La palabra (2) Restos de magia en el Antiguo Testamento (XV)

Hoy escribe Antonio Piñero

Comentábamos en la última entrega que en el caso de personas importantes, o de Dios mismo, cuando se pronuncia una maldición o bendición se pone en marcha una virtud autónoma, imparable, incluso en casos –como el de Jacob respecto a su hermano Esaú- de más que dudosa moralidad.

Tenemos también otro ejemplo interesante: el del rey de Moab, Balaq, que llamó al adivino Balaán para maldecir al pueblo de Yahvé. A toda costa, y con pingües promesas, pretendió arrancar el rey moabita de la boca del hombre sagrado la maldición apetecida, ya que sabía que una vez proferida habría de actuar sin remedio contra Israel. Pero Balaán pronunció justamente lo contrario, una bendición, por lo que el rey de Moab no se atrevió ya a atacar a su enemigo israelita. La historia completa puede leerse en Números 22-24.

Y, al contrario, la creencia en el poder indefectible de una maldición, aunque injusta también, es algo palpable en algunos relatos veterotestamentarios. Por ejemplo, siete personas de entre los descendientes de Saúl, tras la ascensión al trono de David, fueron ejecutados bárbaramente para frenar la maldición que los gabaonitas habían proferido contra Israel y que había causado gran hambre en el país. Muertos éstos, la hambruna se detiene automáticamente (2 Sam 21); la maldición queda anulada con la bendición que se supone profieren los gabaonitas una vez que han tomado venganza en los descendientes del monarca que había ordenado la matanza de su tribu, faltando a un juramento.

Advirtamos que el progreso de la teología veterotestamentaria intentará corregir este pago de la culpa de un padre por parte de los hijos. Es el caso de la promesa de Yahvé a través de Jeremías:

"En aquellos días no dirán más: 'Los padres comieron el agraz y los hijos sufren la dentera', sino que cada uno por su culpa morirá: quienquiera que coma el agraz, morirá": Jr 31,19-30.


Otro caso: David mismo en su lecho de muerte (1 Reyes 2,8) ordena la ejecución de Semeí, el benjaminita, para que resultaran anuladas las maldiciones de éste sobre el rey y -temía- sobre su descendencia (véase la historia en 2 Sm 16,5ss). Y Salomón cumple la condena, ordenando el asesinato. En este caso, para anular la maldición que implicaba muerte se escoge el camino de volverla contra su autor, eliminándolo (2 Re 2, 42-46)66.

Otro ejemplo de maldición, que se cumple, es el caso de Jiel, el que reedificó Jericó, del que hemos tratado en una postal anterior al hablar de los sacrificios humanos. La muerte de sus hijos es efecto de la maldición de Josué (Jos 6,26).

Por el mismo motivo, es decir por la fuerza incoercible de la maldición, cada una de éstas ha de ser contrarrestada por una bendición. Por ejemplo, en Jue 17, 1ss: una madre a la que le habían robado una gran cantidad de dinero, lanzó una maldición solemne contra el ladrón.

Luego, su hijo, atemorizado, se confesó autor del hurto; la madre lo perdona, pero necesita contrarrestar la maldición ya proferida con una bendición solemne: "Que mi hijo sea bendito de Yahvé": Jueces 17,2c. De todos modos, el texto es bastante obscuro, pues no se sigue bien el hilo de los acontecimientos al principio. Parece luego que la maldición primera sigue su curso y que finalmente no pudo ser contrarrestada por la subsiguiente bendición: con el dinero restituido hacen la mujer y el hijo una imagen de Yahvé, pero de hecho el hijo, Miká, se queda a la postre sin la imagen y sin su protección, que es robada por los danitas.

Otros casos análogos de potencia automática de la maldición son por ejemplo, las desgracias del Faraón, que culminan con la muerte de los primogénitos. Pero pueden detenerse con el influjo de una bendición:

"Llamó Faraón a Moisés y a Aarón y les dijo: 'Levantaos y salid de en medio de mi pueblo... marchaos, pero bendecidme también a mí": Ex 12,31s.

Una maldición inspira siempre terror, pero más aún si procedía de un progenitor o de un marido o esposa. Así, las aguas de la ordalía por los celos de Números 5,11-28, ordalía promovida por el marido, que hemos ya comentado en una postal anterior, son "portadoras de una maldición". Por eso ejercen su efecto automáticamente si el sospechoso es culpable.

En Zacarías 5,3 el vidente ve un rollo que se extiende sobre la tierra que se interpreta como una maldición. Esta pasaje es muy interesante por lo que representa, la autonomía de la maldición proferida:

Volví a alzar los ojos y tuve una visión: Era un rollo volando. Y me dijo el ángel: «¿Qué ves?» Respondí: «Veo un rollo volando, de veinte codos de largo y veinte de ancho.» Me dijo: «Eso es la Maldición que sale sobre la haz de toda esta tierra. Pues todo ladrón será, según ella, echado de aquí, y todo el que jura será, según ella, echado de aquí. Yo la he hecho salir - oráculo de Yahvé Sebaot - para que entre en casa del ladrón y en casa del que jura por mi nombre en falso, para que se aloje en medio de su casa y la consuma, con su maderamen y sus piedras.»


En un estadio más avanzado de la religión la maldición dejará de ser autónoma, con lo que pierde su carácter mágico; será Yahvé el ejecutor de la maldición lanzada por sus siervos, por ejemplo los levitas en Dt 27,14-15:

“Los levitas tomarán la palabra y dirán en voz alta a todos los israelitas: Maldito el hombre que haga un ídolo esculpido o fundido, abominación de Yahvé, obra de manos de artífice, y lo coloque en un lugar secreto. - Y todo el pueblo dirá: Amén”.


Se sobreentiende en este texto que la maldición no actúa por si sola, sino que es Yahvé, en persona por así decirlo, el que ejecuta la maldición como retribución a un pecado.

Seguiremos. Saludos cordiales de Antonio Piñero.
Volver arriba