Una posible solución a la "ruptura". Jesús y su familia (5) ( 79-07-E)

Hoy escribe Antonio Piñero

La mejor explicación parece la suposición de que aquí –como en otros casos- los evangelistas exageran y pintan con trazos demasiado gruesos, negativos y sesgados una situación vital que pudo ser distinta, más suave, en el caso de Jesús.

Al igual que los Evangelios, sobre todo el de Mateo, dibujan exageradamente una oposición a muerte entre Jesús y los fariseos, siendo así que el Nazareno –como se deduce por su teología, por su modo de usar la Biblia y cómo discute sobre ella- era al menos muy profariseo o filofariseo, y que las disputas entre maestros dentro de la secta eran fuertes y comunes aunque “sin que la sangre llegara al río”, semejantemente se puede suponer aquí que los evangelistas han exagerado una situación vital –las relaciones entre Jesús y su familia- que pudo ser mucho más suave.

Otro ejemplo de exageración por parte de los evangelistas sinópticos: Marcos –y en medida algo menor sus seguidores Lucas y Mateo- pintan a los discípulos de Jesús como absolutamente obtusos y de corta inteligencia, como gente que no entendió en absoluto el mensaje del Nazareno, su concepto de mesianismo, etc., a pesar de que convivieron con el Maestro por lo menos un par de años.

Ahora bien, todo ello me parece que está exagerado y sirve al evangelista para reforzar su teoría del “secreto mesiánico”: Jesús ocultó conscientemente su identidad como mesías hasta después de su resurrección. La verdad, sin embargo, no hubo de ser así como indica de pasada y con su vocabulario el Cuarto Evangelio al final del episodio de las Bodas de Caná: “Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos”: Jn 2,11.

¿Por qué en concreto esta exageración que ahora nos ocupa? ¿Por qué dibujar un ambiente de hostilidad entre el Nazareno y su familia carnal? En nuestra opinión por una razón similar a lo que explica el caso de la exageración evangélica al pintar las relaciones entre los fariseos y Jesús.

Expliquemos primero este caso. Los evangelistas, al redactar sus escritos, estaban viviendo momentos de gran tensión con los judíos que los estaban expulsando en cadena de sus sinagogas y declarándolos herejes (años 80/90). Por ello, con la intención de defenderse, los evangelistas se deleitaron en pintar a un Jesús que ya se enfrentó a muerte con sus colegas fariseos –símbolo de los judíos actuales-, porque tenían así un ejemplo en su Maestro de cómo él había padecido persecución por parte de sus connacionales. Ahora, a ellos, los evangelistas y su comunidad, les pasaba lo mismo, pero se consolaban con lo ocurrido a Jesús.

Esta hipótesis aclaratoria supone que en el texto de los Evangelios se trasluce no sólo la situación vital de Jesús, sino la aplicación de lo que le había ocurrido al Maestro a la situación presente de la comunidad cristiana.

De ser correcta esta suposición, los evangelistas dibujaron indirectamente y del mismo modo -en el caso que nos ocupa de la mala relación de Jesús con los suyos- la situación vital por la que estaban pasando: estaban padeciendo un enfrentamiento no sólo con los judíos, sino también y sobre todo con la facción opuesta de los judeocristianos, de tendencias teológicas muy judías. La oposición “Jesús y su familia” que aparece en los Evangelios sería un reflejo de la oposición entre la facción judeocristiana de Jerusalén -dirigida en tiempos por el “hermano del Señor”, Santiago, y luego por otros parientes de Jesús- y la facción paulinista, muy contraria en su teología, a la que pertenecen de algún modo los evangelistas.

Esta situación de enfrentamiento que suponemos reflejada en los Evangelios se aclara bien si consideramos lo que había ocurrido desde los orígenes del movimiento cristiano: es bien sabido cómo desde el principio del cristianismo hubo dos facciones enfrentadas: la de los hebreos y la de los helenistas (léase al respecto Hch 6-7). La primera facción tuvo su continuación en la comunidad judeocristiana de Jerusalén; la segunda continuó en la comunidad helenista de Antioquía (Hch 8), cuyo representante más conspicuo fue Pablo de Tarso.

Los cuatro evangelios canónicos, aunque cada uno a su manera, son más bien discípulos y seguidores de la facción helenista-paulina. La pugna durísima entre la facción cristiana de Jerusalén –muy judía, como decimos, muy conservadora en su teología, dirigida por parientes del Nazareno- y la facción paulinista -más helenizada, más avanzada en sus concepciones teológicas, a veces incompatible con la jerusalemita- se ve reflejada en la tendencia a exagerar la hostilidad entre Jesús y su familia…, que no fue tan dura en la realidad, pues a su muerte los de su familia se hallan entre más sus íntimos seguidores, y no hay escenas de reconciliación: la de Jn 19,25-27 sólo confirma el paso de la madre de Jesús de una fe imperfecta en su hijo a otra perfecta.

Así pues, una manera de oponerse a la facción jerusalemita judeocristiana fue presentar al público, seguidor de la corriente paulina, diversas escenas en las que se pintaba a un Jesús enfrentándose también radicalmente a su familia, porque estorbaba la difusión de su predicación sobre la próxima venida del Reino. Así quedaba justificada histórica y literariamente la oposición cristianismo jerusalemita/cristianismo paulino: ¡el Maestro había pasado por lo mismo!

En síntesis: las dos ramas principales del cristianismo primitivo mantenían una hostilidad a veces extrema como demuestran las cartas de Pablo, en concreto Gálatas y Filipenses, y se inventaron medios literarios para defenderse: uno de ellos fue, pues, trasladar a la época de Jesús la tensión del momento y presentar al Maestro de nuevo como modelo anterior de lo que estaba pasando entonces y de lo que debía hacerse. Pero este “traslado” hacia Jesús de un conflicto presente en la comunidad cristiana supuso exagerar y cargar las tintas del conflicto en el pasado.

Concluiremos finalmente el próximo día. Saludos cordiales de Antonio Piñero

www.antoniopinero.com
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