El adopcionismo. La controversia en los textos



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Carta a Alcuino (2)

Elipando, olvidándose de que affirmantis est probare, reta a Alcuino para que le presente pruebas de Santos Padres "de que no hubo en el Hijo de Dios adopción alguna de la carne ni humanidad verdadera" (J. Gil, CSM, pág. 98). Una vez más insistimos en que una cosa es que Cristo fuera en cuanto hombre hijo adoptivo, y otra muy distinta que no tuviera humanidad verdadera. Los Santos Padres, sin excepción, creen y enseñan que Cristo fue hombre verdadero y perfecto (excepto en el pecado), pero algo totalmente diferente es creer que ese hombre engendrado en el vientre de María fuera hijo adoptivo o Hijo propio de Dios.

Elipando acusa luego a Alcuino de haber mancillado al "reino de los reinos, Austrasia", con sus herejías, lo mismo que Beato había hecho con las tierras astures. Vuelve a recordar, aquí también, el ejemplo de Constantino y su defección final. Y usa textos bíblicos totalmente ajenos al problema planteado. El texto del profetismo perpetuo, donde se promete que siempre habrá un profeta en Israel semejante a Moisés (similem tui), lo interpreta Elipando añadiendo "según la carne no por generación, sino por adopción", interpretación arbitraria de un pasaje donde solamente se hace la promesa de que en la historia de Israel no faltará un profeta a quien el pueblo deberá escuchar como a un representante de Dios. Elipando hace la exégesis del pasaje como si el texto se refiriera a Cristo, cuando realmente se refiere al fenómeno del profetismo en general. Al desenfocar la exégesis, llega a conclusiones absurdas, como cuando afirma que Alcuino "niega que el Hijo de Dios... recibió la carne para ser hijo adoptivo" (J. Gil, CSM, pág. 99).

Pretende en un nuevo párrafo presentar los testimonios de los Padres "sobre la adopción del Hijo de Dios según la humanidad y no según la divinidad" (J. Gil, Ibid.). Elipando afirma que se refiere a aquellos a quienes dijo: "Vosotros sois la luz del mundo, vosotros sois la sal de la tierra; lo que atéis sobre la tierra quedará atado, y lo que desatéis, quedará desatado". La referencia parece pretender atribuir a los Padres lo que Jesús dijo en dos ocasiones distintas dirigiéndose a los Apóstoles (Mt 5, 13. 14; 18, 18).

Empieza con una afirmación de san Ambrosio que recuerda que "un hijo adoptivo es un verdadero hijo" (De dom. incarn. sacr., 8, 87: PL 16, col. 840). Recoge citas de san Jerónimo (más bien, de Eutropio) y de san Agustín que ya vimos y analizamos en la Carta a los obispos de Francia. Y después de una referencia a san León Papa, en la que se subraya lo que Cristo hacía en cuanto hombre y en cuanto Dios (Ep. 28, 3: PL 54, cols. 763 y 767), cita el pasaje de Isidoro, visto y examinado también en la Carta a los obispos de Francia, aunque aquí lo amplía con reflexiones que no añaden nada nuevo a la distinción entre ambas naturalezas de Cristo y sus respectivas operaciones. Pero exagera, a mi parecer, a la hora de sacar conclusiones. Por ejemplo, glosando el Salmo 67, 19 ("Subió a lo alto, llevó cautiva a la cautividad"), se pregunta: "Si se lo llama cautivo, ¿por qué no se le va a llamar adoptivo según la carne?" (J. Gil, CSM, pág. 101). Lo mismo hace después de varias citas bíblicas de las que se deriva la dignidad divina y la cualidad humana de Cristo. Elipando concluye con absoluta rotundidad: "Si según la humanidad es hijo de David, sin duda es adoptivo y siervo de Dios Padre, del mismo Hijo y del Espíritu Santo, y es adoptivo y siervo según la humanidad" (J. Gil, Ibid.). En toda esta cita, lo que una vez más tropieza contra el muro de la ortodoxia es simplemente el calificativo de adoptivo. De la "forma de siervo" habla Pablo en Flp 2, 6-8, y "siervo" es la denominación que le dedica Isaías y que los mismos Padres refieren al Mesías.

El apartado 8 está dedicado a la opinión de los Padres toledanos y su visión del problema a través de los textos litúrgicos. Aunque ya trató Elipando el tema al final del parágrafo 1 de la Carta a los obispos de Francia, lo vuelve a desarrollar más ampliamente en este pasaje de la Carta a Alcuino. Aparecen aquí ocho textos, de los cuales cinco ya los había citado Elipando en su Carta a los obispos franceses. Son concretamente los del jueves santo, el del martes de Pascua, dos del jueves de Pascua, el de la Ascensión, uno de la misa de san Esperato, el de la misa de difuntos y uno de la Vigilia de Pascua atribuido a san Isidoro. De los textos recogidos y comentados en la Carta a los obispos de Francia, ya hemos manifestado nuestra opinión. Nos resta solamente decir unas palabras de los nuevos en la Carta a Alcuino.

1) El del martes de Pascua reza así: "Mira, Señor, la multitud de tus fieles a la que por la gracia de la adopción te dignaste hacerla coheredera con tu Hijo" (J. Gil, CSM, pág. 102). Sin embargo, no vemos la consecuencia de que por ser la multitud de los fieles coheredera con Cristo en virtud de la gracia de la adopción, se pueda concluir lo que era el núcleo de la controversia: que Cristo, en cuanto hombre, fuera hijo adoptivo del Padre. Si bien, el punto de vista de los adopcionistas abunda en la idea de que si, por la gracia de la adopción los fieles son coherederos de Cristo, es porque Cristo es también sujeto de esa adopción, es decir, es igualmente hijo adoptivo de Dios.

2) El texto nuevo del jueves de Pascua dice literalmente: "Precedió el don en la adopción, pero aún queda el juicio sobre la conducta" (J. Gil, Ibid.). El sentido no es suficientemente claro para justificar una opinión apodíctica. La palabra "adopción" queda en este pasaje un tanto desangelada. No lleva genitivo que la determine, como podría ser "de la carne". Da la impresión de que se habla realmente de una adopción (¿de quién?) de la cual quedan por ver las consecuencias.

3) El texto de la misa de san Esperato suena así: "Unigénito del Padre ingénito... no sentiste horror de tomar el vestido de la carne del hombre adoptivo y no desdeñaste estar colgado de la balanza de la cruz en la forma de siervo" (Breuiar. Mozar.: PL 86, cols. 1164-1165).). El texto se encuentra dentro de un contexto ortodoxo y es susceptible de interpretación de acuerdo con los parámetros de la ortodoxia. Jesús, en efecto, de acuerdo con la más exigente formulación cristológica, tomó el vestido de la carne humana, el vestido de unos hombres que recibieron de Dios el don espléndido de la adopción.

4) Finalmente, introduce Elipando en su argumentación un texto de la Vigilia de Pascua, que es obra de san Isidoro: "Se vistió de carne, pero no se desnudó de la majestad, eligiendo nuestra sustancia, pero sin dejar la suya propia" (Lib. Ord. 213: PL 96, cols. 874-875). Definitivamente, Elipando estaba tan convencido de su propia verdad que pensaba convencer a sus adversarios con el mero enunciado de principios indiscutidos que muy tangencialmente rozaban los bordes de la controversia adopcionista.

Encontramos después la carta de san León Magno a León Augusto (Ep. 165, 4-10: PL 54, cols. 1161-1171), que es una exposición minuciosa, adornada con citas, de que Cristo es una sola persona y dos naturalezas. Pero este principio de la Cristología no lo ponía en duda ninguno de los contendientes, mucho menos Alcuino. En toda esta larga cita no se menciona ni una sola vez la palabra "adopción" o alguno de sus derivados. Se percibe una cierta intención de buscar el perfil de una doctrina precisa en sus conceptos y moderada en sus expresiones. Por su doble naturaleza, Cristo pudo ser el Mediador "por ser igual al Padre en la forma de Dios" y "partícipe de nuestro ser en la forma de siervo" (J. Gil, CSM, pág. 103). León subraya con mucho interés y no menor claridad cómo la única persona de Cristo puede hacer cosas porque es Dios y cómo puede hacer otras porque es hombre. Sin ser a la vez verdadero Dios y hombre verdadero, no hubiera sido posible realizar la reconciliación entre Dios y la humanidad ni cumplir la suprema misión de la salvación de los hombres. El pasaje de Flp 2, 6-8 juega un gran papel en toda la argumentación de san León, particularmente las fórmulas forma Dei, forma serui. En la forma de Dios, el Hijo es igual al Padre, y no hay entre ellos ninguna diferencia ni en la esencia ni en la majestad. La "forma de siervo" es la "humilde condición humana que fue elevada a la gloria de la potestad divina" en una unidad constituida por la divinidad y por la humanidad. El autor de la cita hace una referencia a unos herejes que, para Elipando, son los antiadopcionistas, pues dice de ellos que "niegan la verdad de la carne humana en Cristo". En la historia de la Teología, hubo docetas y otros herejes que propugnaban tesis similares; pero éste no es el caso de los antiadopcionistas; cf. la Carta a Alcuino 9, 129-132;(J. Gil, CSM, pág. 106). Los verdaderos maestros, desde los Apóstoles hasta el "ahora" de Elipando, enseñan "que en el Señor Jesucristo se debe confesar una sola persona de la divinidad y de la carne".

El final de la carta de san León demuestra a las claras el convencimiento que tiene Elipando de estar defendiendo la doctrina tradicional católica. Lo que León dice a su destinatario le viene perfectamente al arzobispo de Toledo en su disputa con Alcuino. Después de exponer sus ideas y de intentar ilustrarlas con sentencias y dichos de la Escritura y de los Padres, concluye: "Si te dignas considerarlas, hallarás que no predicamos otra cosa que lo que nuestros Santos Padres enseñaron por todo el orbe y que nadie, sino solamente los impíos herejes, discrepa de ella". Elipando habla con la seguridad de quien se siente instalado en la verdad. Alcuino, por el contrario, sería uno de esos impíos herejes. Sin embargo, como ya hemos notado, en todo este alegato no se dice una sola palabra del objeto nuclear de la controversia.

De una cita del libro de Job 20, 27: "Los cielos revelarán su iniquidad...", parte Elipando para introducir alegóricamente a los Santos Padres, a quienes aplica el dicho del Salmo 18, 2: "Los cielos narran la gloria de Dios". Luego, hace una glosa de la carta de san Agustín a Evodio Sobre la Trinidad y la paloma (Ep. 169: PL 33, cols. 744-747), en la que sistemáticamente introduce la palabra "adopción" cuando se refiere al Hijo de Dios hecho hombre. Incluso, al hablar de la Trinidad "con el hombre asumido", Elipando explica el término diciendo: "o adoptivo" (J. Gil, CSM, pág. 107). Pero, suprimido ese término espurio, la cita no añade absolutamente nada a las tesis adopcionistas.

Elipando vuelve sus ojos nuevamente a la carta de Alcuino, "sacrílega, corrompida por un veneno letal y tenebrosa por la oscuridad de la ignorancia”, por lo que califica a su interlocutor de testigo falso. Y ello porque se atreve a afirmar "que nosotros negamos que Dios, el Hijo de Dios, nacido de la Virgen, es esencialmente Dios" (J. Gil, CSM, pág. 108). Por enésima vez recurre el toledano al conocido testimonio de Cristo cuando decía: "Yo y el Padre somos una sola cosa" (Jn 10, 3). Pero, como reiteradamente hemos dicho, en una controversia tan cargada de pasiones viscerales, son frecuentes las extralimitaciones y desmesuras.

Unas palabras del profeta Ezequiel sirven a Elipando para decir que es inútil seguir hablando a quienes no quieren entender. En Austrasia, la nueva Alejandría, ha nacido "un nuevo Arrio, es decir, Albino (Alcuino)... para destruir y oscurecer la fe católica" (J. Gil, Ibid.). Reta luego al de York con palabras de san Cipriano a un hereje: "Tú tienes mi carta y yo la tuya; ambas serán leídas en la presencia del Señor" (Cipriano, Ep. 66, 10: PL 4, col. 407). En aquel tribunal se sabrá quién está en posesión de la verdad.

El final de la carta contiene una nueva recomendación para que Alcuino interceda ante el glorioso príncipe a favor de Félix, alejado de su grey y recluido en un monasterio. Dios pedirá cuentas a Carlomagno, cuya suerte final podría ser la ya mencionada del emperador Constantino.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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