Pide recuperar las responsabilidad ética en la Iglesia Raúl Vera: "No podemos hacernos cómplices de la injusticia del mundo"

La Iglesia católica llama a los empresarios y banqueros a no ser cómplices de las injusticias, ya que las consecuencias de una vida sin ética o de cobardía para distinguir el bien del mal la estamos viviendo en todo el mundo, dijo hoy Raúl Vera López, obispo de Saltillo. Lo cuenta Juan Alberto Cedillo en Proceso.

"Hacernos cómplices de la injusticia y la soberbia del mundo por cobardía, por indiferencia o por incapacidad para distinguir el bien del mal, ya no tiene excusa", aseguró el prelado en su homilía dominical.

"Es mi deseo y lo pido a Dios con todo mi corazón, que llenas y llenos de esperanza en un mundo mejor podamos construir un México y un Coahuila diferentes", expresó.

Raúl Vera aseguró que Jesús convoca a recuperar la responsabilidad ética dentro de las estructuras de la Iglesia, lo mismo que en la articulación del servicio público, o en el mundo empresarial y financiero.

"Las consecuencias de la ausencia de rectitud moral en la convivencia humana, las estamos viviendo a nivel nacional y mundial", enfatizó el obispo.

Llamó a los jefes políticos, a las cúpulas empresariales y a los responsables de las distintas instituciones de servicio a hacer un discernimiento para asumir lo que es conveniente en este momento en la historia de México y de la humanidad.

"No podemos hacer recaer en otros, ni en las generaciones futuras, lo que hoy cada una y cada uno, individualmente y asociados con las y los demás, debemos asumir como compromiso", afirmó.

"De no hacerlo, tiene consecuencias que se traducen en muerte de personas, en hambre, en prisiones injustas, en abandono social, en violencia generalizada, en ilegalidad inducida, en desvío de poder, en corrupción de la democracia y en desigualdad social", advirtió.

Llamó a las personas de buena voluntad a entender perfectamente el sentido verdadero de la vida humana y los valores que la caracterizan.

"A todas y todos ustedes, les pido que nos unamos y que rescatemos nuestro país y rescatemos al mundo, para que la vida plena sea posible y la alcancemos todas y todos, en la justa medida de Dios".

Recordó la necesidad de construir un mundo sin ninguna discriminación, que incluya a todos para disfrutar de sus bellezas y de sus recursos.

"Que el Dios de la vida que nos ama intensamente sin excepción, nos mantenga firmes en la verdad, la justicia y el amor", concluyó Vera López.


LA PASCUA DE JESÚS HACE INTENSAMENTE PRESENTE
EN LA HISTORIA AL DIOS DE LA VIDA, DEL AMOR, DE LA PAZ Y LA JUSTICIA

Jesús nos compromete a trabajar por un mundo
en el que toda persona readquiera su dignidad

Mensaje de Pascua de Fray Raúl Vera, O.P., Obispo de Saltillo
31 de marzo de 2013

Muy queridas hermanas, muy queridos hermanos, empezamos a prepararnos desde hace hoy más de cuarenta días, para conmemorar intensamente y con mucho fruto la Pascua de Jesús, Nuestro Señor, su paso de este mundo al Padre, que se realizó en Jerusalén a través de su muerte en la cruz y de su resurrección gloriosa al tercer día. Estos Misterios los hemos vivido en los pasados días a través de las liturgias del Jueves Santo, en que celebramos la institución de la Eucaristía, del Viernes Santo en el que vivimos nuevamente los misterios de la pasión y muerte de Jesús y, finalmente, de la Vigilia Pascual, donde conmemoramos la Gloriosa Resurrección del Señor.

LA PASCUA DE JESÚS Y LA VIDA PLENA

Primero que nada, debemos comprender bien que el Triduo Pascual -así se denomina lo que vivimos estos tres días a los que me he referido-, no es el recuerdo de algo que quedó en el pasado, como si estuviéramos recordando un hecho que, con el correr de los años, ya no tuviera repercusión alguna en nuestra vida aquí en Coahuila.

Gracias al don de la fe, entendemos que la persona que vivió la Pasión, la Muerte y la Resurrección que hemos celebrado y vivido en estos días Santos, es Jesús, el Hijo de Dios Vivo, que se hizo hombre en el Seno de la Virgen María para salvarnos por medio de su Muerte y Resurrección. La Pascua de Jesús ha sido un acontecimiento que le cambió la vida al mundo, porque por medio de esos misterios que en estos días hemos revivido en la celebración de la Liturgia de la Iglesia, Dios irrumpió en la historia de la humanidad, para dirigirla hacia su verdadero sentido.

Jesús vino para que cada persona, cada pueblo y la humanidad entera alcancemos una la vida plena, ya desde ahora, en el acontecer de la historia. Vida plena que disfrutaremos indefinidamente y alcanzará su perfección en el cielo, pero que Cristo resucitado y glorioso, nos hace vivir ya. Esa vida la encontramos en la realización de la justicia que el evangelio de Jesús nos pide impulsar entre las mujeres y los hombres con quienes vivimos en nuestro tiempo. La encontramos en la práctica del mandamiento del amor entre nosotras y nosotros, de acuerdo a la dignidad de personas que tenemos. La hacemos vivir a las y los demás, cuando trabajamos por construir la paz. Cristo nos dijo en el evangelio: "Dichosos los trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios" (Mt. 5,9).

Jesús con su Pascua provoca un cambio profundo en la dirección con la que los seres humanos, contaminados por el pecado, habíamos decidido conducirla. La Pascua de Jesús tiene sus orígenes en la Pascua hebrea, de hecho Él celebraba la Pascua de los hebreos, que por órdenes de Dios, dadas al Pueblo por medio de Moisés (Cf. Ex. 12,1-14), se debería conservar entre los hebreos como memorial de su liberación de la esclavitud de Egipto, que Dios realizó a través de varios signos portentosos, que conocemos como las diez Plagas de Egipto (Cfr. Ex. 7,6-11,10), para que el Faraón dejara libre a los hebreos. Ante las primeras nueve plagas, el Faraón se negó a dejarlos libres. La décima de esas plagas que fue la más terrible para los egipcios, convenció al Faraón de liberar a los hebreos. Es de esta señal donde toma su nombre la cena de Pascua de los hebreos.

LA PASCUA Y EL PERDÓN DE LOS PECADOS PARA LA HUMANIDAD

Como lo narran las instrucciones que Moisés dio al pueblo de parte de Dios (Cf. Ex. 12,1-14), el mes en que se celebraba el primer plenilunio de primavera, el día catorce concretamente, al atardecer, deberían sacrificar por familia un cordero o un cabrito de un año, sin defecto; si la familia era muy pequeña debería reunirse con otra. Con la sangre del animal inmolado, deberían untar los marcos de las puertas de sus casas. Esa noche deberían consumir la carne asada, con pan sin levadura y hierbas amargas; deberían tener la cintura ceñida, las sandalias en los pies y el bastón en la mano, y deberían comer de prisa, pues era "la Pascua del Señor" (Ex. 12,11). Esa noche pasaría Dios por ese país y haría morir a todo primogénito de Egipto, de los hombres y de los animales. La sangre les serviría de señal, porque pasaría de largo, saltaría las casas en donde estuviera la señal de la sangre y los primogénitos de esas familias, salvarían la vida. La palabra "Pascua" se ha entendido como este pasar de largo, este salto que Dios hizo de las casas señaladas, con la sangre del cordero sacrificado. A partir de esa señal que Dios dio al Faraón, soberano del pueblo egipcio, al día siguiente, éste urgió al pueblo que se salieran de su país. Dios ordenó a Moisés que esa Cena de la Pascua del Señor, la celebraran los hebreos todos los años por generaciones en las mismas fechas, para hacer memoria de que Dios, con brazo fuerte, les había liberado de la esclavitud de Egipto.

Durante la cena de la Pascua con sus discípulos, en la que el pueblo judío, que es parte del pueblo hebreo, recordaban su liberación de Egipto, Jesús instituyó la Eucaristía, memorial de su Pascua (Cf. Lc. 22,19-20; Mt. 26,26-29; Mc. 14,22-25), que ya no consiste en liberar de la esclavitud a un pueblo sometido a alguna nación en particular, sino que se trata ahora de la salvación de la humanidad entera, sometida a la esclavitud del pecado. Y no es ya la sangre de un cordero o un cabrito, animales irracionales, la que nos salva de la muerte y nos permite vivir en libertad, es la sangre del mismo Cristo, el cordero que quita el pecado del mundo, como lo anunció Juan Bautista ante los primeros discípulos de Jesús (Cf. Jn. 1,29). Jesús en su Pascua pasa de la muerte a la vida, y nos hace pasar a nosotros de la muerte del pecado a la vida en Dios, a la vida en Él mismo que es un solo Dios con el Padre y el Espíritu Santo (Cf. Rm. 6,3-4.10-11).

El perdón de los pecados otorgado a nosotras y nosotros a través de la Pascua de Jesús, es anunciado a sus apóstoles por el mismo Jesús desde antes y después de su resurrección. Lo anuncia Jesús en la misma cena pascual, al momento de instituir la Eucaristía (Cf. Mt. 26,26-28). San Lucas nos transmite las palabras de Jesús ante ellos antes de ascender al cielo: "Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. Ustedes son testigos de estas cosas (Lc. 24, 46-48). El Evangelio de San Juan nos dice que el día de la resurrección por la tarde, Jesús se apareció a sus discípulos que estaban reunidos en un determinado lugar y les habló así: "La paz con ustedes. Como el Padre me envió, también yo les envío". Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Reciban el Espíritu Santo. A quienes perdonen los pecados, les quedan perdonados" (Jn. 20.21-23a), aún cuando Jesús afirma también que quienes se resistan a aceptar su mensaje, permanecen en su pecado (Cfr. Jn 8, 21.24; 20,23b). El libro de los Hechos de los Apóstoles atestigua el perdón de los pecados por la muerte y resurrección de Cristo: Pedro lo anuncia el día de Pentecostés: "Conviértanse y que cada uno de ustedes se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de sus pecados; y recibirán el don del Espíritu Santo" (Hch. 1,38); Pedro y los Apóstoles ante el Sanedrín atestiguaron: "A éste le ha exaltado Dios con su diestra como Jefe y Salvador, para conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados" (Hech. 5,31); Pedro en la Casa de Cornelio, el centurión romano dijo: "De éste todos los profetas dan testimonio de que todo el que cree en él alcanza, por su nombre, el perdón de los pecados" (Hch. 10,43); Pablo en la Sinagoga de Antiquía de Pisidia anunció: "Tengan, pues, entendido, hermanos, que por medio de éste les es anunciado el perdón de los pecados; y la total justificación que no pudieron obtener por la Ley de Moisés la obtiene por él todo el que cree" (Hch. 13,38-39).

En las mismas palabras y en los gestos con las que instituye la Eucaristía, que es el memorial de su Pascua, Jesús nos explica el profundo sentido que ésta tiene para nosotras y nosotros los miembros de la familia humana, redimida por Él mediante su muerte y resurrección: "Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo, lo partió y, dándoselo a sus discípulos, dijo: "Tomen, coman, éste es mi cuerpo". Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: "Beban de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados" (Mt. 26,26-28). Jesús entrega su propia vida por nuestra salvación, por el rescate de nuestras vidas. Esta entrega es por la humanidad entera, no solamente por el pueblo de Israel, sino por "muchos". Este último término significa que Jesús incluye en su rescate a todas y todos aquellos que acepten el mensaje que trae de parte de su Padre para la entera familia humana; aceptar su mensaje es aceptar su persona, es aceptar al Padre que lo envió. Y quiero decir que esta apertura de Jesús es a toda mujer y todo hombre que, en conformidad con una conciencia recta, practican la justicia y el derecho, y viven el amor y la misericordia para con las y los demás (Cfr. Rm. 2,10-11.14-16). En Mateo capítulo veinticinco, donde se nos dice como Jesús nos juzgará al final de la historia, a partir del servicio prestado a quienes sufren, Jesús nos dice que quien quiera se haya acercado a una de estas personas, aún cuando no le haya conocido a Él, recibirá la recompensa de los justos, porque es a Jesús mismo a quien servimos en los pobres. Y respecto a quienes se encuentran en una situación de sufrimiento, tampoco les puso unas condiciones morales para que se conviertan en sacramento de su presencia viva en la tierra (Cfr. Mt. 25,31-46).

LA PASCUA DE JESÚS Y LA NUEVA ALIANZA

La Pascua de Jesús, al igual que sucedió con la Pascua del pueblo hebreo, hace referencia a la Alianza con Dios. En las palabras de institución de la Eucaristía transmitidas por el Evangelio de Lucas, Jesús dice, al ofrecer el cáliz con su sangre: "Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por ustedes" (Lc. 22,20). Jesús habla de una Nueva Alianza que se realiza a través de la efusión de su propia sangre. La Antigua Alianza que Dios hizo a través de Moisés con el pueblo hebreo, se realizó con una efusión de sangre. Moisés, cuando debía leer las Tablas de Ley ante el pueblo con los mandamientos de Dios, edificó un altar y mandó sacrificar varios novillos. Estando el pueblo reunido ante dicho altar, tomó la mitad de la sangre de esos novillos y la derramó sobre el altar; después leyó ante el pueblo el contenido en las Tablas de la Ley, cuando concluyó la lectura, con la otra mitad de la sangre, roció al pueblo y dijo: "Esta es la sangre de la Alianza que Dios ha hecho con ustedes, según todas estas palabras" (Ex. 24,8). La Alianza que Jesús realiza con su propia sangre, tiene también unas cláusulas que se resumen en el mandamiento del amor, que Él también pronunció durante la cena pascual con sus discípulos (Cfr. Jn. 15,12-17).

La sangre de animales irracionales que se ofrecía en sacrificio en el antiguo Israel, encontraba su significado en la creencia que tenía ese pueblo de que en la sangre residía la vida de un ser, por ello el hecho de que la sangre tocara a todo lo que representara a Dios, fuera un altar o la "Kaporet", que es la cubierta del Arca de la Alianza, o también el velo del Santo de los Santos, que era la parte del Templo donde se guardaba el Arca de la Alianza, era un modo de acercarse a él, a través de la vida de estos animales representada en la sangre. Como Moisés realizó la Antigua Alianza del pueblo de Israel con Dios al pie del Sinaí, derramó la sangre en el altar que representa el espacio de lo divino, leyó las cláusulas de esa Alianza que eran los mandamientos de las Tablas de la Ley y, a continuación, roció al pueblo con la otra mitad de la sangre de los novillos sacrificados.

Jesús, nuevo Moisés, conduce hasta el día de hoy a la familia humana a una Alianza perfecta con Dios, en la que sí obtenemos el perdón de nuestros pecados. Jesús sí nos puede introducir a través de sí mismo a la comunión viva con Dios. La intención de los antiguos sacrificios con sangre de animales era ponerse en comunión con Dios. Pero eso no factible, porque era imposible que la sangre de animales irracionales llevara a la reconciliación con Dios porque esos animales no podían obtener el perdón de los pecados de los oferentes. No es así con Jesucristo, quien vivió en esta tierra con una voluntad firmemente adherida a la justicia, dedicado a la defensa de la dignidad de cada mujer y cada hombre, sin importar su situación social, su situación moral y las razones que las autoridades judías tenían para discriminarles por pertenecer a determinado sector social o padecer alguna enfermedad considerada impura (Cfr. Jn. 9,1-40; Lc. 19,1-10; Lc. 15,1-32; Mt. 8,1-4; Lc. 8,40-48).

Porque Jesús jamás cambió su actitud de estar cerca de quienes más sufrían, y de enfrentar con la verdad al poder que desplazaba y destruía, tuvo que enfrentar la muerte (Cfr. Lc. 18,24-25; 21,1-4; 12,16-21; 16,19-31; 16,9-15). Es por esa voluntad movida por el amor y apego a la justicia y la misericordia, que todos encontramos en Dios el perdón y el acceso a una vida nueva. Por su justicia y santidad, Él nos trae el perdón y nos invita a iniciar una vida distinta, puesta totalmente al servicio de las y los demás, como Él lo hizo siempre, mientras estuvo entre nosotras y nosotros (Cfr. Mc. 1,32-34; Mt. 14,13-21).

Los profetas nos anunciaron que gracias a esa justicia que vivió, a ese apego a la rectitud de vida y de total servicio a sus hermanas y hermanos, su muerte y resurrección son la fuente de nuestra restauración (Cf. Is. 52,12-53,12). Dios lo convirtió para los pobres pecadores, para las y los despreciados de la tierra, para las excluidas y los excluidos, en nuestro rescate y salvación. Salvación que nos trae la paz y nuestra reintegración como servidores de la comunidad humana. Él nos hace sujetos de cambio de la sociedad y del mundo, nos convierte en robles de justicia y reconstructores de ciudades derruidas y pobladores de tierras desoladas (Cf. Is. 61, 1-9).

LA PASCUA DE JESÚS ES UNA ENTREGA INCONDICIONAL POR LA SALVACIÓN DE LA PERSONA HUMANA

Jesús, antes de entregar el cáliz con su sangre, bendice y parte el pan, se los reparte y les dice: "Éste es mi cuerpo que se entrega por ustedes, hagan esto en recuerdo mío" (Lc. 22,19). Tanto en la entrega de su cuerpo como en la de su sangre, Jesús habla de que entrega su vida por nosotras y nosotros; sabemos bien que Él conoce lo que pasará al día siguiente de esa celebración de la Pascua con sus discípulos. El Evangelio de Juan no habla expresamente de la Institución de la Eucaristía -en el capítulo seis de ese Evangelio nos habla expresamente de la Eucaristía- pero en la narración de la cena pascual con sus discípulos, Juan nos describe el gesto que Jesús hizo de lavar los pies a sus discípulos (Cfr. Jn. 13,1-15).

En el lavatorio de los pies, Juan nos expresa el significado profundo que tiene la entrega total por sus discípulos, que no son solamente los que están ahí reunidos con Él ese día por los que entrega su vida, sino por todas las personas que creerán en Él a través del testimonio de los apóstoles, a lo largo de la historia de la humanidad (Cfr. Jn. 17,20). Jesús conocía que no todos los que estaban ahí, tenían la disposición de rendir testimonio de Él, porque ahí estaba el que lo habría de entregar (Cfr. Jn. 13,10-11). El gesto que Jesús realiza al arrodillarse y lavar los pies de sus discípulos, es el signo más elocuente que Él encontró para expresar el altísimo grado de humildad con el que Él acepta voluntariamente realizar el rescate de la humanidad. La cruz es la máxima expresión del amor de Dios y de su Hijo por nosotros, porque Dios no rehusa aceptar esta manera humillante en que se impone la muerte a su Hijo. La cruz marca la enorme diferencia entre la actitud generosa de Jesús para devolvernos nuestra dignidad humana, y la de aquellas personas que mediante el poder actúan contra esta dignidad, llamándose bienhechores de la humanidad, mientras aplastan, destruyen y despojan a la persona (Cfr. Lc. 22,24-27). El crucificado muestra el modo en que todas las personas debemos servirnos unas a otras, despojándonos de cualquier interés mezquino, por mínimo que éste sea.

Durante toda su vida Jesús experimentó el rechazo y el desprecio, el desprestigio y la persecución a la que lo sometieron, entre otras, las autoridades religiosas de Israel. No es una exageración lo que dice la Carta a los Hebreos cuando afirma que, mientras transcurrió su vida mortal, Jesús ofreció ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas, a quien podía rescatarlo de la muerte (Cf. Heb. 5,7). En el gesto de lavar los pies a los discípulos que era quehacer propio de los esclavos, Él nos enseña que el servicio al prójimo no tiene límites. Ya incluso nos lo había enseñado en la Parábola del Buen Samaritano (Cfr. Lc. 10,29-37).

También en el gesto de lavar los pies, durante el diálogo que sostiene con Pedro, quien se negaba a que el Maestro lavara sus pies (Cfr. Jn. 13,6-11), el Señor Jesús manifestó veladamente que tal gesto hace una referencia al bautismo, porque habla de la pureza que sus discípulos ya han adquirido por su convivencia con Él. Este concepto de purificación del pecado como resultado de la Nueva Alianza, entre Dios y la humanidad por medio de Cristo, estaba ya anunciado en los profetas. De manera especial Jeremías y Ezequiel hacen referencia a la Nueva Alianza que Dios realizaría con la humanidad como un cambio interior profundo en las mujeres y los hombres, mismo que se hace a través de la infusión del Espíritu de Dios que imprimirá en sus corazones la Ley de Dios, que es el amor (Cfr. Jer. 31,31-34; Ez. 36,25-27). En esa profecías se afirma que Dios removerá el corazón de piedra para implantar un corazón de carne.

Al comienzo de este mensaje, hemos afirmado que la Pascua de Jesús es una irrupción de Dios en la historia para cambiarlo todo, para hacer todo nuevo; y la gran noticia que desde el principio los apóstoles empezaron a dar cuando hablaban de la muerte y resurrección de Cristo, es que Dios por medio de Él ha decretado el perdón de los pecados de la humanidad. Esto significa que nuestra vida pasada ha quedado atrás y hoy se nos ofrece una vida diferente para dedicarnos a trabajar por la purificación del mundo de todas sus violencias, de todas sus atrocidades, las guerras, el abuso en el uso de la naturaleza, la esclavitud moderna, entre otras injusticias que debemos frenar.

LA PASCUA DE JESÚS NOS COMPROMETE CON EL AMOR Y LA JUSTICIA

Durante la Cuaresma, en las homilías que prediqué en distintos puntos de la Diócesis, insistí en que no podíamos tomar estos días santos que nos preparábamos a celebrar, como un espectáculo que no tuviera significado para nuestra vida personal y nuestra vida comunitaria. Es mi deseo, y lo pido a Dios con todo mi corazón, que llenas y llenos de esperanza en un mundo mejor en que podemos construir un México y un Coahuila diferentes, aceptemos los riesgos, como Jesús lo hizo, que llevan consigo enfrentarnos al mal porque éste se quedó sin sustento desde que Jesús murió y resucitó para salvarnos. Hacernos cómplices de la injusticia y la soberbia del mundo por cobardía, por indiferencia o por incapacidad para distinguir el bien del mal, ya no tiene excusa.

La Pascua de Jesús, nos convoca a recuperar la responsabilidad ética dentro de las estructuras de la Iglesia, lo mismo que en la articulación del servicio público, o en el mundo empresarial y financiero, y también en los centros de servicios a la educación, a la salud, y los centros de producción y comercialización de alimentos. Las consecuencias de la ausencia de rectitud moral en la convivencia humana, las estamos viviendo a nivel nacional y mundial.

Como Jesús invitó a sus contemporáneos, en un momento dado, a discernir lo que era justo, yo les invito muy encarecidamente, a nosotros, los sacerdotes y a quienes estamos en la vida consagrada, a los jefes políticos de nuestro estado y nuestro país, a las cúpulas empresariales y a los responsables de las distintas instituciones de servicio, que hagamos un discernimiento para asumir lo que es conveniente en este momento en la historia de México y de la humanidad. No podemos hacer recaer en otros, ni en las generaciones futuras, lo que hoy cada una y cada uno, individualmente y asociados con las y los demás, debemos asumir como compromiso que, de no hacerlo, tiene consecuencias que se traducen en muerte de personas, en hambre, en prisiones injustas, en abandono social, en violencia generalizada, en ilegalidad inducida, en desvío de poder, en corrupción de la democracia y en desigualdad social.

Con el deseo grande y la convicción de que con Jesús muerto y resucitado todo lo podemos, convoco a todas las personas que profesamos nuestra fe en Jesús, y a las personas de buena voluntad que desde otros credos o incluso quienes sin realizar una práctica religiosa, entienden perfectamente el sentido verdadero de la vida humana y los valores que la caracterizan. A todas y todos ustedes, les pido que nos unamos y que rescatemos nuestro país y rescatemos al mundo, para que la vida plena sea posible y la alcancemos todas y todos, en la justa medida en que Dios lo ha dispuesto, mientras peregrinamos en esta tierra, construyendo este mundo que nos pertenece sin ninguna discriminación a todas y todos.

Con un fuerte abrazo y mi bendición, deseo a cada una y a cada uno, una Feliz Pascua de Resurrección, y una muy intensa luz en sus vidas para construir el mundo que deseamos, en el que todas las personas seamos incluidas para disfrutar de sus bellezas y recursos. Que el Dios de la Vida que nos ama intensamente sin excepción, nos mantenga firmes en la verdad, la justicia y el amor.


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