Las mujeres en los Hechos Apócrifos. Conclusiones



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

Conclusiones

Éstas son las mujeres, cuyas gestas o sencillas acciones llenan tantas páginas de los Hechos Apócrifos de los Apóstoles. Es el momento de revisar los datos y comprobar si, y en qué medida, se cumplen las teorías y las opiniones de los investigadores. Frente a las discutidas teorías de los comentaristas están los textos con toda su descarnada realidad. En los caminos de la investigación existen peligros ciertos que pueden desviar del camino recto las líneas de los acontecimientos. No valen las posturas preconcebidas.

Una de las tentaciones más comunes es la de pretender acomodar los sucesos a las opiniones de escuela. Este punto de vista ha sido discutido, creo que con razón, por S. Mazzarino. Advierte Mazzarino que ciertas tendencias han dado pie a opiniones previamente formuladas antes del análisis de los hechos. Sin embargo, es una realidad comprobable que en la época en que aparecen los Hechos Apócrifos (ss. II-III) hay un cierto movimiento social de carácter feminista. Como otros aspectos tiene su reflejo en estas obras que comentamos. "Resulta indudable, dice R, Teja, que las mujeres alcanzan en esta época un protagonismo en la vida política, social y religiosa que no se había conocido en ningún otro momento del mundo antiguo".

Otra tentación no menor es la de interpretar sucesos antiguos con criterios de nuestros días. El mejor sistema es dejar hablar a los hechos, escucharlos con lealtad y explicarlos con fidelidad. Los autores de los relatos eran hijos de su época. Su peripecia vital podía influir en la forma de presentación e interpretación de sus personajes y sus hazañas. Es lógico tenerlo en cuenta, pero no lo es sacar hechos, palabras y personas de su contexto histórico y social.

Los cinco grandes Hechos Apócrifos de los que hablamos fueron escritos en un espacio de tiempo que, a grandes rasgos, va desde el año 150 de nuestra era hasta el 225. El cristianismo empezaba a tomar asiento en la sociedad. Las ideas sufrían el embate de movimientos pseudocristianos que podían distorsionar sus principios, pero que al final acababan por purificar su doctrina. Fue la época de los Apologetas o filósofos de la nueva fe, que trataban de justificarla ante la mentalidad pagana. La Gran Iglesia caminaba con paso relativamente firme, según el tópico, como una barquilla azotada por las olas pero guiada con pulso seguro a través de vientos y tempestades.

Nosotros, desde las alturas de nuestro siglo recién estrenado, tenemos una visión con amplia perspectiva. Disponemos de los textos conservados, pero tenemos junto a ellos otros escritos críticos o laudatorios que nos ayudan a comprender los difíciles avatares de los Hechos Apócrifos. El estigma de apócrifos no ayudó a una visión aséptica de sus relatos. Ya pudimos ver cómo para Focio eran poco menos que la base y principio de todas las herejías. Sin embargo, estamos en situación de contemplar los Hechos con todas las cautelas, pero sin complejos. El detalle de que muchas de nuestras tradiciones hagiográficas tengan su base en estas obras indica que han sido a lo largo de su historia fuente de doctrinas con ciertas garantías de autoridad. Por el texto de los Hechos Apócrifos tenemos noticia, por ejemplo, de que Pedro murió crucificado con la cabeza hacia abajo o que se encontró con Jesús en la escena del Quo uadis? Que Pablo visitó España y que murió decapitado en Roma. Pero hemos de reconocer que los hechos pueden ser objeto de cautela para los historiadores. Las tradiciones, sin embargo, están ahí, expresadas con devoción y veneración en el texto de los Hechos apócrifos.

El principio elemental de "distinguir los tiempos para concordar los derechos" nos hace ser cautos a la hora de interpretar sucesos ocurridos muchos siglos lejos de nuestras existencias personales y nuestros criterios. El siglo II de Cristo fue un siglo inquieto y conmovido por variadas tendencias religiosas y sociales. Hubo en él persecuciones venidas de fuera, aunque también tempestades formadas dentro del seno mismo de la Iglesia. Pero la sociedad tenía normas de posesión pacífica que no podemos nosotros menospreciar ni minusvalorar. Y una de ellas era la situación de la mujer, que tenía su contexto en el marco social de la época y de la cultura grecorromana. El cristianismo había venido a invertir muchos valores. Para R. Teja la situación cambiante de la mujer en la Antigüedad tardía debe interpretarse con la inevitable referencia al fenómeno revolucionario emergente, que es el cristianismo. El lema de este cambio está expresado de forma lapidaria en las palabras de Pablo en su carta a los gálatas: "Ya no hay judío ni griego, no hay siervo ni libre, no hay varón ni mujer; pues todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gál 3, 28).

Algo parecido sucedía en los ambientes romanos. Las mujeres iban alcanzado gradualmente mayores cotas de libertad, un estatuto superior, mayores dosis de influencia y autoridad. Ch. Seltmann explica que tales fenómenos se debían, sobre todo, a dos factores: la cercanía por el sur de las costumbres griegas y la abundancia de guerras que convertían a las mujeres en las amas efectivas de sus familias. La abundancia de las guerras en Esparta y la correspondiente ausencia de varones fue la razón de la relativa independencia de las mujeres espartanas en comparación con las de otras ciudades griegas. Plutarco lo refrenda en su Vida de Licurgo, 14. Sin embargo, no deja de ser un espejismo el aspecto de libertad de que parecían gozar las mujeres griegas. Así lo cree, entre otros E. Cantarella en su estudio sobre la mujer romana.

CANTARELLA, E., La mujer romana, Santiago, 1991 (p. 97).
MAZZARINO, S., La fine del mondo antico, Milán 1988 (pp. 134-136).
SELTMANN, CH., La femme dans l'antiquité, París, 1956 (p. 195).
TEJA, R., Emperadores, obispos, monjes y mujeres: protagonistas del cristianismo antiguo, Madrid (Trotta), 1999, p. 215. Cf. también la p. 216 en el apartado 11 sobre "Feminismo, religión y política en la Antigüedad".

Saludos cordiales y felices pascuas. Gonzalo del Cerro
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