Restos de magia en el Antiguo Testamento (Conclusión y XXI)

Hoy escribe Antonio Piñero


Como puede deducirse de los muchos textos que a lo largo de estas postales hemos ido ofreciendo, el Dios del Antiguo Testamento pretende siempre acentuar su absoluto dominio y su independencia soberana respecto a los manejos del ser humano, simbolizados en los ritos mágicos de las naciones vecinas a Israel. Es un Dios celoso que no se deja manipular.

Pero Él induce a sus servidores la práctica y realización de actos que hoy día no dudaríamos en calificar de mágicos, pero no tolera que se practique la misma magia en nombre de otras divinidades, pues por esencia el ritual mágico pretendería controlarle a Él.


Sin embargo, y esto hay que consignarlo a pesar de lo dicho, en la religión oficial israelita se percibe una clara tendencia evolutiva que impulsa la desaparición del elemento puramente mágico para dejar paso a una relación con la divinidad más personal, relación que propende a exigir lo contrario que la magia: la obediencia absoluta y el sometimiento del hombre, una sumisión total a una divinidad muchas veces irascible.

Es sintomático a este respecto que en Israel no se recurriera normalmente a los encantamientos y ritos mágicos como medio de protegerse de la ira divina.

Ya al final de la cala que hemos ido efectuando -a lo largo de esta larga serie de “postales”- en los elementos mágicos que pueden encontrarse en el Antiguo Testamento tenemos que confesar de nuevo que nos hallamos ante una situación un tanto contradictoria cuando se investiga la religión del Israel antiguo: una legislación oficial que prohibía rotundamente la magia, mas, por otro lado, unas prácticas sobre todo privadas, pero también en parte oficiales, que sólo se entienden como sustentadas sobre concepciones mágicas.

Esta contradicción persistió durante toda la Antigüedad e hizo del pueblo judío una de las naciones más dadas a la magia en la historia antigua. La colección de papiros mágicos griegos, editada por Karl Preisendanz, accesible en castellano, a la que en otra postal hemos aludido (editada por J. L. Calvo Martínez en la colección de "Clásicos griegos y latinos" de la Editorial Gredos, Madrid), está repleta de conjuros y ensalmos judíos, y los derivados mágicos del nombre de Yahvé aparecen en múltiples ocasiones.

Por otro lado, sin embargo, el hecho de que en Israel se proscribiera tan rotundamente la mántica y la magia nos habla de una conciencia o de un intento de la religión por afirmar que el ser humano no puede pretender manipular lo divino. Por tanto se debe reconocer que el Antiguo Testamento defiende y evoluciona hacia unas concepciones de la divinidad -a pesar de sus iras, sus celos y sus monstruosidades, como la incitación al asesinato- más sublimadas que las de las religiones vecinas del Medio Oriente.

Por ello, la alianza del Sinaí con su sacrificio sangriento no desemboca oficialmente en una concepción mágica de la presencia y actuación divinas, y como contrapartida, tampoco de la correspondiente actuación humana. Hay que confesar con un ilustre judío, aunque incrédulo, Sigmund Freud, que la orientación marcadamente ética y espiritualista del rígido monoteísmo israelita, que se fue depurando con el tiempo, condujo consecuentemente al rechazo radical de los ceremoniales mágicos. Parafraseando al mismo Freud, diríamos que los asumió y sublimó.

De todos modos, como afirmábamos, el Antiguo Testamento es contradictorio: "Setenta caras tiene la Biblia", acostumbraban a decir proverbialmente los antiguos rabinos, y también “La Biblia es como una cueva de ladrones”, por lo que en ese bosque frondoso de rostros diversos podemos encontrar lo que queramos.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.

www.antoniopinero.com
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