Jesús y la ley de Moisés (2). La religión de Jesús de Nazaret (III)

Hoy escribe Antonio Piñero

Seguimos con el tema "Jesús y la ley de Moisés".

Hoy tocamos la cuestión del divorcio porque muchos suponen que Jesús, al “negarlo” (cosa que tampoco es verdad puesto que permite el divorcio al menos en un caso: véase Mt 5,31-32 y 19,9, donde se consigna que Jesús permitió el divorcio/repudio en caso de “fornicación” o indecencia sexual por parte de la mujer) estaba “superando” la ley mosaica.

Me parece que la cuestión del divorcio es bastante apto para apuntlar con razones la idea de un Jesús como piadoso judío y observante de la Ley. He tratado el tema in extenso en Jesús y las mujeres, Aguilar, Madrid 2008. Sintetizo aquí mi posición: lla posición de Jesús debe entenderse como otro caso de una discusión intrajudía, incluso intrapartidaria (entre dos bandos de los fariseos) sobre cómo habría de entenderse el uso excesivo que de la permisión del divorcio hace la ley mosaica. A los que participan en tal discusión ni se les pasa por la cabeza infringir la ley divina otorgada a través de Moisés, sino interpretarla lo mejor posible conforme a lo que se cree la voluntad de Dios.

Por tanto, la Ley como tal no se discute, sino su aplicación “con manga ancha o estrecha”. Con todo respeto por la persona que lo defienda, pero no por la tesis en sí, pienso que no se puede afirmar lo siguiente: “Jesús, al defender este tipo de matrimonio sin divorcio estaba fundando (¡sic!) el matrimonio monógamo e indisoluble en contra y oposición total del judaísmo de su momento”. Esta afirmación es totalmente errónea, como vermos, y se basa simplemente en la ignorancia.

Pienso que es bien sabido que mientras la escuela del rabino fariseo Hillel (anterior en poco a Jesús) permitía al varón el libelo de repudio por cualquier causa, Jesús adopta la postura más rigorista de la escuela de otro rabino también fariseo, Shammay: al marido sólo se le permite el divorcio si la mujer es "adúltera" (es decir hay por medio una aberración sexual de cualquier tipo), y la justifica con una interpretación más exigente de Gn 1,27, como palabra de Dios.

He aquí, al respecto, el famoso texto de la Misná que recoge las diversas posiciones entre los fariseos mismos (Gittin IX 10):

La escuela de Shammay afirma: nadie se divorciará de su mujer a no ser sólo si encuentra en ella indecencia, ya que está escrito (Dt 24,1): porque encontró en ella algo ignominioso. La escuela de Hillel enseña: incluso si lo deshonró (literalmente “Si se dejó quemar el cocido”), ya que está escrito porque encontró en ella algo ignominioso. Rabí Aquiba dice: incluso porque encontró a otra más hermosa que ella, ya que está escrito: si no encuentra gracia a sus ojos (Dt 24,1).


La Misná recoge que en época posterior a Jesús se añadió una tercera escuela, más liberal aún y favorable al varón, la capitaneada por el rabí Aquiba (muerto hacia el 135 d.C.), quien sostenía que bastaba que al marido le gustara más otra mujer para iniciar un proceso de repudio.

La postura de Jesús sobre el divorcio se acomoda a la posición rigorista del rabino fariseo Shammay y a la de los esenios. No es, pues, en nada original y encaja dentro de las discusiones del judaísmo del momento. También se acomoda perfectamente a su mentalidad general que buscaba siempre no abrogar la ley de Moisés, sino darle su mejor cumplimiento en su esencia, en su profundidad y mejor sentido, según la voluntad de Dios que él, Jesús, creía interpretar.

Para que se vea claramente el paralelismo entre Jesús y la teología esenia (¡que eran estrictísimos cumplidores de la Ley!) expondré esta teología brevemente. Parte, como es natural del texto clave de la posibilidad del divorcio en la ley de Moisés es Deuteronomio 24,1:

Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, y resulta que esta mujer no halla gracia a sus ojos, porque descubre en ella algo que le desagrada, le redactará un libelo de repudio, se lo pondrá en su mano y la despedirá de su casa.


Pero los esenios interpretaban este pasaje invocando el orden primigenio de la creación para lo que apelaban a los textos del Génesis 1,27 y 2,1ss, que defendían -argumentaban ellos- el matrimonio único e indisoluble. Basaban esta postura exegética en dos argumentos:

1. Moisés no prescribió el divorcio, sino que sólo lo permitió. El orden primitivo de la creación es superior al orden de la Ley.

2. El texto divino, en Gén 1,27 emplea el singular “varón y mujer los creó”. Por tanto, Dios estaba pensando desde toda la eternidad, para cada matrimonio, en un hombre y en una mujer concretos.

Es sintomático al respecto el siguiente texto del Documento de Damasco IV 21-V 2, uno de las obras importantes de la secta esenia:

[Ciertos hombres] son capturados dos veces por [el deseo de] la fornicación, por tomar dos mujeres en sus vidas, a pesar de que al principio de la creación es “varón y hembra los creó”, y los que entraron en el Arca [de Noé] entraron de dos en dos en el arca.


Este pasaje, sin decirlo claramente, insinúa o presupone que Dios ha predestinado un varón para cada mujer, y una mujer para cada varón. Los esenios pensaban que era así porque el texto sagrado dice en singular: “varón y hembra los creó”. Con este singular –se argumentaba- Dios hacía entender que Él había destinado desde toda la eternidad que un varón tuviera una única mujer y ésta un solo varón. Esta unidad sólo podría romperse si la mujer –¡siempre el punto de vista masculinista!- caía en un desliz sexual. En ese caso se imponía la separación –repudio-, pero no se permitía un nuevo matrimonio.

Ese designio divino de “un varón para cada mujer y a la inversa” se ejecuta en apariencia durante la vida por medio de la suerte o las circunstancias; no hay una designación expresa divina, pues es doctrina expresa de los esenios que no existe contradiccción entre la predeterminación divina y la libre elección del ser humano. Así pues, casi parece que domina la casualidad en la elección de esposa. Pero esto es engañoso. En realidad ocurre de un modo necesario, pues todo está predeterminado rigurosamente por Dios. Por tanto, deshacer ese designio divino por medio del repudio/divorcio, por mucho que se haya visto obligado “Moisés” a permitirlo, va contra la voluntad divina expresada en la narración de los orígenes de la creación.

No queda claro en el texto esenio acabado de citar qué ocurre si fallece uno de los cónyuges. El siguiente pasaje, de entre los manuscritos de Qumrán, ilumina sobre ese caso:

No tomará [ningún hombre en Israel, por tanto sujeto a la Alianza] mujer de entre todas las hijas de las naciones, sino que tomará para sí mujer de la casa de su padre, de la familia de su padre. No tomará mujer además de ella, porque sólo ella estará con él todos los días de su vida. Pero si muriese, tomará para sí otra de la casa de su padre, de su familia (11QTemplo 57,15-19).


El pasaje es claro en su defensa del matrimonio monogámico, aunque no ofrece fundamentación alguna: la da por supuesta, probablemente en el sentido expuesto arriba. Si un cónyuge fallece, están permitidas segundas nupcias.

En síntesis, la postura de Jesús es extraordinariamente parecida en este caso a la de los rigurosos esenios y a la rama más estricta del fariseísmo. Tampoco en la cuestión del divorcio quebranta Jesús la ley de Moisés sino todo lo contrario: busca su mejor cumplimiento, como los esenios y la facción farisea del rabino Shammay indagando en la voluntad de Dios tal como se expresa en el libro del Génesis que habla de los orígenes y la posición ideal del ser humano al principio de los tiempos. Por tanto, no se puede decir que frente a una pésima costumbre judía de su tiempo, Jesús "funda" el matrimonio indisoluble.

Seguiremos. Saludos coridales de Antonio Piñero.
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