“Jesús y el ‘Evangelio’" de Graham N. Stanton (1) (100-01-A)



Hoy escribe Antonio Piñero

Tengo hoy entre mis manos un libro interesante, muy inglés en su modo de contar las cosas, insinuante más que afirmante en ocasiones, en las que las nítidas conclusiones están acompañadas de sugerencias sobre planteamientos y tareas futuras tanto de la filología que afecta al Nuevo Testamento como a la teología cristiana. Su ficha es la siguiente

Graham N. Stanton, Jesús y el ‘Evangelio’, Desclee de Brouwer, Bilbao, 2008, 331 pp., con índice analítico de materias y nombres muy breve. Versión del inglés de Víctor Morla. ISBN: 978-84-330-2277-6.



Vaya por delante mi constatación de que, a pesar del tratamiento científico de los temas que a continuación procuraré detallar en los aspectos que creo más importantes, se trata de un libro que no oculta su interés más que histórico, teológico, con planteamientos que –según el autor- deben influir en la vida cristiana del presunto lector y de su modo de enfrentarse a los asuntos tratados. En otras palabras, influyen en su modo de vivir los orígenes cristianos como creyente.

El libro está dividido en tres partes con temática diferente: A. Jesús y el evangelio; B. Jesús de Nazaret y C. Los evangelios y los códices en papiro.

El volumen va precedido de un capítulo introductorio sobre el modo de proceder, y de una visión general sobre la temática del volumen, así como de su método, que el autor califica de “proceder hacia atrás”. Con palabras suyas:

“He tratado de desenterrar unas raíces, a menudo parcialmente ocultas, a partir de evidencias [anglicismo: “testimonios”] y formulaciones posteriores, ciertamente más clara. Por supuesto, los anacronismos acechan en cada esquina, pero un uso disciplinado de este método puede abrir nuevas perspectivas, necesarias a todas luces” (p. 25).


En mi opinión, el lector encuentra ciertamente estas nuevas perspectivas, aunque –como es lógico en una materia como los estudios de cristianismo primitivo- sea necesario rodearlas de abundante material conocido para hacerlas inteligibles…

El capítulo 2, “Jesús y el evangelio” intenta descubrir el uso original que hicieron los cristianos del vocablo “evangelio”. El tema me parece interesante, y de hecho ha sido abordado en este blog en una serie en un pasado no lejano. Las conclusiones principales a las que llega el autor son las siguientes: Jesús no utilizó propiamente el vocablo evangelio, pero sí términos de su campo semántico, como “anunciar la buena nueva” (Lc 4,16-21). Aquí habíamos llegado nosotros simplemente a la posibilidad de que Jesús hubiera utilizado al menos el correspondiente arameo, besortá = buena nueva. Pero os argumentos de Stanton son de considerar.

Fueron los cristianos los que “inventaron” y propagaron el uso en singular del vocablo, junto con otros más o menos sinónimos como “Palabra”, y similares. Por tanto su utilización es posterior a la muerte de Jesús, y fue empleado para significar el “mensaje sobre Dios/Jesús que conduce a la salvación”. En esta ámbito es interesante que Stanton señale que el uso de este vocabulario –cuyo empleo tiene sus precedentes en Qumrán (el famoso texto 4Q521)- es cercano al del profeta Isaías. Piensa Stanton que tal uso es una suerte de confesión implícita de la creencia de Jesús en su propio mesianismo.

En Pablo de Tarso el término es usado 48 veces en sus cartas genuinas y más de 60 en el corpus paulino completo, es decir, incluidas las obras de sus discípulos, con el típico significado de “mensaje de salvación”.

Según Stanton, no fue ciertamente el hereje Marción el primero en utilizar “evangelio” como obra escrita. Tampoco lo fue el evangelista Marcos (a pesar de 1,1), puesto que no utiliza –si es que este pasaje no es una glosa del siglo II, como veremos después- el vocablo “evangelio” para referirse al “mensaje sobre Jesús puesto por escrito”, sino aún como “proclamación sobre Jesús”. Es decir, el uso de Marcos es muy parecido todavía al paulino.

Sostiene el autor que fue Mateo el que dio el paso. Mateo pensó que su obra “biográfica” sobre Jesús (Stanton está de acuerdo que los “evangelios” son un subgénero de las “Vidas” de hombres ilustres de la época helenístico-romana: p. 145) era ya un mensaje de salvación puesto por escrito. Stanton adelanta así la fecha aceptada generalmente para este hecho que suele considerarse que ocurrió a mediados del siglo II, en concreto en la obra del hereje Marción.

Lo importante de este capítulo 2 de la obra que comentamos es cómo el autor pone de relieve con suficiente claridad que desde el primer momento los cristianos utilizaron el vocablo “evangelio” para proclamar explícitamente que el mensaje de salvación de Jesús era único (por eso sólo emplean “evangelio” en singular) y que se contraponía explícita y nítidamente al culto a los emperadores. A éstos se los consideraba dioses como benéficos portadores de la salvación al traer la paz a los territorios del Imperio y a sus gentes. Por ello los paganos utilizan “evangelios” siempre en plural (“buenas noticias” de paz, prosperidad, salvación, etc.).

El capítulo 3, cuyo título es “El cuádruple evangelio”, contiene interesantes reflexiones teológicas sobre cómo se enfrentó -y aceptó- la Iglesia antigua a la existencia no de un evangelio sobre Jesús, sino de cuatro. Ello significaba –afirma Stanton- que la Iglesia primitiva reconocía que los cuatro evangelios no son “historias”, sino testigos teológicos de Jesús en forma narrativa.

Por ello la Iglesia en general rechazó el intento de Taciano el Sirio (hacia el 170), el cual se esforzó por hacer de los cuatro evangelios –a los que probablemente añadió uno más que circulaba por Siria- uno solo (= el Diatessaron o armonía de los evangelios). Esta tendencia a fundir los cuatro evangelios en uno era señal –opina Stanton- que Taciano los interpretaba como “historia”, por lo que le era preciso eliminar duplicados y contradicciones hasta conseguir una “historia” seguida, lineal y precisa sobre Jesús. Por el contrario, el resto de los teólogos y fieles cristianos, al oponerse a este intento, significaban su idea de que los evangelios eran más “visiones y perspectivas sobre Jesús” que una reseña de datos históricos.

El problema aquí radica, en mi opinión, primero en las consxecuencias de afirmar que "los Evangelios no son historias"..., y segundo en que esos cuatro evangelios representan cuatro, o más cristologías diferentes sobre Jesús. ¿Se complementan, o son contradictorias entre sí? Stanton no lo dice claramente. Yo creo más bien lo segundo, y me parece oportuno sostener que el Evangelio de Juan se escribió para corregir perspectivas de los otros evangelistas que escribieron antes que él que él.

El autor del Cuarto Evangelio creía que eran incompletas o al menos parcialmente equivocadas. Por eso procuró poner orden en tales cristologías diferentes y contradictorias. El credo cristiano posterior (Concilio de Nicea del 325) se formó sobre la base de la cristología en tres tiempos del Evangelio de Juan (descenso - vida en la tierra por la encarnación - ascenso del salvador revelador), y no sobre una cristología en dos tiempos (Marcos y Mateo/Lucas) que comienzan la peripecia del Salvador en este mundo, no en el cielo previamente, aunque difieran en el momento en el que consideran que Jesús fue “hecho” o “nombrado” hijo de Dios (en el bautismo en el Evangelio de Marcos; en la concepción misma en los de Mateo y Lucas).

Interesante tamién me ha parecido el capítulo 5 de la obra que comentamos, en la que Stanton intenta esclarecer qué es exactamente la “ley de Cristo” según Gálatas 6,2. El problema que se plantea es: ¿Cuál fue el uso exacto que hace Pablo de esa frase en su Carta a los gálatas? ¿Por qué se ha empleado poco después de él en el cristianismo la designación “Ley de Cristo”? ¿Por qué los teólogos han pensado poco sobre ello? ¿Determinaría la comprensión paulina de esa frase el uso teológico de ella en la actualidad?

Seguiremos con esta interesante "discusión". Saludos cordiales de Antonio Piñero.

www.antoniopinero.com
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