La distorsión de la historia de la investigación sobre Jesús (y XXI)

Hoy escribe Fernando Bermejo

Finalizamos hoy la serie comenzada hace ya muchos meses, destinada a demostrar que el modelo historiográfico hoy prevaleciente en torno a la investigación sobre Jesús es erróneo.

Entender lo sucedido en la investigación sobre la figura histórica de Jesús permite anticipar grosso modo lo que es previsible suceda en el futuro. Pues bien, las perspectivas no son halagüeñas. Cuando se constata que desde el s. XVIII muchos resultados plausibles sobre Jesús han sido una y otra vez silenciados, negados o tergiversados por la exégesis mayoritaria con todos los medios a su alcance, no hay razón para pensar que la situación vaya a cambiar. La colusión de intereses ideológicos y –en menor medida– socioeconómicos es demasiado potente como para ser contrarrestada con argumentos. De hecho, el grupo dedicado precisamente a la legitimación de tales intereses, la intelligentsia confesional –sea católica o protestante, conservadora o progresista–, a pesar de todas sus diferencias internas funciona en este aspecto esencial de modo orgánico. Los historiógrafos afirman que la investigación es un totum revolutum sin resultados seguros, lo que sirve de coartada a los exegetas para combinar los datos a voluntad y ofrecer visiones sincréticas de Jesús. A su vez, este sincretismo proporciona la coartada a sus colegas dedicados a la cristología y la eclesiología –y, por extensión, a la teología fundamental– para lograr fácilmente la apariencia de respetabilidad intelectual; en efecto, para ello ya no se necesita la ardua labor de afrontar el conjunto de los resultados más plausibles sobre Jesús (y sus corolarios), pues basta con que uno eche mano de las ideas que encajan mejor con su precomprensión teológica; el resultado es una sofisticada ensalada de nouvelle cuisine, que, aun carente de consistencia, resulta apetitosa y digestiva. En tal contexto, la homilética puede seguir impertérrita su curso cotidiano, utilizando la imagen de un héroe subyugante como venero de emociones.

Como ya vio Renan –esta vez lúcidamente– los mitos no están llamados a desaparecer, y la necesidad de los ídolos encuentra en Jesús de Nazaret una de sus mejores bazas: “Su culto se renovará sin cesar; su leyenda provocará lágrimas sin fin; sus sufrimientos seguirán enterneciendo a los mejores corazones; todos los siglos proclamarán que, entre los hijos de los hombres, no ha nacido ninguno más grande que Jesús” (Vie de Jésus).

El funcionamiento de este engranaje es facilitado por el hecho de que la intelligentsia confesional suele incurrir en lo que algunos sociólogos han denominado “el error de los soliloquios en grupo”: en vez de buscar la confrontación real con los historiadores independientes, se dirige –habitualmente tras condenar al ostracismo a quien mantiene posiciones diversas– a quienes comparten su mismo discurso, lo cual produce una constante retroalimentación de los prejuicios. Dado que el público destinatario, tanto especialistas como legos, comparte la misma visión del mundo, está dispuesto a dar por bueno cuanto confirma esa visión, por inverosímil que sea. La reiteración a coro de los cuentos de hadas acaba por producir una irresistible impresión de realidad que permite que esos cuentos sigan siendo digeridos en calidad de historia.

Es de esperar, pues, que la exégesis mayoritaria siga colando el mosquito y tragándose el camello, transitando las desbrozadas vías de siempre. Unos seguirán intentando mostrar la irrelevancia del Jesús histórico, argumentando que la dogmática y la teología cristianas han recurrido durante siglos al Cristo de la fe, sin ocuparse apenas de aquél. Otros, en cambio, continuarán promoviendo la investigación histórica, al pretender que ésta contribuye a consolidar la fe, o que al menos no la impugna –aunque para ello necesiten seguir inmiscuyendo elementos míticos en sus reconstrucciones o dejando algunos en la penumbra–. Otros aún –o los mismos– utilizarán ficciones historiográficas para mantener en el candelero académico la figura de Jesús; al igual que en las últimas décadas el uso de la sociología, la antropología y la arqueología ha sido ofrecido como una relevante inflexión metodológica, es de esperar que antes o después se produzca un reciclaje (que se presentará, de nuevo, como un viraje decisivo). Es de esperar que, como ya vio Reimarus, los bonitos colores de las cuestiones accesorias permitan seguir sustrayéndose a la cuestión principal, a saber, el hecho de que muchos de los resultados más verosímiles de la búsqueda del Jesús histórico posibilitan una evaluación de las pretensiones de verdad de quienes reclaman a esa figura como referente vital, y precisamente en el sentido de una falsación de tales pretensiones.

Como concluyó, de manera un tanto eufemística, uno de los escasos exegetas que analizan las implicaciones de su investigación: “La cristología ortodoxa es difícil de reconciliar con la verdad" Orthodox Christology is difficult to reconcile with truth” (Maurice Casey, From Jewish Prophet to Gentile God, p. 176).

Saludos cordiales y Feliz 2009, de Fernando Bermejo
Volver arriba