Inversión en la categoría de lo puro /impuro. Jesús y Juan Bautista en "Jesús y su gente" (XI)

Hoy escribe Antonio Piñero

Decíamos el día anterior que hacia el fin de la dominación persa y a comienzos de la época helenística (siglo IV y III a.C.) se da una verdadera inversión en la concepciones de lo puro e impuro. Cedo la palabra a Paolo Sacchi, quien explica estupendamente este cambio en su libro Historia de Israel en tiempos del Segundo Templo, Trotta, pp. 483ss Madrid:

El primer escrito canónico que pone en crisis la categoría “sagrado-profano/impuro-puro” es el libro de Job. Hasta los inicios del periodo persa el hombre era una típica realidad profana, por tanto exenta de impureza por sí misma, si bien inmersa en un mundo en el cual la contaminación siempre era posible. Pero ser impuro no dependía en ningún caso del hecho mismo de ser hombre. Job por el contrario contempla la debilidad propia del hombre –“una paja seca, una hoja llevada por el viento” (13,25)— y la interpreta como indicio y prueba de su impureza natural:

El hombre nacido de mujer… breves son sus días, llenos de afán. Como una flor brota y se marchita, huye como sombra y no descansa.
¡Hacia este ser diriges tu mirada! ¡Éste es el ser que llevas a juicio contigo!
Nadie puede volver puro lo impuro (Job 14,1-4).


La condición humana, caducidad, debilidad y falta de conocimiento, se interpreta así como una suerte de fragilidad óntica, bien expresada en el concepto antiguo de la impureza que provoca debilidad. Job percibe esta debilidad como connatural al hombre y, en consecuencia, su impureza es igualmente connatural.

La innovación de Job es de vasta importancia ya que altera la estructura de la categoría “sagrado-profano/impuro-puro” al convertir en quiástica (forma retóridca que argumenta así ABB'A') lo que era una estructura paralela; es decir, lo sagrado se asocia ahora con lo puro y lo profano con lo impuro. La impureza invade la esfera de lo profano de manera ontológica, mientras que la pureza se convierte en expresión de fuerza, en atributo divino.

De este modo, la pureza se prepara para convertirse en el objetivo principal de la vida religiosa, con complejas consecuencias. En el antiguo Israel se exigía al sacerdote la máxima pureza sólo cuando oficiaba. Por el contrario, en un mundo que comenzaba a vivir una espiritualidad donde el contacto con Dios no era sólo un hecho momentáneo, la pureza tendía a convertirse en el fundamento de la vida religiosa. Así pues, no se consideraba ya a la pureza como algo que daba la fuerza para acercarse al altar, visto sustancialmente como un peligro, sino como la que permitía una mayor cercanía a Dios.

Al mismo tiempo que se otorga una mayor valoración a la pureza –al menos en el ámbito de la vida religiosa, si no también en el de la moral- se produce la desvaloración de la impureza, que se considera cada vez más como afín al mal. En el 160 a.C. aproximadamente el Libro de los Sueños sostendrá que Henoc pudo tener sus visiones sólo antes del matrimonio (cf. 1 Hen [“Libro de los Sueños”] 83,2). Naturalmente el matrimonio no estaba prohibido, pero se convirtió en cierto modo en un obstáculo para la cercanía con Dios, porque era una fuente de impureza. Volveremos sobre esta concepción negativa del sexo que se difundirá cada vez más en los dos siglos siguientes.

En Qohélet (Eclesiastés) se halla la confirmación de la nueva estructura que la categoría “sagrado-profano/impuro-puro” asumió en la mente del judío. Qohélet divide la humanidad en “justos y malvados, puros e impuros, buenos y malos” (Ecl 9,2). “Justos, puros y buenos” son tres adjetivos que denotan una misma parte de la humanidad, la de los buenos en sentido amplio. Del mismo modo los tres adjetivos “malvados”, “impuros” e “inicuos” denotan la parte opuesta. Si “puro” no es sinónimo de “bueno”, por lo menos tiene afinidad con él.

La impureza como causa del pecado de los hombres

Una revolución aún más profunda del concepto de impureza se encuentra en el Libro de los Vigilantes, que como sabemos ya se ha conservado en dentro y como una parte del Libro 1 de Henoc.

El autor se planteó el problema del origen del mal y lo resolvió de manera nueva. El mal fue introducido en el mundo por una transgresión angélica (considero ahora el mito en su forma más radical y probablemente más tardía) producida el cuarto día de la creación, cuando los ángeles designados para ser guías de los siete planetas los condujeron a órbitas distintas a las deseadas por Dios.

Esta transgresión produjo una contaminación de toda la naturaleza, incluyendo al hombre, quien fue creado para ser puesto en un mundo ya contaminado. Por tanto, la impureza que existe en el mundo es consecuencia de una transgresión según una idea de Isaías no vuelta a utilizar anteriormente, y es a la vez causa de otras infinitas transgresiones. Esta transgresión inicial se produjo en una esfera por encima de la humana, y ocasionó terribles consecuencias cósmicas para la humanidad.

Esta idea de fondo debía pertenecer ya a los estratos más antiguos del libro, como puede evidenciarse por la afirmación puesta en boca de Dios (véase 1 Henoc [Libro de los Vigilantes] 10,8): “Adscribe todo mal a Asael”. En esta concepción de las cosas el hombre se convierte más en víctima que en causa del mal que comete. Sin embargo, a esta visión, digamos, pesimista de la naturaleza humana pertenece un nuevo elemento capaz de infundir una esperanza sin límites. El hombre posee un alma inmortal separable del cuerpo. El justo –aun cuando no se tenga claro quién lo es— está destinado a vivir gracias a su alma en un mundo sin mal, situado en los límites extremos de occidente, donde esperará sereno el Gran Juicio de Dios ante quien podrá vivir para siempre.

Esta postal de hoy ha sido toda ella una cita de P. Sacchi.
Saludos cordiales de Antonio Piñero.
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