Las mujeres en los Hechos de Tomás



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

La "función" del castigo del Apóstol responsable

Una de las "funciones" del esquema trazado por V. Burrus a partir del análisis de los cuentos de V. Propp es el final martirial del Apóstol. Los responsables directos de la conversión de mujeres importantes pagaban su dosis de responsabilidad. Como en los casos de Andrés y de Pedro, la muerte de Judas Tomás está motivada claramente por la conducta de Tercia y Migdonia. Ambas estaban en la cima de la pirámide del poder y los honores. Su caso resultaba tanto más sensible, cuanto que tocaba los cimientos más firmes de aquella sociedad. Estaban implicados el mismo rey y su segundo, pariente y ministro. Era de esperar que su reacción guardara proporción con su dignidad.

El relato del Martirio empieza diciendo que Judas o Tomás marchó a la cárcel para quedar allí encerrado. De los dos principales testigos del Martirio, los Códices U (Vallicelli, s. XI) y P (París, s. XI), el primero (U) usa el nombre de Judas; el P prefiere el de Tomás. A la cárcel se dirigieron también Tercia, mujer del rey, Migdonia, esposa del ministro del rey, y Marcia, nodriza de Migdonia, para encerrarse con el Apóstol. Fueron, pues, testigos y destinatarias de un discurso con claros matices de despedida. En efecto, habla el Apóstol del "último día", de que va a pronunciar sus últimas palabras, de que está a punto de ser elevado hasta el "Señor y Dios" suyo, Jesucristo, de que está cerca el momento de su partida para recibir la recompensa del Señor, de que "esta muerte es más bien una liberación". Esta expresión del códice P ("Señor y Dios" suyo) recuerda la famosa invocación de Tomás después de la resurrección de Jesús en Jn 20, 28, "¡Señor mío y Dios mío!" Como tal invocación aparece usada en el Apócrifo al principio de diversas oraciones de Tomás: por los esposos del Hecho I (HchTom 10, 1), por las mujeres posesas del Hecho VIII (HchTom 81, 1) y en la oración postrera antes de su muerte (HchTom 167, 2). En consonancia con estos sentimientos, Tomás dirigía a las piadosas mujeres sus últimas recomendaciones y sus consejos en la seguridad de que también ellas serían llevadas con Jesús en el tiempo de su venida.

Los guardias de la prisión denunciaron al rey el problema de las puertas, imposibles de custodiar mientras estuviera preso aquel peligroso mago. El rey quiso comprobar la circunstancia, pero encontró las puertas de la prisión convenientemente cerradas y selladas. No les creyó tampoco en lo que le contaban sobre la estancia de Tercia y Migdonia en la prisión.

Juicio y ejecución

El rey convocó ante su tribunal al prisionero y le dirigió un áspero interrogatorio, al que Tomás respondió con gran libertad de espíritu, seguro de que todo iba a terminar con su regreso al reino de su Señor, el verdadero, el eterno, el inmortal. Frente a él, los reyes de la tierra no eran nada. Intrigado Misdeo preguntó a Tomás cuál era el nombre de su Señor. Ésta fue la respuesta: "No puedes escuchar su verdadero nombre en este momento, pero te diré el nombre que le fue impuesto por un cierto tiempo: Jesús, el Cristo" (HchTom 163, 2).

Misdeo dio a entender a Tomás cuáles eran sus intenciones, por lo demás bastante presumibles: "Yo no he tenido prisa en acabar contigo, sino que me he contenido. Pero tú has realizado tus obras perversas con profusión de tal manera que todo el país ha oído hablar de tus encantamientos. Pero yo voy a obrar ahora de modo que tus artes mágicas perezcan contigo, y nuestro pueblo quede purificado de ellas" (HchTom 163, 3).

Sin embargo, Misdeo tenía ciertos recelos por la multitud que los acompañaba y escuchaba la palabra del Apóstol. Muchos pretendieron incluso liberar al prisionero. Pero el rey ordenó que lo llevaran cuatro soldados a un monte cercano y le dieran muerte atravesándolo con sus lanzas. Con ellos iba un oficial que llevaba a Tomás de la mano. El Apóstol exhortó a los hermanos a permanecer fieles al Señor. Pidió a Vazán, el hijo del rey, que no se sirviera de su autoridad para impedir su muerte. Dirigió a Dios una última oración, tras la cual dijo a los soldados: "Venid y cumplid la orden del que os ha enviado" (HchTom 168). Los soldados alancearon a la vez al Apóstol y le dieron muerte. Los fieles le lloraron, lo envolvieron en paños preciosos y lo enterraron en uno de los sepulcros de los antiguos reyes.

Misdeo y Carisio dieron satisfacción a su furor pensando que el problema se había resuelto con la muerte del culpable. Pero ya vimos cómo la decisión de las mujeres conversas se había convertido en una actitud irreversible. El rey y su pariente hicieron lo humanamente posible para recuperar a sus esposas. Pero ante la imposibilidad de convencerlas, dieron por perdido el contencioso. La curación milagrosa de un hijo del rey, poseído por el diablo, lo llevó a la fe y a formar parte de la comunidad de los creyentes (HchTom 170, 2).

Se cerraba así el ciclo de los rasgos que perfilan la personalidad de Migdonia, la mujer socialmente importante, la hermosa y amada, la conversa a la vida de castidad por la palabra de Tomás, la decidida y perseverante. El obvio enfrentamiento con su poderoso marido tuvo como colofón irremediable la muerte del Apóstol. Pero Migdonia, Tercia y sus amigos se mantuvieron fieles a su decisión. La recepción del Bautismo, según asegura el autor del Apócrifo, les dio a todos nuevas fuerzas para sobrellevar cualquier contratiempo. El rey y Carisio se convencieron de la inutilidad de sus gestiones. Incluso, la victoria de las mujeres alcanzó de alguna manera a los recalcitrantes maridos. Así, los enemigos del Apóstol y sus doctrinas acabaron formando parte del grupo de los fieles. Se habían cumplido las promesas del apóstol Judas Tomás sobre la imposibilidad de que Jesús abandonara a los suyos y de que sus enemigos pudieran alcanzar la victoria final.

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
Volver arriba