Manuscritos de la Vulgata. Las versiones latinas de la Biblia (VII)

Hoy escribe Antonio Piñero

Como creo haber escrito anteriormente, los manuscritos de la Vulgata suman más de diez mil… un número inmenso, imposible de manejar, es decir, de darle un uso crítico para reconstruir el texto original que salió de la pluma de san Jerónimo. Por consiguiente, una pléyade de estudiosos ha intentado poner orden en este cúmulo abrumador y ha intentado agruparlo por familias, pues a la hora de ayudarse de estos manuscritos para la crítica textual del Nuevo Testamento –como también dijimos-, esta agrupación es muy importante para no perderse en un laberinto.

Existen los tipos siguientes de manuscritos de la Vulgata: 1. el italiano; 2. el español; 3. el irlandés; 4. el francés; 5. la recensión (= revisión) de Alcuino y 6. la de Teodulfo. La costumbre ya aceptada designa con una letra mayúscula latina a cada uno de los manuscritos de estos tipos textuales.

1. Dentro del tipo italiano, el Codex Sangallensis, del siglo V, es el manuscrito más antiguo conocido de la Vulgata en los evangelios. Otros, muy conocidos e importantes, son el Fuldensis, del siglo VI, y el Amiatino, una "pandecta" o copia completa de la Biblia latina, del siglo VIII. Está considerado este manuscrito como uno de los mejores testigos de la Vulgata.

2. El tipo español comienza con el mismo Jerónimo, que revisó en el año 398 el trabajo de los escribas enviados por Lucinio Bético para copiar los textos sobre los que trabajaba. Dentro de los numerosos códices el más importante es quizás el Complutense I, del siglo X, utilizado por el grupo de estudiosos del Cardenal Jiménez de Cisneros para la Biblia Políglota Complutense, códice destruido casi por entero en la Guerra Civil, y el Cavensis, de bella letra visigótica, ahora en La Cava, una abadía benedictina cerca de Salerno.

3 y 4. Los tipos irlandés y francés tienen también bellos manuscritos como el famoso Book of Kells, o Codex Kenanensis, del siglo VIII, o el Sangermanensis, del IX, utilizado por Stephanus en su Biblia Sacra de 1540.

5. La recensión de Alcuino, monje inglés, pero abad de Tours en Francia, fue un encargo de Carlomagno (siglo VIII), interesado también en poner orden y concierto en las diversas versiones que de la Vulgata corrían por el ancho dominio franco. Alcuino no hizo ninguna labor de crítica textual para restaurar las antiguas lecturas de san Jerónimo, sino que intentó tan sólo producir un texto gramaticalmente correcto que sirviera como norma para monasterios y escuelas en todos los dominios carolingios. Su actividad editorial se redujo, pues, a eliminar errores en puntuación, gramática y ortografía. Los manuscritos de esta familia llevan la sigla de la letra pfi en griego, pues a Alcuino le llmaban Flaccus.

6. También del siglo VIII y comienzos del IX es la recensión de Teodulfo. Era éste un español, nacido en Zaragoza hacia el 750, de ascendencia visigoda; fue abad de Fleury y luego obispo de Orleans durante más de treinta años. Además de crear escuelas parroquiales e impulsar el culto litúrgico, favoreció la producción de textos bíblicos correctos. Al contrario de Alcuino, Teodulfo se preocupó de hacer una edición "crítica" (de hecho, Teodulfo es uno de los precursores de la moderna crítica textual), señalando al margen de las lecturas preferidas la procedencia de ellas. Así marcaba con un signo especial las lecturas tomadas de Alcuino, y con otro signo las lecturas tomadas de manuscritos españoles. El más famoso e importante de los códices de esta recensión es el Codex Theodulphianus de la Biblioteca Nacional de París del siglo IX, preparado probablemente bajo la dirección del mismo Teodulfo.

La cuidada edición de san Jerónimo, la Vulgata, se fue corrompiendo a lo largo de los siglos. Por lo que fue necesaria una revisión a fondo. Especialmente desde el XIII se inició una labor de purificación y corrección del texto. Nacieron así los llamados Correctoria o correctoriones, que eran libros que contenían lecturas variantes con citas de los manuscritos griegos y latinos, más textos de los Padres, que las sustentaban. Los más famosos son el Correctorium parisiense, el Dominicanum, de Hugo de San Caro, y el Vaticanum, preparado por el franciscano Guillermo de Mara.

También en el siglo XIII se introdujo la costumbre, en la Universidad de París, de dividir en capítulos el texto bíblico, y en cada uno de ellos hacer secciones (hasta siete, que iban señaladas con letras del alfabeto latino). La división actual en capítulos y versículos de la Biblia es del siglo XVI, y fue introducida por Robert Estienne (Stephanus) en su edición de la Biblia de 1551 en Ginebra. Cuenta la leyenda que hizo parte de ella cuando iba de viaje a lomos de un caballo. Con el traqueteo puso ciertos puntos, comas y divisiones en el lugar que no debía. La anécdota es seguramente apócrifa, pero indica que a veces la división en versículos es discutible.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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