Cuba



¡Feliz miércoles! Cuando pensamos en los grandes compositores para piano del Romanticismo nuestro listado suele decantarse por grandes «monstruos» como Chopin, Liszt, Schumann, etc. Evidentemente todo esto con razón. Pero la introducción es porque quizá en pocas listas estaría nuestro compositor de hoy. Sus obras casi pueden decirse que son perfectas y bellísimas además de técnicamente muy exigentes, escollos para cualquier pianista... Además, nuestro maestro es español.



Un español que nos ha traído ya varias veces su música. Se trata de Isaac Albéniz (1860-1909), compositor español nacido en Camprodón. Con cuatro años ya tocaba el piano y dejó su casa para formarse y dar conciertos con solo doce. En 1875 estudió en el conservatorio de Leipzig y luego consiguió una beca para estudiar en Bruselas. En 1883 empezó a dar clases en Barcelona y Madrid y sobre la década de 1890 comenzó a tomarse en serio la composición tras haber escrito obras para salón. Unos años más tarde se mudó a París lleno del espíritu nacionalista que la había insuflado Pedrell. En la capital parisina aprendió de d'Indy y Dukas. Sus obras están llenas de una fina melodía y de una armonía inspirada en la música popular española, de casi todas las regiones. Entre sus grandes obras, piezas de toque para cualquier pianista, está la suite «Iberia» y la «Suite española». Dado el éxito que obtuvo con muchas de estas piezas algunas fueron orquestadas posteriormente, en versiones que se han hecho más famosa que las originales para piano.

Esto puede ser el caso de Cuba, que es la última de las obras que componen su «Suite española». Está subtitulada como «Capricho» y está datada en 1886. Fue su respuesta musical a una visita que hizo a la isla de Cuba en 1875 y 1881. De allí se trajo ritmos y sabores que plasma en esta rica obra, con una atmósfera de lo más sensual. La presencia en la suite de música de inspiración cubana se debe a que por entonces la isla pertenecía a España. Esta habanera tiene una delicadeza espacial y crea un ambiente que nos arropa de una forma muy al estilo de los que consigue Debussy. El tempo que elige Albéniz es el de allegro pero casi está disfrazado entre esos acordes llenos de sabor.

La partitura de la obra puedes conseguirla aquí (página 53).

La interpretación es de Alicia de Larrocha (piano).

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