¡Feliz domingo! ¡Qué mejor que un 15 de agosto para empezar con una serie de famosas obras de Bach que están consideradas obras cumbre, y Bach tiene de esas muchas. Seguimos con la serie de instrumentos a solo y vamos a empezar con algunas de esas obras que verdaderamente tocarán para bien nuestro interés.

Como siempre, antes, un poco de la biografía de Johann Sebastian Bach (1685-1750), compositor alemán nacido en Eisenach. El príncipe Leopold de Anhalt-Cöthen debía escribirle una carta de despedida. Conocía tan bien las cualidades de su músico que lo llamó «bien docto» (en latín bene doctus o musicus pereruditus). Ya había publicado El clave bien temperado y el Orgel-Büchlein con lo que no solo demostró que era un maestro componiendo sido dando coherencia interna a las piezas. En la primera obra, que ya hemos escuchado, claro, demostró que era posible trabajar con las veinticuatro armaduras cromáticas, algo que solo se había hecho de forma teórica. Es un inmenso caleidoscopio con el que el maestro dejó claro que era capaz de enfrentarse a todo y asentó definitivamente un sistema que en siglos posteriores llegaría a su verdadero culmen.

Escuchemos su Sonata para violín solo en sol menor, BWV 1001. Fue compuesta, junto con sus obras acompañantes de la colección en 1720, es decir, mientras Bach estaba en Cöthen. Técnicamente es la menos exigente y también es la más breve; más o menos el pórtico para estas obras. Sigue el modelo de la sonata da chiesa en cuatro movimientos: Adagio, Fuga, Siciliana y Presto. El primer movimiento es muy elegante y con unas bellas progresiones armónicas, con los embellecimientos cuidadosamente escritos por Bach. La Fuga es muy compacta y la semana pasada la escuchamos al laúd (BWV 1000). La Siciliana tiene una melodía principal en el registro grave y el Presto final está escrito en compás de 3/8 con un complejo ritmo.

La partitura de la pieza puede descargarse aquí.

La interpretación es de Shunske Sato al violín.