Cabellos y vestidos. Magia en el Antiguo Testamento (XII)

Hoy escribe Antonio Piñero

Cabellos

En torno a la figura de Sansón (libro de los Jueces, capítulos 13 y siguientes) se tejieron leyendas muy antiguas repletas de hechos maravillosos. La historia de Sansón es semejante en algunos puntos a la de Heracles/Hércules: ambos comienzan sus hazañas estrangulando a un león; ambos mueren por una mujer; ambos escogen su forma de muerte.

En el caso de Sansón el narrador bíblico da rienda suelta a la expresión de toda suerte de creencias populares, por ejemplo la aparición de un ángel que asciende luego a través de las llamas de un holocausto (13,20), el descenso del espíritu divino que se introduce dentro del cuerpo de Sansón y lo transforma, haciendo de él un héroe (14,6), etc. Pero lo más interesante para el propósito de esta serie es el poder, con ribetes mágicos y supranaturales, que el relato atribuye a los cabellos.

Éstos son los depositarios de una fuerza maravillosa a ellos unida. El núcleo de la historia es bien conocido: cortados los cabellos, desaparece automáticamente el poder.

El narrador bíblico parece aceptar de buen grado el trasfondo mágico de la historia que narra, tomada del folclore popular, pero la cambia atribuyendo esa fuerza a Yahvé. El voto del nazireato (en qué consiste tal voto puede verse en Números 6,13-20) exigía la integridad de los cabellos, porque en tal plenitud tomaba cuerpo la idea de la posesión divina que se apropiaba del ser humano y le capacitaba para obrar actos portentosos.

No es necesario insistir mucho en lo automático –ésta es señal típica de un acto mágico- porque creo que la famosa trampa de Dalila es de sobra conocida. Le preguntó su mujer muchas veces: “Anda, dime: ¿de dónde te viene esa fuerza tan grande?”. Sansón la engañaba con diversos trucos: la fuerza de Dios se le iría si fuera amarrado con cordeles nuevos; si le sostuvieran el pelo con la clavija de un tejedor, etc. (Jueces 16,6.10.13). Pero al fin, en un momento de debilidad, Sansón abrió su corazón a su mujer y le confesó:

La navaja no ha pasado jamás por mi cabeza, porque soy nazir de Dios desde el vientre de mi madre. Si me rasuraran, mi fuerza se retiraría, me debilitaría y sería como un hombre cualquiera (Jueces 16,17)


En todo esto, el relato hebreo participa de creencias comunes antiguas y modernas. Los cabellos como sede de la fuerza divina aparecen también en las sagas de otros pueblos. Así se explica, por ejemplo, el conocido corte de cabellera de los vencidos por parte de los indios americanos, en especial en Norteamérica. Cortarle los cabellos no es sólo un acto de jactancia o gloria, sino también la apropiación de la fuerza del vencido que se pasa automáticamente al vencedor por medio de la posesión de los cabellos. Es también conocido el caso de Pterelao en el mundo clásico griego: entre sus cabellos tenía uno de oro, que le proporcionaba la victoria y le aseguraba la vida. Pero su hija Cometó se lo arrancó por amor a su enemigo Anfitrión. Entonces Pterelao fue derrotado.

En Jueces 16,20 Yahvé se aparta necesariamente de Sansón una vez cortados los cabellos, y en 16,22ss.30 la fuerza le vuelve automáticamente al crecerle el pelo. En otros lugares de la biblia se apunta a que Dios puede castigar con el rapamiento de la cabellera. Ello parece deducirse de Isaías 3,16-17:

“Por cuanto son altivas las hijas de Sión… rapará el Señor su cráneo y destapará su desnudez”.


Aquí no se pierde la fuerza física, sino que se atribuye al castigo del Señor la pérdida del atractivo sexual.

Vestidos

Los vestidos son otro capítulo importante en la corporización de la fuerza o poder sobrenatural más o menos automático. La impureza de los vestidos comporta la impureza de la persona. Se ha supuesto por diversos investigadores que el acto de rasgarse las vestiduras ante el cadáver de un ser querido pudo haber significado en principio no un acto propiamente de dolor, sino un modo mágico de liberarse de la impureza, que procede del difunto, pegada a la ropa de los vivos que han permanecido en el mismo recinto. Posteriormente este sentido se pierde y queda sólo la expresión del dolor o del escándalo.

En uno de los profetas importantes de Israel, Elías, desempeña una parte de su vestimenta, el manto, un cierto papel mágico-milagroso. A un hombre que araba su campo, Eliseo, le echó el profeta el manto encima. El contacto con la prenda mudó la personalidad de Eliseo, quien abandonó su labor, sacrificó sus bueyes y se puso al servicio de Elías (1 Reyes 19,19ss). Más tarde, ante el río Jordán, tomó este mismo profeta su manto, lo enrolló y golpeó con él las aguas, que se dividieron a un lado y a otro (2 Reyes 2,8), con lo que se formó un vado (Eliseo repite el milagro: 2 Reyes 2,14).

El modelo literario para estos milagros es Éxodo 14,26 (el paso del Mar de las Cañas/Mar rojo; se apartan las aguas cuando Moisés extiende su manto sobre ellas) y Josué 3,15 (el paso del Jordán: aquí las aguas forman un muro al ser tocadas por los pies de los sacerdotes) de quien toman ejemplo, probablemente, estos prodigios.

Hay un pasaje en el libro de Ezequiel en el que el profeta clama contra falsas adivinas que profetizaban siguiendo su propio espíritu y que utilizaban bandeletas de paño y velos con fines mágicos. Por lo visto estaba muy extendida55 esta práctica en el Israel de entonces, incluso entre los deportados a Babilonia. Por poco dinero (v. 19) vendían sus prácticas mágicas, lo que implica que no eran escasas las “profetisas”. Dice el texto:

¡Ay de aquellas que cosen bandas para toda clase de puños, y que hacen velos para cabezas de todas las tallas con ánimo de atrapar a las almas! Vosotras atrapáis las almas de mi pueblo, ¿y vais a asegurar la vida de vuestras propias almas?. Me deshonráis delante de mi propio pueblo por unos puñados de cebada y unos pedazos de pan, matando a las almas que no deben morir y dejando vivir a las almas que no deben vivir, diciendo mentiras al pueblo que escucha mentiras.

Pues bien, así dice el Señor Yahvé: Heme aquí contra las bandas con las cuales atrapáis las almas como pájaros. Yo las desgarraré en vuestros brazos, y soltaré al aire libre a las almas que atrapáis como pájaros. Rasgaré vuestros velos y libraré a mi pueblo de vuestras manos; ya no serán más un presa entre vuestras manos y sabréis que yo soy Yahvé. Porque torturáis el corazón del justo con mentiras, cuando yo no le torturo, y aseguráis las manos del malvado para que no se convierta de su mala conducta a fin de salvar su vida; por eso, no veréis más visiones vanas, ni pronunciaréis más predicciones" (13,l7-23).


El pasaje no es precisamente diáfano y fácil de interpretar, pero sí parece claro que se trataba de la conocida práctica de enrollar las cabezas y manos de figurillas de cera, o de otro material, con bandas y velos para provocar así un daño sobre el enemigo. Se trataba, pues, probablemente del "atar" y "desatar" mágicos. Los velos servirían bien para proteger la cabeza o para infligir una enfermedad.

Estas profetisas que hacían morir o permitían continuar la vida actuaban pretendidamente en nombre de Yahvé. Éste protesta y actúa en contra (v.20). Las profetisas debían de utilizar sortilegios ya conocidos en el mundo babilónico. Los especialistas citan aquí en sus comentarios textos babilónicos de magia de bandas y nudos: "Que el mago que la ha atado se derrita como la miel; que se deshagan sus nudos y se destroce su obra". Himno a Nusku: "A la maga que me ha atado con su magia, átala tú a ella". La súplica a los dioses en general contra actos mágicos era la siguiente: "Que se rompan los lazos, se disuelva la maldición, salten los hierros, se suelten las ligaduras y se rompan las cadenas".

Da la impresión que el profeta las condena más por el daño que hacen -el vidente acepta que esas mujeres tienen poderes reales- que por el rito practicado.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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