La distorsión de la historia de la investigación sobre Jesús (XII)

Hoy escribe Fernando Bermejo

Retomamos aquí el discurso interrumpido el 30-VII-08 en torno a las distorsiones y mistificaciones detectables en la historiografía sobre el judío galileo Jesús de Nazaret. Como hemos argumentado pormenorizadamente en anteriores posts, la actual periodización tripartita (“tres búsquedas”) de la historia de la investigación sobre la figura histórica de Jesús, compartida por la gran mayoría de exegetas y teólogos, revela que ésta es insostenible, pues ni uno solo de sus presupuestos resiste el escrutinio. Cabe entonces preguntar: ¿cómo pudo surgir esta periodización? Y, sobre todo ¿cómo ha podido mantenerse en el candelero durante veinte años? El hecho de que un paradigma historiográfico sea casi universalmente mantenido a pesar de carecer a tal punto de fundamento está pidiendo a gritos una explicación: también en este punto, la credibilidad de muchos exegetas y teólogos está en juego.

Dado que, ceteris paribus, ha de preferirse siempre la explicación más sencilla, debemos considerar ante todo la que elucida la periodización al uso como el resultado de meros errores de apreciación, acontecidos en un intento legítimo de comprensión.

Podría argüirse, por ejemplo, que una lectura apresurada de la obra de A. Schweitzer (Geschichte der Leben-Jesu-Forschung: Historia de la investigación sobre la vida de Jesús) habría inducido a algunos autores a juzgar innecesario el estudio de la literatura alemana de los ss. XVIII y XIX, produciendo así la noción de "Old Quest". Podría argüirse igualmente que James Robinson (en su obra A New Quest of the Historical Jesus, Londres, 1959) habría acuñado la noción de “New Quest” restringiéndola a la teología alemana postbultmanniana porque era este campo con el que estaba familiarizado, y por ello habría descuidado el resto de la producción intelectual de la primera mitad del s. XX. Podría argüirse que la influencia de Robinson habría llevado a sucesivos estudiosos a descuidar igualmente la existencia de obras no procedentes de las plumas de protestantes alemanes entre 1950 y 1980. Podría argüirse también que Tom Wright habría acuñado la expresión “Third Quest” (en su revisión de la obra de S. Neill: The Interpretation of the New Testament 1861-1986, Oxford, 1988) creyendo detectar un nuevo clima, y que por simple inercia otros muchos la habrían aceptado. Así, simples inadvertencias y errores bastarían para explicar la historiografía imperante.

Esta respuesta es comprensible y hasta cierto punto tranquilizadora. Comprensible, pues la incuria y la repetición de errores son frecuentes en la academia, donde las necesidades del curriculum impiden a menudo detenerse a revisar lo publicado por otros, no digamos ya a pensar. Hasta cierto punto tranquilizadora, pues –aun si, ante tanto error, el escepticismo respecto al rigor académico corre el riesgo de verse incrementado– permite deducir que, si una teoría ha nacido de inadvertencias, será desechada apenas mostrada su inconsistencia, y el amor por la verdad que mueve a los estudiosos prevalecerá.

La explicación expuesta resulta, empero, difícil de creer. Desde luego, es admisible que algunos autores hayan ignorado ciertos datos, pero cuesta aceptar que durante décadas lo hayan hecho tal número de estudiosos cuya competencia y erudición parece indudable. Además, lo que hay que explicar es no tanto la génesis de la periodización trifásica, cuanto su amplia aceptación como paradigma historiográfico. Así, por ejemplo, al igual que nadie puede pretender seriamente que las muchas semejanzas entre el Bautista y Jesús pasen inadvertidas para exegetas de la talla de J. P. Meier o J. D. G. Dunn (quienes sin embargo las amortiguan a favor de las supuestas diferencias), resulta contraintuitivo que alguien que haya leído a A. Schweitzer pueda concluir que autores como H. S. Reimarus, D. F. Strauss o J. Weiss están tout court “superados”, o que personas con una mínima vocación historiográfica hayan podido pasar por alto la investigación sobre Jesús realizada en la primera mitad del s. XX, o la efectuada a partir de 1950 fuera de Alemania. Así pues, el recurso in bonam partem a la ignorancia o el error de apreciación no constituye una explicación suficientemente plausible del éxito de la periodización de las tres Quests, a tal punto errónea.

Esta constatación no nos precipita, sin embargo, en una aporía, pues cabe pensar que haya otros factores (intereses, prejuicios…) que puedan haber jugado un papel en la génesis y la pervivencia de este modelo historiográfico. ¿Presenta utilidad la tipología de las tres búsquedas para alguna visión particular de Jesús? ¿Hay algún interés al que puede servir esta periodización? La próxima semana comenzaremos a responder pormenorizadamente a estas preguntas.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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