Adopcionismo. La controversia en los textos



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Carta de Alcuino a Elipando (2)

A lo largo de toda la carta, se nota que Alcuino está realmente obsesionado con Félix. La razón es posiblemente porque conoce su pensamiento de primera mano y, desde luego, mucho mejor que lo que pueda conocer de Elipando. Asegura que podría demostrar la divinidad de Cristo con textos de la Escritura y de los Padres, pero prefiere dejar que sea el propio Elipando quien descubra la verdad, pues el Señor se la manifiesta al que la busca con humildad. Ahora bien, la verdad no puede ser más que una, y está o bien en la Iglesia universal o en Félix y sus pocos seguidores escondidos entre las montañas. Alcuino tiene un pequeño desliz al recordar a Elipando qué grande será el gozo en los cielos por un pecador que hace penitencia (Lc 15, 7; PL 101, col. 239). Pero trata de rectificar diciendo que no es que le llame "pecador, sino predicador; confesor de Cristo, no enemigo de la fe", lámpara para iluminar a los moradores de la casa de Dios.

Un nuevo apartado empieza con otra referencia a Félix, esta vez para pedir a Elipando que se esfuerce en convertir al urgelitano a la "unidad y a la verdad de la fe católica". Alcuino cree que no será difícil, porque se trata de un hombre bueno, rico en piedad y trabajo, "varón importante y de preclara dignidad y santidad" a quien Dios no puede abandonar en el error. Y apoyado en el pasaje de 1 Tim 6, 20 ("evita palabras nuevas"), expone en qué consisten esas novedades: "denominar a Cristo, que nació de la Virgen, hijo adoptivo y Dios nuncupativo" (PL 101, col. 240). Sigue luego una repetitiva demostración de la divinidad de Cristo a base de textos de Pablo y de los evangelios, y una exposición de la doctrina ortodoxa sobre el tema, que podrían haber firmado sin ningún problema Félix y Elipando. Una de las bases de su argumentación parte de la constatación de que los textos que hablan del Hijo de Dios nunca emplean el calificativo de "adoptivo" (cf. Rom 8, 32; Jn 3, 14). Como tampoco se añade la calificación de "nuncupativo" cuando se afirma que Cristo "es Dios bendito por los siglos". La versión de la Vulgata en Rom 9, 5 es la que da pie a partir de este texto a esta afirmación de la divinidad de Cristo mediante una puntuación y traducción erróneas que enmascaran lo que era una doxología dedicada a Dios.

Alcuino prosigue elevando el tono patético de su escrito. Intima a Elipando "por la sangre de nuestra Redención y por el terrible juicio del último día" que dé publicidad a esta carta. Ésa será la señal de que ama la verdad y desea la unidad de la paz católica. Elipando significaba demasiado a los ojos de Alcuino para no pretender atraerlo a las tesis ortodoxas en la seguridad de que su ejemplo arrastraría a los fieles y a los doctores de España. Pero antes que nada, debe Elipando mantenerse firme en la verdadera doctrina, que es la tradicional y que no aporta novedades de palabras y contenido. En este sentido, se sirve Alcuino del testimonio de Pablo ante los fieles de Galacia: "Aunque incluso un ángel del cielo os anuncie un evangelio distinto del que os anunciamos, sea anatema" (Gál 1, 8). Glosa luego el pasaje y justifica la seguridad de Pablo recordando que recibió su evangelio "por la revelación de Jesucristo" (cf. Gál 1, 12) y que el mismo Cristo hablaba en él (cf. 2 Cor 13, 3). Concluye el de York, quizá con excesivo optimismo, aplicando los textos de Pablo a su propio caso. El que ahora predica "otra cosa" es el que llama adoptivo a Cristo; "predica otra cosa" el que denomina a Cristo "Dios nuncupativo". Ambas apelaciones son incompatibles con las solemnes afirmaciones del Apóstol en Rom 9, 5 y Tit 2, 13-14. Concretamente, la denominación de "adoptivo" va contra lo que Pablo dice en Rom 8, 32, donde aplica a Cristo el título de "Hijo propio" de Dios.

Hace luego la exégesis del texto fundamental de Jn 1, 14: "El Verbo se hizo carne", es decir, hombre. Cristo tuvo, pues, dos nacimientos: uno del Padre en la eternidad; otro, de la Virgen María en el tiempo. Pero la unidad de persona en Cristo exige que ese hombre sea también Dios verdadero. Ahora bien, si el hombre "asumido" es Dios "nuncupativo", por lógica deberíamos hablar también de hombre "nuncupativo", es decir, de nombre y no real. Ello nos situaría, concluye Alcuino, en la postura de Nestorio, pues María no sería la Madre de Dios, sino madre de Dios por adopción, nombre nuevo rechazable y perteneciente a esas novedades censuradas por el apóstol Pablo.

A Cristo se le aplican nombres muy diversos. Unos son propios, otros retóricos. La razón debe discernir el sentido y valor de cada uno de ellos. Pues no es lo mismo decir de Cristo que es Unigénito, Primogénito, Dios, Hijo de Dios, uno, Jesucristo, -nombres todos que deben entenderse como propios- y aplicarle denominaciones tales como las de león, piedra, oveja, ternero, gusano y otros, cuyo significado es claramente alegórico.

Una vez más viene Félix a la memoria y a la pluma de Alcuino. Al testimonio de Félix, en el que asegura que los doctores de España acostumbraban a llamar "adoptivo" a Cristo, responde Alcuino con una buena dosis de altanería e insolencia. En primer lugar, "nosotros -dice- no leemos a aquellos doctores, ni sus escritos han llegado hasta nosotros". Y si es verdad que enseñan tales doctrinas, lo único que los defiende del anatema es su ignorancia. En segundo lugar, "mayor debe ser la autoridad de los doctores de todo el mundo que la de unos pocos en España. Además, el autor más ilustre de España, san Isidoro, que tantos nombres de Dios registra en sus Etimologías, nunca denomina a Cristo ni “adoptivo” ni “Dios nuncupativo”" (PL, col. 242).

Termina Alcuino su escrito lo mismo que empezó, abogando por la paz y la unidad en la fe. Si la carta halla buena acogida en el toledano, proseguirá la relación epistolar con las aclaraciones precisas sobre los temas controvertidos. Pide luego a Elipando, "sacratísima lumbrera de España" que lo tenga presente en sus "sacrosantas oraciones". Hace votos por la prosperidad de los guías del pueblo "con toda la sabiduría de la paz católica y en la caridad de Cristo". Las últimas palabras, en son de augurio y despedida, son una nueva profesión de fe en "nuestro Salvador, Dios vivo y verdadero, nuestro Señor Jesucristo".

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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