El pensamiento de los henóquicos. Jesús y su gente. (IV)

Hoy escribe Antonio Piñero

Hoy seguimos con las características del movimiento judío del “henoquismo”, según P. Sacchi, que tiene mucha influencia en la teología judeocristiana primitiva. Cuando terminemos de reproducir lo más fielmente que nos sea posible sus características, pasaremos a una crítica respecto a la verosimilitud de la existencia de algunos rasgos de este movimiento.

• En la fase más antigua del henoquismo, que se corresponde con el “Libro de los (ángeles) Vigilantes” (recogido en el Libro 1 Henoc, caps. 6-36: describe la caída de los ángeles, los viajes celestes de Henoc donde contempla muchos misterios; el diluvio; cómo es la morada de Dios; el castigo de las ángeles malos; cómo es el sélo/infierno; el paraíso con el árbol de la vida y el país de los aromas), el mundo se concibe como desordenado por culpa de la rebelión de los ángeles malos (1 Henoc 8 y 18,15), aunque en la introducción a todo el libro 1 Henoc en su conjunto, que es posterior, el redactor corrige esta perspectiva –que deja bastante mal la obra de Dios destrozada por los ángeles- y afirma que en su núcleo el mundo está ordenado: 1 Hen 2,1-3:


Contemplad toda la obra del cielo; cómo sus luminarias no cambian sus órbitas, saliendo y poniéndose todas regularmente, cada una a su tiempo sin transgredir la norma divina (aquí se concibe a los astros como ángeles o como materia pero dirigida por los ángeles). Mirad la tierra y la obra hecha por Dios sobre ella, desde el principio hasta su consumación, cómo no cambia ninguna obra de Dios mientras se manifiesta. Observar el verano y el invierno: cómo toda la tierra se llena de agua, y las nubes y el rocío se detienen en ella.


También en el denominado “Libro del curso de las luminarias celestes” el cosmos está ordenado. Posteriormente, en el Libro de los Jubileos 5,11-12, 10,7-10, el cosmos se concibe como ordenado, pero transido de una fuerte presencia demoníaca que perturba su ordenamiento primitivo. Es interesante este último pasaje en el que habla uno de los ángeles buenos:

Entonces el Señor nuestro Dios nos ordenó apresar (a los demonios malos que intentan seducir a Noé). Pero llegó Mastema (hebreo: “príncipe de la enemistad” = El enemigo), príncipe de esos espíritus y dijo “Señor Creador: déjame algunos de ellos que me obedezcan y hagan cuanto les mande, pues si no me quedan algunos de ellos no podré ejercer la autoridad que quiera entre los hijos de los hombres, pues dignos son de destrucción y ruina, a mi arbitrio, ya que grande es su maldad.


El henoquismo reconoce la validez del Templo de Jerusalén, en especial el antiguo de Salomón destruido por las tropas babilonias de Nabucodonosor en el 587 a.C. (independientemente de que hoy sepamos con bastante seguridad que este santuario, así como la figura de Salomón son casi puramente míticas, no históricas).

• A consecuencia del rechazo de la ley de Moisés por parte de sus autores, en las obras “henóquicas” no aparece ningún acento especial en las normas de la pureza, excepto la que prohíbe ingerir sangre (1 Henoc 7,5; Jubileos 7,31).

Lo impuro existe en la naturaleza como consecuencia del pecado angélico. Ello representa el origen del mal permanente en la historia bien sea por la impureza que produce, bien por la influencia de las obras diabólicas como consecuencia. Textos al respecto son 1 Hen 10,7.8.22; 12,4; 19,1. El Testamento de Rubén 2,1-2; 3, 2-8 es claro:

Escuchad ahora, hijos míos, lo que vi sobre los siete engañosos espíritus durante mi tiempo de penitencia. Siete espíritus ha dispuesto Belial (el demonio) contra el hombre. Ellos son los causantes de las acciones (malvadas) de la juventud… […].

Los espíritus del error son los siguientes: el primero, el espíritu de la fornicación que tiene su asiento en la naturaleza y en los sentidos; el segundo, el espíritu de la insaciabilidad en el vientre; el tercero, el espíritu de la guerra en el hígado y la bilis; el cuarto, el espíritu del agrado y del encanto para parecer hermosos por medio de lo inútil; el quinto, el espíritu del orgullo para jactarse y vanagloriarse; el sexto, el espíritu del engaño de perdición y de envidia, para fingir palabras y hacerlas pasar desapercibidas entre parientes y vecinos; el séptimo, el espíritu de injusticia, gracias al cual se producen los robos y atracos para ejecutar los deseos del propio corazón. La injusticia, en efecto, colabora con otros espíritus gracias al cohecho. De este modo se corrompen los jóvenes entenebreciendo su mente lejos de la verdad, no sintiendo según la ley de Dios ni obedeciendo a las amonestaciones de los padres, tal como me ocurrió a mi en mi juventud.


Mientras que en la tradición sacerdotal sadoquita –el judaísmo del Templo, oficial, digamos “canónico”, el judaísmo heredado de la reformas de Nehemías y de Esdras del siglo V, el judaísmo postexílico en general- lo impuro y la impureza son realidades de la naturaleza que no son ni buenas ni malas, en el henoquismo lo impuro es una realidad con un origen: es la raíz del mal en el mundo de los seres humanos.

La historia está predeterminada por Dios, pero el individuo es libre y responsable (así, en general el libro de los Jubileos). A partir del siglo II a.C. los henóquicos contemplan la historia como dividida en dos grandes partes decididas por Dios, denominados “eones”, el eón presente, malo y perverso, y el eón futuro, el mundo del futuro, totalmente controlado por Dios y por tanto bueno.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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