Las mujeres en los Hechos Apócrifos de los Apóstoles



Hoy escribe Gonzalo del Cerro
Tercia, la esposa del rey Misdeo (Hecho XI: HchTom 134-138)

La mediadora entre los esposos separados

Otra mujer en la que se cumplen los rasgos de las grandes protagonistas de los Hechos Apócrifos: mujer importante como esposa del rey, escucha la doctrina del Apóstol, se convierte a la vida de castidad, provoca el conflicto con su marido, que encuentra un motivo más para acabar con la vida del culpable. Los pasos se van cumpliendo ante la sorpresa del rey que puso a su mujer en el ojo del torbellino. Todo ocurrió cuando Carisio expuso al rey los detalles del problema. Misdeo no tuvo otra ocurrencia mejor que enviar a su mujer para que actuara de intercesora entre los esposos separados.

Convencido de que "no hay nada más importante para un hombre que su propia mujer", puso todo su empeño en recuperar para su amigo a la esposa perdida. En consecuencia, pidió a Tercia que fuera a parlamentar con Migdonia y a persuadirla que regresara al lado de su marido y olvidara los encantamientos de aquel impostor. Migdonia había caído víctima de la magia de Tomás. Nada mejor que una mujer, y amiga íntima, para hacerla recapacitar. "Ve y aconseja a Migdonia", era la solícita recomendación de Misdeo.

El resultado de la embajada devino por demás contraproducente. El rey no solamente no consiguió sus objetivos, sino que hubo de lamentar los efectos contrarios a los pretendidos. Sin embargo, no se puede decir que Tercia fuera negligente en su misión. Marchó inmediatamente a casa de Carisio, pariente de su marido. Encontró a Migdonia en tierra, cubierta de ceniza y de saco. La conversa oraba a Dios pidiendo perdón para sus antiguos pecados. La primera reacción de Tercia muestra, sin lugar a dudas, su voluntad de mediación: "¿Qué significa esta actitud? ¿Qué enfermedad es ésta que se ha apoderado de ti? ¿Por qué actúas como una loca? Reconócete a ti misma y vuelve a tu anterior camino. Acércate a la mayoría de los de tu raza, trata con cariño a tu verdadero marido Carisio, y no hagas lo que es ajeno a tu libertad" (HchTom 135, 1).

Migdonia respondió a esta interpelación con una alocución que ratificaba la firmeza de sus convicciones y de su decisión: "Oh Tercia, ¿aún no has escuchado al heraldo de la vida? ¿Aún no ha llegado a tus oídos? ¿Aún no has gustado la medicina de la vida ni te has visto libre de los gemidos de la corrupción? Inmersa en esta vida temporal, no conoces la vida y la salvación eternas, y al no haber percibido la unión incorruptible, te afliges por la corruptible (siríaco). Estás ahí vestida con ropas que envejecen y no deseas las eternas. Estás orgullosa de esta belleza que perece y no te preocupas de la fealdad del alma. Eres rica por la multitud de siervos (pero no has liberado tu alma de la servidumbre). Haces alarde de fama ante la mayoría, pero no te has redimido a ti misma de la condena a muerte" (HchTom 135, 2).

Migdonia era no solamente una conversa convencida sino una activa propagandista de su nueva postura espiritual. No quería poseer ella sola las ventajas de su nueva vida, sino que intentaba transmitirlas a los demás, sobre todo, a quienes estaban más cerca de ella por el trato y la amistad. En este caso, a la misma esposa del rey. El proceso de conversión y cambio de vida obtenía con ello nuevos motivos para el martirio del Apóstol. El poder del rey aceleraba la solución. Como en otros pasajes de los Hechos Apócrifos, cuando el problema llegaba a las fuentes del poder político y económico, la suerte estaba echada. El sufrir en las propias carnes el pequeño cataclismo surgido con la revolución de las mujeres tenía mayor peso que cualquier argumentación o denuncia.

Conversión de Tercia

Las palabras de Migdonia produjeron en Tercia un efecto fulminante. Ésta fue la réplica de la mediadora: "Te lo suplico, hermana, condúceme hasta ese extranjero que enseña estas doctrinas grandiosas, para que vaya yo también y le escuche, aprenda a adorar al Dios que anuncia, tenga yo parte en sus plegarias y participe en todo lo que me has dicho" (HchTom 136, 1). Migdonia encaminó a Tercia hacia la casa del general Sifor, a donde se dirigió corriendo. Judas Tomás la vio entrar y le dijo estas palabras: "¿Qué has venido a ver? ¿A un hombre extranjero, pobre, despreciable y mendigo, que no tiene riquezas ni posesiones? Pero poseo una riqueza que ni el rey ni los gobernantes pueden quitarme, que no se corrompe ni se termina, que es Jesús, el Salvador de toda la humanidad, el Hijo de Dios vivo, que da la vida a todos los que creen en él y en él buscan su refugio y se cuentan entre el número de sus siervos" (HchTom 136, 2). El testimonio de Migdonia tenía una luminosa confirmación con el certero alegato del Apóstol dirigido al centro del corazón mismo de la reina.

Tercia sabía ya muy bien lo que quería. Por eso respondió a la requisitoria del Apóstol: "Pueda yo ser partícipe de esa vida que, según prometes, recibirán los que acudan a la posada de Dios". Complacido Tomás, encendió aún más el deseo de Tercia hablándole de tesoros, reinos y descansos. Y terminó con estas palabras, llenas de marcadas intenciones: "Tú, pues, si crees de verdad en él, serás digna de sus misterios; él te engrandecerá y enriquecerá y te hará heredera de su reino" (HchTom 136, 3). En clave cristiana, hablaba Tomás a una mujer instalada en la grandeza, en la riqueza y hasta en el reino. Con intención el Apóstol prometía a la reina los mismos valores pero en un sentido claramente transcendente. Tercia sería grande, rica y reina no en una vida pasajera y temporal, sino en otra definitiva y eterna.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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