretes como una imagen de que Jesús abolió el culto del Templo. Pero, sobre todo después de los análisis de E. P. Sanders, en Jesús y el judaísmo, Trotta, Madrid, 2004; original de 1985, parece que hay un cierto consenso en que la interpretación de este paso es justamente la contraria: Jesús se preocupó de “purificar” el Templo, o de señalar simbólicamente con una acto profético que en el futuro Reino de Dios el Templo, fabricado quizá por Dios mismo, tendría un lugar preeminente.

Precisamente el acto de Jesús se realiza no porque quisiera quitarle su valor -esto no tendría sentido-, sino porque estimaba que era lugar preferente de encuentro con Dios. De aucerdo on una corriente profética que comienza a hacere clara desde Ezequiel, el Reino futuro que Jesús predicaba tendría sin duda en su centro un nuevo Templo sin ninguno de los defectos del presente y no hehco por mano humana, sino por Dios mismo. La lectura, pues del pasaje parece dejar claro que la intención de Jesús no abolir, ni poner en solfa el culto en sí, sino las posibles desviaciones que sus ojos de hombre ultrarreligioso podría percibir, que se habían unido con el tiempo a la práctica diaria del Santuario y que podían corregirse.

Escribe Javier Alonso en La verdadera historia de la pasión, capítulo “El contexto judío de la Pasión”, Edaf, Madrid, 2008 (A. Piñero–E. Gómez Segura [editores], p. 111):

Lo que quiere transmitir Jesús es que el Templo es, ante todo, una casa de oración, y que el comercio, fuese honesto o no, necesario o no, no era el propósito del Templo y desvirtuaba su razón de ser. La acción de Jesús es un ataque frontal, no tanto contra los mercaderes, sino contra aquellos que los toleran, fomentan y se enriquecen con estas actividades: el clero del Templo y los saduceos, la facción religiosa que lo sustenta. En un comportamiento típico del más estricto legalismo fariseo, Jesús demuestra su eficacia para hacer cumplir la Ley (Mi casa se llamará casa de oración) frente a esos “vosotros” que la han convertido en cueva de bandidos, es decir, se está postulando para llevar a cabo una misión en sustitución de aquellos que no cumplen con sus obligaciones. En conclusión, al “limpiar” el Templo, Jesús denunció el hecho de que el lugar más sagrado del Judaísmo se utilizaba incorrectamente y que necesitaba un cambio, pero no rechazó el Templo como centro de culto, como demuestra el hecho de que siguiera acudiendo cada día a enseñar allí y, después de su muerte, también sus discípulos durante un cierto tiempo.


Jesús cumple, según los Evangelios, mandamientos concretos de carácter ritual, ante todo la observación de festividades religiosas: la Pascua (en los Sinópticos y en el Evangelio de Juan), otras fiestas como Tabernáculos (Evangelio de Juan). Como judío piadoso, parece que Jesús llevaba una vestimenta con orlas (Mt 9,20; Lc 8,44, etc.) lo que lo identifica con judío en extremo piadoso.

Este detalle parece nimio pero no lo es. El texto bíblico que lo ordena de modo claro es Dt 22,12: “Te harás unas borlas en las cuatro puntas del manto con que te cubras”, que es una síntesis de Nm 15,37-39: “Yahvé dijo a Moisés: «Habla a los israelitas y diles que ellos y sus descendientes se hagan flecos en los bordes de sus vestidos, y pongan en el fleco de sus vestidos un hilo de púrpura violeta. Tendréis, pues flecos para que, cuando los veáis, os acordéis de todos los preceptos de Yahvé”. Al llevar un mando de este modo, el judío piadoso recuerda que no debe seguir sus propios pensamientos pecadores, sino acordarse constantemente de los mandamientos de Dios.


2. Me parece que es hoy opinión bastante extendida entre los estudiosos que Jesús jamás quebrantó la Ley mosaica, sino que se adhirió tanto a la ley cultual como la moral, y afirmó con rotundidad la validez salvífica de la Ley en su conjunto.

Mc 1,44 presenta a Jesús, después de curar a un leproso, ordenándoles que cumpla los ritos prescritos en Lev 14,1-7:

Mira, no digas nada a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y haz por tu purificación la ofrenda que prescribió Moisés para que les sirva de testimonio.


La fuente "Q", muy antigua, que conserva dichos presumiblemente auténticos de Jesús, transmite que éste afirmó:

"Más fácil es que pasen el cielo y la tierra que caiga un sólo ápice de la Ley",
(Lc 16,17).

Es decir, antes se destruirá el mundo que deje de cumplirse el precepto más mínimo de la Ley. Jesús es aquí un defensor a ultranza de la Ley de Moisés como el más puro de los fariseos. El texto de Mt 5,17-18

No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento. Sí, os lo aseguro: el cielo y la tierra pasarán antes que pase una i o una tilde de la Ley sin que todo suceda


es considerado no auténtico por los críticos tal como está, en un contexto claramente elaborado por Mateo; pero es seguro que refleja el pensamiento del Nazareno.

Al menos ante este claro pasaje se explica mal que todavía muchos autores cristianos afirmen que Jesús quebrantó explícitamente la Ley como anunciando su derogación.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

A. Piñero –E. Gómez Segura (eds.),
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