La distorsión de la historia de la investigación sobre Jesús (XIV)

Hoy escribe Fernando Bermejo

Como comprobamos en su momento, una de las afirmaciones más asombrosas de la periodización de las “tres búsquedas” consiste en sostener que la primera mitad del s. XX es una época en la que no hubo investigación relevante (o en la que, según algunos, hubo “un declinar general”). Como varios autores norteamericanos y quien firma estas líneas hemos demostrado de manera independiente, esta es una afirmación absurda que es refutada del modo más contundente por la literatura disponible. ¿Puede servir esta idea a los intereses de alguna posición?

Pues bien, resulta que el postulado de la existencia de una fase de escepticismo o “No Quest” en la primera mitad del s. XX podría presentar también considerables ventajas apologéticas en determinados sectores (mayoritarios), pues permite ahorrarse afrontar el examen de un período en el que mucho de lo acontecido resulta molesto para la visión tradicional, y ello en varios sentidos.

En primer lugar, conviene recordar que una parte de la exégesis confesional alemana de esta época (G. Kittel, J. Leipoldt, W. Grundmann, E. Hirsch...) estuvo comprometida con posturas muy próximas al nazismo. Aunque quizás a algunos de nuestros lectores los nombres reseñados no les digan nada, a otros seguramente les sonarán. Algunas obras de Leipoldt y Grundmann, convenientemente traducidas, siguen siendo utilizadas por los estudiantes de teología de muchos países, incluido España. El Diccionario Teológico del Nuevo Testamento, dirigido por G. Kittel, sigue siendo para muchos una obra de referencia. Walter Grundmann, por lo demás, fue el director académico del Instituto para la Investigación y Erradicación de la influencia judía en la vida eclesial alemana (sic), creado en Alemania en 1939, y en el que participaron varios discípulos y colaboradores de Kittel.

Algunas de estas eminencias en el campo de la exégesis y la teología llegaron, en la línea de P. de Lagarde y H. S. Chamberlain, a presentar a Jesús como no judío y enemigo de los judíos. Así, en su libro “Jesús el galileo y el Judaísmo”, publicado en Leipzig en 1940, Grundmann escribió que “con toda probabilidad Jesús no fue judío” (p. 175). También el título de su conferencia de Weimar de 1939, “La desjudaización de la vida religiosa como tarea de la teología y la Iglesia alemanas” (sic), de la que se hicieron 6.000 copias, es elocuente.

Uno se pregunta si el comprensible malestar que el recuerdo de este tipo de cosas puede generar en algunos exegetas y teólogos cristianos no habrá contribuido a correr un tupido velo sobre este período, y por ello a formar la curiosa idea de una “No quest”. Así lo ha propuesto al menos un estudioso norteamericano, Clive Marsh: el diseño de una época de “No Quest” estaría relacionado con el intento (¿inconsciente?) de silenciar las conexiones de la exégesis con el nazismo. Esto es posible, pero probablemente no es todo.

En efecto, la exégesis pro-nazi no agota lo que en la primera mitad del s. XX resulta difícil de digerir para la teología contemporánea. En el mismo período, una parte considerable de la investigación realizada arroja resultados que no corroboran la imagen confesional sobre Jesús de Nazaret. Esto es perceptible, por ejemplo, en la investigación francesa, en particular en la obra de Alfred Loisy –principal blanco del juramento antimodernista que todo sacerdote católico debió pronunciar entre 1910 y 1967– y de Charles Guignebert –historiador al margen de toda confesión cuyas obras están escritas con un espíritu nítidamente desmitificador–. Problemas similares presenta la investigación judía de la época (como la de C. Montefiore o J. Klausner). Como se ha escrito en la conocida Revue théologique de Louvain “estas obras no podían evidentemente satisfacer enteramente a la teología católica en puntos en que la fe se ve afectada [...] Esta nueva forma de presentar a Jesús y su evangelio tenía a menudo como corolario el poner en evidencia diferencias entre Jesús de un lado, y Pablo y la Iglesia de otro” (P.-M. Bogaert).

Siendo así, hay razones muy serias para sospechar que la creación de la idea de “No Quest”, por inverosímil que resulte, puede servir (todo lo inconscientemente que se quiera) a intereses teológicos de un establishment al que ciertos resultados resultan francamente turbadores, sea porque a estas alturas ya no pueden sino avergonzarle (caso de la exégesis pro-nazi), sea porque no pueden sino poner en cuestión la imagen tradicional de Jesús. Postular que la primera mitad del s. XX fue un período irrelevante en lo que respecta a la investigación de la figura histórica de Jesús comporta automáticamente la damnatio memoriae de muchos de sus autores.

P.D. Algunos comentarios a la última serie de A. Piñero en este blog son realmente muy instructivos. La próxima semana interrumpiré momentáneamente mi propia serie para comentar algo al respecto.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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