"La palabra que se ve": Imagen y palabra de un silencio. Sobre un libro de Julio Trebolle (2) (100-02-B)



Hoy escribe Antonio Piñero

El primer capítulo, del libro que comentamos, lleva el título de “Imagen y palabra”. El autor recalca cómo la Biblia, en especial los oráculos proféticos y las oraciones de los salmos, presuponen una vivencia religiosa cuya intención es sentir de tal modo la palabra divina que “ésta se ve”. Es tal la insistencia en que esta palabra es "vista" que cuando se hace ley –la ley mosaica- “acaba prohibiendo las representaciones visuales de Dios, no así las acústicas y lingüísticas”.

El judaísmo acentuó a lo largo de su historia la aniconía, es decir, la representación de Dios sin imágenes, pero el cristianismo, cuyo arte empezó de este mismo modo, acabó siendo muy amigo de representar a Dios por medio de toda suerte de pinturas y esculturas:

“Respondía así al sentido teológico de la encarnación, que no podía menos de mostrarse sensible a la representación mediante imágenes. Por ello no es acertado atribuir la difusión de las imágenes en el cristianismo a su paganización o helenización” (p. 37).



Trebolle estudia la relación entre mensaje bíblico con la pintura y la música popr medio de análisis y comentarios, entre otros, de Van Gogh, “Vida tranquila con una Biblia abierta”, la “Pasión según san Mateo” de J. S. Bach, la pintura religiosa de Caravaggio, los “Libros de Horas medievales”, el tránsito de las representaciones antiguas del “dios o diosa de los animales” hasta las figuras de David, Orfeo y Cristo.

La diferencia en la comnprensión del sentido de la historia –cíclico o lineal-, atribuido el primero a los griegos y el segundo a los hebreos, da pie al autor para reflexionar sobre este sentido y a postular que no debe llevarse tal distinción al extremo, pues tanto la Biblia como los pueblos circundantes, cananeo y mesopotámico, conocían bien las dos concepciones supuestamente contrapuestas, la cíclica y la lineal, de la historia: la de la divinidad relacionada con las fuerzas de la naturaleza y la personal de un Dios que interviene en la historia. Las dos imágenes de la divinidad y de la historia se complementan.

Hay momentos en los que la tendencia de la modernidad occidental se inclina a dar prioridad al habla sobre la vista, al oír sobre el ver. Ello conduce a Trebolle a un alegato –que me parece justo- en el que nos advierte que no debemos dar tal valor a esta prioridad que perdamos de vista que los textos bíblicos fueron escritos con mucha imaginación y que por lo tanto deben ser leídos y vistos a la vez, "con la misma imaginación con la que fueron escritos y contemplados en las visiones proféticas o por las personas presentes en los escenarios evangélicos”. Se trata de volver a sentir que Dios “ha producido en la Biblia un hablar visible” (Dante).

El autor aboga por la necesidad de recuperar lo simbólico y la estética de la creación. Frente a la consideración excesivamente dogmática de la ortodoxia religiosa y a la racionalista laica –afirma-, parecía conveniente poner el acento en la perspectiva de la historia y en su sentido de la historia de la salvación. Pero, advierte, la “excesiva insistencia en tal enfoque ha conducido a marginar otras dimensiones no menos importantes de la Biblia, como la de la creación y su estética. La soteriología (‘doctrina de la salvación’) pura, centrada en la acción salvífica operada por un mesías, tiende a perder de vista toda dimensión contemplativa y estética”.

Trebolle postula que:

Esta reconversión no supone renuncia alguna al sentido moderno de la historia y a los logros del historicismo moderno. Habiendo pasado el riguroso proceso tamizador de la crítica textual –la disciplina por excelencia del Renacimiento y de toda la filosofía alemana del siglo XIX-, así como por los demás métodos modernos filológicos e históricos, no cabe marcha atrás ni retroceso a prejuicios premodernos. Bien es verdad que se ha de practicar la mayor suspicacia respecto a construcciones ideológicas supuestamente asentadas sobre cimientos filológicos, y que no nos es posible encerrarnos en el nominalismo de las palabras y negarnos al juego de los conceptos y, aún menos todavía, a la magia de los símbolos y de los arquetipos. Hallándonos en esta situación, resulta que la Biblia ha sido la dispensadora de mitos, símbolos y arquetipos que conforman la base originaria de nuestra cultura occidental, y es la que nos permite aproximarnos de modo más sencillo a los otros mundos culturales de la antigüedad y del presente” (p. 90).


Para los que, como yo mismo, intentamos en este blog realizar un programa de interpretación de textos antiguos de la Biblia, sobre todo del Nuevo Testamento, razonativo-discursivo, crítico, meramente historicista (es decir, con la intención de descubrir qué sentido tenían los textos que interpretamos para aquellos que los leían por vez primera en su tiempo), estas perspectivas de Trebolle nos suenan a exigencia y a interpelación directa…, sin duda, pero quizá -sin deseo alguno de polemizar inamistosamente- también a “rumores de ángeles y músicas celestiales”, es decir a metas casi imposibles da alcanzar para ciertas mentes.

Sostiene también el autor:

“La comprensión de los textos bíblicos, los poéticos en particular, ha de partir pues de los mitos antiguos, ha de poder llegar a reconocer la imagen de lo divino en lo humano, de la eternidad en el tiempo y del paraíso celestial en la tierra” (p. 111).


Me parece que es un buen programa. Seguiremos comentando este libro. De este modo, los lectores descansarán también de la visión crítica sobre el libro de Pagola sobre Jesús.

Saludos cordiales de Antonio Piñero.

www.antoniopinero.com
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