“Imagen y palabra de un silencio”. Sobre un libro de Julio Trebolle (100-02-A)



Hoy escribe Antonio Piñero

Hoy voy a presentarles un libro que me ha parecido extraordinario, de rica complejidad por su contenido y erudición, por la gran amplitud de pistas bibliográficas por donde seguir los temas que a veces casi sólo se apuntan…, un libro en fin que comienza tratando del mundo de la Biblia desde el punto de vista de la literatura, pero que toca otros muchos temas de interés, como veremos.

En este volumen el autor intenta presentar los resultados de dos disciplinas, la literatura comparada y la historia de las religiones, procurando conjugar un estudio histórico, absolutamente serio y solvente, del fenómeno religioso sin olvidar la estética de lo poético y la esencia de la religión.

Desde luego es éste un libro que parte del punto de vista, que no necesita demostrar, de la existencia de Dios, de su deseo de comunicación con el ser humano, por tanto de la posibilidad de la revelación concreta, judeocristiana, y de cómo ésta se lleva a cabo por medio de un lenguaje concreto con un rico simbolismo poético, pero que no olvida tampoco el valor del silencio.

Su ficha es la siguiente:

Imagen y palabra de un silencio. La Biblia en su mundo, Editorial Trotta, Madrid, 2008, 373 pp. con índices e lustraciones. ISBN: 978-84-9879-004-7.


El tema primario del libro es, pues, el amplio y complejo mundo de la Biblia expresado por el estudio de las imágenes y los mitos, pero que aborda también en sus líneas generales los orígenes de la escritura bíblica, el universo simbólico, las leyendas del Oriente Antiguo tal como se reflejan sobre todo en el Antiguo Testamento, un lenguaje empleado para narrar historias que han conformado nuestro modo de ver el universo, el ser humano y Dios, es decir, lo inefable…, que –según el autor- quizá sólo se alcance por medio del mito, la metáfora y la poesía.

Aunque, como dijimos, este libro aparenta por el título ser un ensayo literario, trata también de aclarar a través de ese estudio la historia del pueblo judío reflejada en temas y conceptos que afectan tanto a la comprensión del judaísmo en cuanto tal como al judeocristianismo. Así, por ejemplo, la imagen de la divinidad y su reflejo en dos vertientes: la representación gráfica o la representación “anicónica” de ella (es decir, “que no tiene ‘icono’ o imagen), el imaginario del cielo y del infierno y la teología que conlleva, el problema de la justa retribución divina, la resurrección y su diferencia con la mera inmortalidad del alma, las visiones y revelaciones, el monoteísmo frente al politeísmo, la Biblia y la violencia: celotas, mesías, suicidas mártires…

El Antiguo Testamento fue redactado o editado definitivamente hacia lo que se ha llamado el “tiempo-eje de la historia” (hacia el 500 a.C.); por ello se encuentra hoy entre dos importantes períodos históricos: por un lado, dos milenios y medio de cultura escrita, en Mesopotamia y Egipto, y por el otro, también dos milenios y medio de historia intensa de la humanidad hasta hoy. Escribe Trebolle en su bello Prólogo:

La Biblia se encuentra a caballo entre estos dos grandes períodos históricos, como también entre los grandes mundos de Oriente y Occidente. Heredó de Egipto, Mesopotamia y Canaán un caudal inmenso de tradiciones literarias e iconográficas, que transmitió al Occidente cristiano y al mundo árabe e islámico. Forma parte por ello del canon oriental y del occidental, de modo que toda relación entre estos dos mundos, sea de conflicto o de diálogo, transita necesariamente por este Libro de los libros.


Al releer los textos de la Biblia, Trebolle los presenta al lector apoyado ciertamente en una hermenéutica, que se confiesa deudora de Paul Rocoeur y Hans-Georg Gadamer. Del primero sigue el guión que indica cómo abordar los estadios que llevan desde lo figurativo a los conceptos, y desde el pensamiento a la acción moral y política. Del segundo hereda el esfuerzo por presentar a los lectores una conjunción de la hermenéutica estética e histórica en un proyecto de “fusión” de los diversos “horizontes” de los mundos antiguos entre sí y con el presente.

Con este método, la aparente y simple lectura de los textos (por cierto, bellamente traducidos y dispuestos cuando conviene en forma poética de modo que se percibe mejor el ritmo) nos lleva a nuevas perspectivas y a penetrar mejor en su significado. Cedo de nuevo la palabra el autor en el Prólogo:

Este libro pretende comparar los textos bíblicos con los mesopotámicos y cananeos, haciendo incursiones en los egipcios y en los griegos, así como contrastar los canónicos con los apócrifos, y los más antiguos con los más recientes. Pretende discernir el horizonte del arco trazado por la Biblia del Génesis al Apocalipsis; desde los mitos de los orígenes a los de los tiempos finales […]


Eric Auerbach, modelo de comparatista […] caracterizaba el estilo homérico y el bíblico: el griego es descriptivo, iluminador, sin lagunas, de primeros planos y sentidos unívocos; el hebreo, sin embargo, carece de epítetos descriptivos, sugiere más que dice, deja mucho en el transfondo de un claroscuro, está abierto a múltiples sentido y necesito por ello ser continuamente interpretado. Leer los silencios del texto es tratar de escuchar o de ver lo oculto en ellos, lo que se desvela sólo en momentos teofánicos (es decir, cuando Dios se revela expresamente), como cuando el rey, o el dios, permitían a quienes eran recibidos en audiencia ver desde una cierta distancia su rostro hermético o hierático.


Hay mucho que comentar por lo que seguiremos en la próxima entrega. Saludos cordiales de Antonio Piñero.

www.antoniopinero.com
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