La distorsión de la historia de la investigación sobre Jesús (XIX)

Hoy escribe Fernando Bermejo

A lo largo de los últimos posts de esta serie, hemos señalado las ventajas apologéticas que tiene para la visión teológica tradicional un modelo historiográfico cuya insostenibilidad ha sido demostrada. Si en relación al paradigma contemporáneo de las “tres búsquedas” sobre Jesús preguntamos cui prodest?, la respuesta es clara: el beneficiario sistemático de sus aseveraciones es la visión cristiana tradicional.

Que todos y cada uno de los postulados o presupuestos que integran la periodización tripartita presenten –y de manera coherente– ventajas apologéticas para esa visión resulta francamente significativo.
Quien no quiera reconocer esto –y hay mucha gente que querrá no reconocerlo, sea porque la debilidad de su propia enseñanza se ve desenmascarada, sea porque su confianza en muchos especialistas se ve hecha añicos– preferirá pensar que el hecho de que esos presupuestos tengan ventajas apologéticas es una pura coincidencia.

Lamentablemente, no es sólo que sería demasiada casualidad que la media docena de nociones identificables en el modelo tengan todas ellas utilidad precisamente para una visión. Lo que igualmente hace sospechar es la existencia de otros fenómenos en la exégesis cuya insostenibilidad o inverosimilitud es demostrable, y que sin embargo gozan de mucho predicamento precisamente en cuanto que sirven a intereses teológicos evidentes. Entre los varios casos reseñables, baste mencionar la estrambótica idea de que la investigación sobre la figura histórica de Jesús es ilegítima e irrelevante (una idea que –siguiendo las pistas anteriormente ofrecidas por el estudioso norteamericano R. J. Miller– he analizado sistemáticamente y desmontado punto por punto en un capítulo del libro ¿Existió Jesús realmente? que ha sido comentado hace algunas semanas en este mismo blog). Esto confirma las sospechas de que el modelo historiográfico al uso sobre la investigación en torno a Jesús no es el producto de una genuina reflexión científica sino una sesgada construcción criptoteológica.

De este modo, se hace posible entender la lógica subyacente tras la difusión de un paradigma historiográfico carente –según hemos demostrado junto con algunos otros estudiosos, como Stanley Porter y Dale C. Allison–de fundamento. La peligrosidad de la visión crítica sobre Jesús y de sus corolarios para la visión tradicional es de tal alcance, que no ha bastado con seguir dos estrategias opuestas –desmarcarse de esa investigación u ocuparse de ella de modo sincretista– para intentar neutralizarla; ha sido necesario construir un discurso de segundo orden y reescribir la historia con el objeto de desactivar sus virtualidades explosivas. Este discurso historiográfico resulta tanto más útil cuanto que se presenta en un ámbito en principio neutral, y por consiguiente poco sospechoso de albergar sesgados intereses. Si ha podido surgir y perpetuarse con tal éxito una historiografía tan arbitraria no es debido a meros errores de apreciación, sino a que presenta una singular utilidad ideológica para la exégesis mayoritaria: dada la consonancia de los postulados de la periodización trifásica con diversas ilusiones de la visión tradicional, la gran mayoría de exegetas y teólogos se ha adherido automáticamente a ellos, sin molestarse en examinar su validez.

Cabe nombrar, por último, otro factor al que sirve el paradigma trifásico, y que se halla en relación inextricable con su función ideológica: su interés socioeconómico. Es un hecho que el mercadeo religioso del Templo de Jerusalén resulta ínfimo comparado con el negocio generado por la religión cristiana a escala planetaria. De este mercado, la industria de la exégesis –con su red de instituciones y publicaciones– representa no sólo una parte, sino su fundamento y garantía: Jesús -o, mejor dicho, determinada representación de Jesús- es el fulcro y producto estrella de una vastísima empresa. Como ha escrito Clive Marsh, “Jesús –e incluso la investigación académica sobre Jesús– es claramente un gran negocio”.

Como es obvio, todo producto necesita un constante marketing, y éste no es una excepción. Pues bien, el paradigma de las "tres búsquedas" contribuye en modo no desdeñable a esta labor de marketing. El diseño de la categoría “Tercera búsqueda”, con el postulado de que la investigación realizada no es aún suficiente y de que es en el presente –y el futuro– donde se juega la comprensión del objeto de estudio, da pábulo al afán de novedades y acrecienta el interés del gran público en la figura de Jesús (que exegetas y teólogos acaban siempre presentando como figura perpetuamente elusiva e insondable enigma), contribuyendo a que la industria editorial siga sacando provecho de la figura de un judío muerto hace casi dos milenios; dado que –se dice– las obras antiguas están superadas, es necesario adquirir las recientes, que son las que en todo caso podrían aportar luz...

La etiqueta de una “Tercera búsqueda” sobre Jesús actúa, pues, como eficaz reclamo propagandístico para crear expectación entre los potenciales consumidores, manteniendo abierto un proliferante mercado de obras tanto más atrayentes cuanto que los descubrimientos que insinúan a sus lectores vienen avalados ahora con el prestigio de las ciencias humanas y la interdisciplinariedad (el producto se vende mejor cuando se renueva el envase). Así las cosas, no es de extrañar el éxito del boom editorial del denominado Jesús histórico, en el que abundan los best sellers y que no cesa de generar sustanciosos dividendos.

Saludos cordiales de Fernando Bermejo
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