La biblioteca virtual de Jesús. "Jesús y su gente" (II)

Hoy escribe Antonio Piñero

Continuamos con el tema, puntos de vista de Paolo Sacchi sobre Jesús, su gente y su tiempo, en concreto:

La biblioteca de los piadosos en el siglo I en Israel

La postura confesional de Paolo Sacchi no le impide, como parece ya natural hoy, una cierta mirada crítica que se manifiesta en la distinción de lo que puede pensarse que proviene de Jesús mismo y lo que es secundario, producto de los evangelistas y de su sistematización e interpretación del material, lo que supone ciertamente poner en duda la fiabilidad absoluta de los Evangelios. Sacchi utiliza naturalmente la crítica interna en el análisis de los textos evangélicos, pero curiosamente sólo una o dos veces en todo el libro hace mención de los criterios, hoy universalmente establecidos, para establecer la autenticidad de un hecho o dicho de Jesús, criterios como el de "dificultad", "múltiple atestiguación", etc. En ello se distingue radiclamente, por ejmplo, de J. P. Meier y su obra "Un judío marginal...".

Tampoco hace gala Sacchi de una seguridad a toda prueba en sus puntos de vista. Me parecen bellas sus afirmaciones acerca del valor histórico relativo de la investigación histórica. Afirma que sólo la crítica interna permite dibujar los trazos de una “vida de Jesús” en la última parte de su existencia, su ministerio público, no antes, reino más bien de la leyenda. Pero el destino de la filología y de la historiografía, ciencias humanas -no del ámbito de las "exactas- al fin y al cabo, es utilizar unos métodos que no producen certezas, sino que dan pábulo siempre a interpretaciones diversas:

“El historiador no es infalible; no reconstruye jamás –porque no es posible- los hechos tal como sucedieron. Sólo puede establecer orden y ofrecer una interpretación a los documentos que tiene a su disposición. Es un problema que tiene su base en las posibilidades humanas” (pp. 15-16).


La primera novedad de “Jesús y su gente” se halla en el inicio. Al hablar Sacchi de la Palestina del siglo I, lo que más le interesa no son las cuestiones históricas y sociales, como en otras obras al uso, sino reconstruir qué tipo de biblioteca de temas teológicos podría tener a su disposición un judío como Jesús... se supone un judío que sabía leer bien y tenía fuertes intereses religiosos. Sacchi presenta a su lector una biblioteca virtual que podría existir sin duda en Jerusalén (los libros interesantes se copiaban en la Antigüedad más de lo que creemos hoy. Por ejemplo, en Atenas, Aristóteles tenía a sus disposición las obras de todos los filósofos y literatos importantes –sobre todo los filósofos-que le habían precedido, desde el siglo VIII por un lado hasta finales del VII o principios del siglo VI, por otro y que él comenta en su “historia de la filosofía”, que econstituye una buena parte de su Metafísica).

Esta biblioteca ciertamente no tenía probabilísimamente las obras típicas, peculiares y exclusivas de Qumrán, compuestas desde el 100 a.C., como son la Regla de la Comunidad o el Rollo de la Guerra o El rollo del Templo, pero sí seguramente toda la Biblia que conocemos hoy (la “Ley”, que incluía el libro Josué), “Profetas” (con los llamados “profetas menores” mencionados en Samuel y Reyes, libros incluidos en esta serie) y los “Escritos” (Salmos ante todo, pero también Job, Eclesiastés, Proverbios, Rut, Lamentaciones, Cantar, Ester, Daniel, Esdras y Nehemías).

Es posible que circulara en Jerusalén más de un tipo de texto de lo que hoy llamamos el Antiguo Testamento. Postula Sacchi que allí se conocía una forma hebrea de la Biblia cuyo texto era parecido al que fue la base de la Biblia de los LXX e, incluso, afirma también que era conocida la versión samaritana del Pentateuco.

Naturalmente circulaban también los textos –hoy apócrifos- de los que hablamos en días anteriores, probablemente muy bien considerados entre los grupos de piadosos. Así, por ejemplo, todo el ciclo del “profeta” Henoc, diversos grupos del también ciclo de “testamentos”, como el de los Doce Patriarcas, o el de Adán y Eva, Salmos de Salomón junto con diversos apocalipsis, como el de Abrahán o el de Moisés.

Todos estos libros, y algunos otros más que ignoramos, era lo que estaba a disposición de las gentes piadosas de Jerusalén… Pero ¿y en las otras ciudades y villas? Y ¿qué acceso podría tener Jesús, ciudadano de un villorrio como Nazaret, a tales volúmenes?
A estas preguntas no responde expresamente Sacchi.

Podemos sospechar, sin embargo, que las ideas viajaban y se expandían de prisa, como es conocido en otras circunstancias. Sospecho personalmente que el modo de viaje principal de las nociones teológicas o piadosas era las visitas que a las diversas sinagogas giraban los “sabios” de Jerusalén y otras ciudades importantes. Es ésta una costumbre conocida de los judíos del siglo II, cuando expandían la nueva concepción del judaísmo fraguada en la “Academia” rabínica de la ciudad de Yabne, dirigida por Yohanán ben Zakkai y sucesores tras la gran derrota ante Roma del 70 d.C. Y antes de que hubiera una declaración expresa acerca de la lista de libros sagrados del judaísmo (¿generada a finales del siglo I o a lo largo del II?) los libros hoy apócrifos circulaban profusamente. Prueba de ello son la copias encontradas en Qumrán.

Podemos sospechar que esa costumbre de visitar y predicar en otras sinagogas no era desconocida en tiempos de Jesús. Si es así se explicaría por qué el Nazareno parece conocer bien ideas y concepciones teológicas que son propias de los diversos grupos religiosos de Israel. Sospecho que incluso en ese pueblecito de Nazaret –ciertamente habitado desde tiempos remotos, época del bronce, y en edades recientes al menos desde la época helenística, en contra del escepticismo de algunos- había una sinagoga y que no sólo los del pueblo explicarían las lecturas de la Biblia los habitantes conciudadanos, sino también quienes pasaran por la villa y acontecieran que, siendo personas de importancia, fueran al oficio sabatino de la sinagoga y se les ofreciere el uso de la palabra para comentar las lecturas.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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