Un aria que nunca deja indiferente



La música de hoy, como casi la de todos los días, tiene una belleza arrebatadora. Es conocida, aunque no de las más conocidas, y quizá no se asocie inmediatamente con el compositor. La pieza se ha usado en multitud de ocasiones y si a uno se le mete en la cabeza no dejará de tararearla durante varios días.

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Puedes pensar que se trata de algo de Mozart, Rossini, Donizeti o Puccini pero no. Nuestro autor de hoy no es otro que Antonín Dvořák (1841-1904), checo nacido en Nelahozeves. Junto con, entre otros, Smetana y Janáček está considerado como uno de los mejores compositores nacionalistas del siglo XIX. Estuvo durante algún tiempo condenado al ostracismo por los compositores de habla germana, pero hoy día está considerado como el mejor compositor checo, y fue grandemente admirado en su época debido a sus sinfonías, música de cámara, oratorios y también a sus óperas. Fue profesor del Conservatorio de Praga y posteriormente aceptó un puesto como profesor de composición en Nueva York, cosa que aceptó. Durante este periodo compuso obras con un fuerte estilo americano.

La ópera más importante de Dvořák es la titulada Rusalka, estrenada en con libreto de Kvapil. Estructurada en tres actos, narra la historia de una ondina de las aguas que pide a una bruja que la transforme en humana porque está enamorada de un príncipe. Sin embargo, debido a la torpeza de la bruja, queda convertida en una princesa muda.

El fragmento más emocionante de la obra es el aria del primer acto conocida popularmente como Canción de la luna en la que Rusalka pide a la luna que le cuente al príncipe su historia. Que la obra destila romanticismo por todos los lados es algo evidente con solo escucharla. Contiene una de esas melodías inmortales que los grandes compositores checos nos legaron. El título original de la pieza, en checo, es Měsíčku na nebi hlubokém, que puede traducirse por "Oh, encantadora luna plateada".

Espero que disfrutes enormemente de esta pieza que te traigo interpretada por la soprano René Fleming junto con la Orquesta Sinfónica de Londres dirigidos por Sir Georg Solti.

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