Las mujeres en los Hechos Apócrifos



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Victoria final de las mujeres

Las mujeres de los Hechos Apócrifos, convertidas a la vida de castidad, perseveran siempre en su propósito y nunca vuelven a la vida pasada, que miran más bien con desprecio y con desdén. Misdeo, el rey, y Carisio, su ministro, no lo creían así. En lógica consecuencia, creyeron que, muerto el Apóstol, las aguas seguirían su cauce natural. Como Tercia y Migdonia no cedían, pretendieron emplear la fuerza. Intentaron, en efecto, violentarlas, pero no lograron hacerlas cambiar de opinión. Es el punto de vista de los textos. Mucho menos después de que Judas Tomás se les apareciera para confirmar su voluntad: "No os olvidéis de las cosas pasadas ni os dejéis engañar. Jesús, el santo, el viviente, os enviará rápidamente su ayuda" (HchTom 169, 2).

Las que, según la mentalidad de la época, pertenecían al grupo de los perdedores sociales, imponían su conducta y sus criterios a sus poderosos maridos. Detrás de su presunta debilidad natural estaba la fuerza de Dios, que se hacía presente en la palabra y el poder de sus apóstoles. Ésa es, al menos, la lección que los textos pretenden exponer. Una lección cuyas líneas maestras quedaban expuestas en los varios pasajes de la promesa de Jesús. Él prometió en efecto que estaría presente "hasta la consumación del mundo" (Mt 28, 20).

Convencidos finalmente Misdeo y Carisio de que no conseguirían nada de sus esposas Tercia y Migdonia, las dejaron en paz y les permitieron vivir de acuerdo con su voluntad y decisión. Las mujeres, su fe y su paciencia habían podido más que el furor y el poder de sus importantes maridos. Contaban además con la ayuda de Sifor y de Vazán, ordenados presbítero y diácono respectivamente por Tomás sobre el monte momentos antes de la muerte del Apóstol.

Signo de arrepentimiento en el rey Misdeo

A la victoria de las mujeres suele seguir algún signo de pesar por parte de los maridos frustrados. En los Hechos de Tomás el gesto fue provocado por la posesión diabólica de uno de los hijos del rey Misdeo. Un demonio difícil, comenta el narrador. El caso es que Misdeo se acordó del apóstol Tomás, seguro de que su poder podría sanar al hijo enfermo. Pensó que si tomaba un hueso de sus restos y lo aplicaba al cuerpo de su hijo, éste se vería libre de aquella molesta posesión.

El mismo Apóstol se apareció a Misdeo y le dijo: "Si no me creíste cuando estaba vivo, ¿cómo me vas a creer cuando estoy muerto? Pero no temas. Jesucristo se comportará contigo generosamente a causa de su gran benevolencia". Judas Tomás se valía del mismo argumento usado por Abrahán en el caso del rico epulón (Lc 16, 31). Misdeo buscó los huesos del Apóstol, pero no los encontró, porque uno de los hermanos se los había llevado a Occidente. En su lugar, tomó tierra del sepulcro y la puso sobre su hijo diciendo: "Creo en ti, Jesús". "Curado su hijo de esta manera, tomó parte en la asamblea con los otros hermanos, sometiéndose a Sifor. Y rogaba a todos los hermanos que pidieran por él para que alcanzara la misericordia de nuestro Señor Jesucristo" (HchTom 170, 2).

El códice P, el parisiense griego de los siglos XI o XII, añade unas líneas que cuentan cómo Sifor. el que fuera general de los ejércitos del rey, suplicó a los demás hermanos que rogaran por el rey Misdeo. Todos de acuerdo lo hicieron gozosos. Y el humanísimo "rey de reyes y señor de los que dominan" concedió a Misdeo la esperanza en él, de modo que se unió a la multitud de los que habían creído en Jesucristo, dando gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. La victoria de las mujeres había resultado completa. Ellas habían logrado perseverar en su decisión a pesar de todas las dificultades. Además, sus poderosos maridos habían acabado de algún modo convertidos a su fe y conformes con su conducta. La vida cristiana había provocado según el testimonio de los apócrifos una inversión en la escala de los valores tradicionales.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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