La castidad según los Hechos Apócrifos (HchAp)



Hoy escribe Gonzalo del Cerro

La castidad como virtud cristiana

La conversión a la fe llevaba consigo un cambio de actitud frente a determinadas conductas paganas. No en vano la penitencia significaba en su término griego (metánoia) un cambio de mentalidad. Pero considerar la práctica de la castidad como un intento de liberación de la autoridad o tiranía de los maridos no tiene, a mi parecer, ninguna base en los datos documentados por los escritores de la época. Había tendencias contra el matrimonio, de las que dan testimonio las cartas mismas del epistolario paulino. En la 1 Tim 4, 3 se habla de los que prohíben las bodas y se abstienen de los alimentos creados por Dios. El autor de la carta trata de corregir esas desviaciones de la recta doctrina.

En algunos escritores eclesiásticos, la doctrina traspasa los límites de la ortodoxia. Ireneo de Lión e Hipólito de Roma incluyen entre los herejes a los que mantienen tales doctrinas. Satornilo, según san Ireneo, creía y defendía que "el matrimonio y la procreación proceden de Satanás". (San Ireneo, Contra las herejías, I 24, 2. Cf. J. Montserrat Torrents, Los Gnósticos I Madrid, 1983, p. 206). Hipólito de Roma cuenta que los autollamados "Gnósticos" afirmaban que "la unión de una mujer y un hombre es algo muy malo". (San Hipólito, Refutaciones, V 7, 14. C. Cf. J. Montserrat Torrents, Los Gnósticos II Madrid, 1983, p. 63). Pero pretender ver en esas tendencias un afán de liberación es, en mi opinión, volver la cara lejos de la realidad. Mucho menos si tenemos en cuenta que estos casos proceden de ambientes heréticos. No obstante, sin llegar a estos excesos podemos aceptar que la nueva religión ofrecía a las mujeres "unas expectativas de superación de sus funciones genéricas tradicionales mediante la elección de la virginidad o la castidad ascética". (Cf. A. Pedregal, "Educadas para la sumisión..." en V. Alfaro & R. Francia, Bien enseñada..., p. 96).

Los Padres recomiendan la castidad como virtud, que por su sentido y connotaciones era un aspecto típico de la conducta cristiana. Eusebio de Cesarea cuenta, por ejemplo, que una noble cristiana de Alejandría, mártir en la persecución de Maximino (s. III), era famosa por su riqueza, alta cuna y esmerada educación. Sin embargo, a todas sus ventajas económicas y sociales anteponía su castidad (H.E., VIII 14, 15). Pero los Padres son conscientes de que el Evangelio ha traído verdaderos aires de liberación. Una liberación espiritual de los lazos que tenían sometido al hombre. Pero la situación de la mujer era más bien de sumisión. Usando el término (no el concepto) de Aristóteles podemos decir que la mujer no era "animal político". Por no poder serlo, Jesús nombró apóstoles solamente a varones. Y no hay una sola página que defienda otro estado para la mujer en aquellos siglos. El programa de vida social que traza el autor de la carta a los efesios (5, 22-33) abunda en lo que vamos diciendo. Cuando se refiere a las mujeres, define con dos verbos importantes su relación familiar con los maridos: "estar sometidas" (hypotássomai) y "temer" o "reverenciar" (phobéomai). La actitud del marido hacia su mujer queda definida por el verbo "amar" (agapáō) (Cf. también Col 3, 18-19; 1 Pe 3, 1). Todo dentro del contexto del hombre nuevo que ha surgido de la semilla del Evangelio.

Ahora bien, los HchAp están inspirados en gran medida en el Nuevo Testamento. Su mentalidad, sus criterios, su vocabulario, sus conceptos hunden sus raíces en las páginas bíblicas, sobre todo, neotestamentarias. Y el ambiente social en el que se forma el Nuevo Testamento no es de libertad excesiva para la mujer. Los escritores cristianos se quejaban de la inmoralidad de la sociedad pagana. Los paganos se complacían en la disolución (porneia); los cristianos en la castidad (S. Justino, Apol. I 14, 2). El mismo Ch. Seltmann, hablando de la situación de la mujer en la época, recuerda dos cosas: una, que la sociedad romana había ido concediendo a la mujer cada vez más libertad y autonomía; otra, que en la tendencia a la igualdad del hombre y la mujer durante el siglo I d. C. se ha de reconocer el influjo de la doctrina de Jesús. (La femme dans l'antiquité, París, 1956, p. 195).

Más aún, Jesús fue más "feminista" que el entorno de sus discípulos y seguidores. Son numerosos los gestos de atención dedicados a mujeres en las páginas de los evangelios. Sin embargo, la libertad espiritual que representa la doctrina evangélica no es ni puede ser la excusa para modificar el orden de la sociedad familiar. Los casos extremos narrados en los HchAp han de entenderse en el contexto histórico de una época rigorista, en la que algunos pudieron traspasar la línea divisoria entre la ortodoxia y la herejía. Pero no es el caso de los HchAp. En ellos se trata más bien de un afán de mayor perfección en el cumplimiento de los consejos evangélicos. Era una realidad en ciertos ambientes el convencimiento de que la virginidad representaba un estado superior al matrimonio.

En el libro de Sara B. Pomeroy sobre la Vida de las Mujeres en la Antigüedad Clásica trata la autora de la presencia de ciertos personajes femeninos en la política. Eran mujeres de grandes hombres en cuya vida dejaron algún rasgo sus esposas. De ellas habla en el cap. VIII en el apartado sobre "Mujeres en la Política". Se refiere a las matronas que fueran esposas de grandes hombres, como Marco Antonio o Cesar Augusto. Sin embargo, su eventual influjo quedaba reducido a la esfera privada. Pero distinto es el caso de las mujeres sencillas. Su vida recuerda más la recomendación de Pablo: "Las mujeres en las asambleas, que estén calladas; no se permite que hablen, sino que deben estar sometidas" (1 Cor 14, 34). Las mujeres estelares de los HchAp están, a pesar de su importancia social, "calladas". Escuchan y toman sus decisiones con el apoyo de sus maestros apostólicos. La recomendación de "enseñar la Palabra de Dios" que Pablo hizo a Tecla tenía más el sentido de dar testimonio que de convertirse en un sucedáneo del Apóstol (HchPlTe 41). De todos modos, el mismo Hermas cuenta que recibió el don de dos libros: Uno era para Clemente; otro para Grapta, mujer que debía instruir con él a las viudas y a los huérfanos (Pastor de Hermas, Visión II 4, 3). Luego el silencio de las mujeres era muy relativo. Si podían adoptar posturas de independencia es porque en la mayoría de los casos se trataba de personas influyentes. Siempre dentro del contexto del concepto de "hombre nuevo" que el Cristianismo había traído al mundo. Los Hechos Apócrifos de Andrés (cap. 7) y de Tomás (cap. 132) tratan precisamente el tema del "hombre nuevo" por oposición al "hombre viejo", abundando en la idea de que el cristianismo representa un cambio esencial en el ser humano. Pablo había expuesto la idea del hombre viejo/nuevo en Ef 4, 22-24.

Pero la moral matrimonial cristiana está claramente expuesta en la 1 Cor 7. En esa carta responde Pablo a consultas concretas de los corintios. Y Corinto era precisamente paradigma de la disolución de costumbres a los ojos de los cristianos. Allí se levantaba el templo dedicado a Afrodita, en el que prestaban sus servicios las famosas prostitutas sagradas. El Apóstol recomienda que cada hombre tenga su mujer, como cada mujer tenga su propio marido. Que se presten el débito sin defraudarse si no es de mutuo acuerdo para dedicarse a la oración. Sin embargo, el mismo Pablo parece aceptar la idea de una mayor perfección de la virginidad sobre el matrimonio. Aunque también es verdad que cada uno tiene su propia vocación o su realización personal de los postulados del Evangelio. Doctrinas como la de Pablo en estas páginas de la 1 Cor pueden tener su eco en la ideología de los HchAp. Las drásticas decisiones de algunas mujeres protagonistas perseguían metas más altas de perfección.

A pesar de todo, hay muchas mujeres a las que no se exige ningún compromiso de castidad. Por el relato pasan matrimonios conversos que no modifican su conducta en el aspecto de la vida conyugal. Siempre será una realidad que para ir a Dios hay muchos caminos. O con las sabias palabras de Pablo, "cada uno tiene su propio carisma".

Saludos cordiales. Gonzalo del Cerro
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